En cuestión de meses, dos décadas habrán transcurrido del tremendo 1994.
¿Qué tanto se aprendió de ese año en que el telón de fondo de la estabilidad política y la paz social cayó hasta colapsar las finanzas públicas y castigar al país con una crisis de crisis, cuya cicatriz todavía duele?
No se trata de anticipar, con el recuerdo, una efeméride negra en el tiempo mexicano y vislumbrar los correspondientes actos conmemorativos. No, se pretende determinar si la memoria de ese pasado fue germen de un mejor futuro o si el olvido es caldo de cultivo del peligro de reproducir en el presente errores trágicos.
Más allá del número de años, ¿qué tan lejos, qué tan remoto se encuentra 1994? ¿Qué tan sólidos son los puentes del entendimiento político construidos, qué tan cerrado es el tramado del tejido social derivado de esa experiencia, qué tan fuertes son las instituciones creadas para conjurar un año como ese?
Tiene sentido formular esas preguntas porque, hoy -en el presente de aquel futuro-, los síntomas de descompostura social y política, en un marco de desaceleración económica, exigen apretar el paso, sin perder la cabeza y mucho menos la memoria.
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Como los meses del año, en 1994, doce acontecimientos consternaron, asombraron, sacudieron y convulsionaron al país.
Enero: levantamiento armado del zapatismo. Marzo: secuestro de Alfredo Harp Helú; homicidio de Luis Donaldo Colosio; y videodestape de Ernesto Zedillo. Mayo: primer debate entre candidatos presidenciales. Junio: renuncia, por fortuna, revocable del secretario de Gobernación, Jorge Carpizo. Julio: cierre de la campaña electoral. Agosto: elección presidencial. Septiembre: ejecución del dirigente priista José Francisco Ruiz Massieu. Octubre: acusación de Mario Ruiz Massieu sobre el PRI. Noviembre: integración de gabinete. Diciembre: traslado del poder y "el error de diciembre".
La inestabilidad, en el campo político, alentó la cultura del miedo y, en el campo económico, devoró las finanzas públicas. Cada acontecimiento rebajó considerablemente las reservas internacionales del país. El Sobreaviso del 17 de junio de 1995 recordó: "Con base en información del Banco de México, se puede establecer un hecho: coincidentemente con los desarreglos políticos de 1994 -particularmente del eje Colosio-Carpizo-Ruiz Massieu- se dio una baja de 17 mil millones de dólares (Enfoque No. 62) en las reservas internacionales. Una cifra equivalente al monto total de la tenencia de Tesobonos en manos de inversionistas extranjeros durante aquel macabro 1994".
El supuesto acceso al paraíso del Primer Mundo fue el descenso al infierno de la marginación y la pobreza. El descontento social estalló en Chiapas, el desencuentro político al interior del priismo regó sangre en el piso y el desastre económico no tardó en sobrevenir. El país vivió una crisis de crisis.
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El país se trastocó y, en la emergencia, se rediseñaron instituciones, se formularon acuerdos, se desarrollaron políticas y se implementaron programas para no tener años como ese 1994.
La ciudadanización del Instituto Federal Electoral fue en el campo político-electoral, quizá, la acción más relevante junto a la depuración del padrón y el establecimiento del programa de resultados preliminares. Los acuerdos de San Andrés Larráinzar, incumplidos, se quisieron presentar como el antídoto de la posibilidad de que la marginación y el descontento social cayeran en la tentación de las armas. Las políticas sociales se fortalecieron para atemperar la desigualdad social. El debate político se impulsó como la instancia para favorecer el contraste civilizado entre los partidos, los programas y los candidatos y, tras subrayar la diferencia, tomar una decisión y abrir espacio a las coincidencias. Las prerrogativas de los partidos crecieron enormidades, tanto para tratar de emparejar las condiciones en la competencia como para evitar que "el dinero sucio" fuera un recurso extra. Los bancos se rescataron a costa de los contribuyentes…
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Veinte años después, es obligado revisar el estado que guardan aquellas instituciones, políticas y programas. Determinar si, efectivamente, se tradujeron en el cimiento de una cultura política democrática y civilizada que, acompañada del desarrollo social y el crecimiento económico, sostuviera el edificio nacional sin tabiques de odio y discordia, violencia en lugar de palabra.
Es preciso hacer conciencia de si, hoy, la composición y el desempeño del Instituto Federal Electoral corresponden a aquel propósito. Si el grado de desigualdad social se redujo suficientemente para ya no ver, en la pobreza y la marginación, el peligro de la violencia. Si el grado de civilidad del debate político es garantía del acuerdo imprescindible para que, en el marco de la pluralidad, el país realice sus anhelos. Si el elevado costo de la democracia es inversión rentable o gasto exorbitante. Si la reestructura económica es, en verdad, base del desarrollo nacional o simple garantía para la concentración y el acaparamiento de la riqueza por parte de muy reducidos grupos sociales.
La dimensión de lo ocurrido en 1994 obliga a hacer un balance y, en su centro, revisar si el actual comportamiento de las élites políticas y económicas así como de los liderazgos que impulsan la radicalización de los movimientos sociales es el indicado para, sin salir de la cultura del gradualismo y el derecho a la discrepancia, dar los pasos a la velocidad necesaria y darle perspectiva al país.
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Ese balance exige honestidad y humildad política, altura de miras porque, en este presente, nuevas y viejas amenazas se conjugan para proponer, de nuevo, el pasado como futuro.
A meses de cumplirse dos décadas de aquel aciago año, hay avances, pero también retrocesos. Se abatieron algunos vicios, pero se establecieron otros. Se conquistaron algunos derechos, pero se restringieron otros. Se dio la alternancia sin alternativa... y se enseñoreó la violencia criminal con grado de barbarie y, en esa subcultura, la violencia social reaparece como una tentación, mientras porciones de la élite política juegan a las zancadillas. En rigor, luego del entusiasmador e intenso juego político visto durante los primeros meses de este sexenio, se está cayendo en un impasse cuando la realidad exige caminar de prisa, pero con pies de plomo.
Rememorar ese pasado en estos días, antes que el calendario marque la efeméride, importa porque, cuando se olvida lo sucedido, es de difícil pronóstico saber qué pueda ocurrir.
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