Por esas pequeñas traiciones de la memoria y la desconsideración de lo imprevisto con lo previsto, el 18 de junio pasó como si nada. La fecha tenía importancia, marcaba los 200 días del gobierno encabezado por el presidente Enrique Peña y, aunque hoy cumple 232 jornadas, no está de más revisar en qué punto se encuentra. Vale el ejercicio porque, como dicho en ocasión anterior, este sexenio se cuenta por días.
Ciertamente, la tradición de destacar los primeros 100 días de una administración derivan del New Deal de Franklin D. Roosevelt que, en ese período, armó una serie de acciones rápidas -subrayo la palabra: acciones- y concretó algunas reformas para paliar los efectos de la Gran Depresión y, visto el resultado, la iniciativa se prorrogó prácticamente a lo largo del mandato de ese político que resultó estadista.
Desde entonces, las posibilidades de un gobierno, aquí como en otros países, se pretenden medir a partir de su actuación en esa unidad de tiempo, pero hay un detalle. A la vuelta de los años y conocedores de la significancia de ese período, los gobernantes le han dado la vuelta al asunto: en ese período, lanzan más propósitos que acciones y, así, salen bien librados.
Desde esa perspectiva, si bien los primeros 100 días resultan emblemáticos, los siguientes son más importantes y sustantivos. En los segundos días es donde se ve si los propósitos se van o no concretando.
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Los primeros 100 días del gobierno fueron condecorados por la aprobación y el entusiasmo.
El mandatario consiguió mantener y acrecentar el capital político generado tanto por el discurso inaugural de su gestión como por la suscripción, al día siguiente, del Pacto por México. Proyectos sustanciados, en lo legislativo, con la presentación y la aprobación de las reformas constitucionales relacionadas con la educación y las telecomunicaciones; en lo político, con la captura y detención de la exlideresa del magisterio, Elba Esther Gordillo; en lo social, con la Cruzada Nacional contra el Hambre que patinó en su arranque.
En lo formal, Enrique Peña Nieto tuvo un acierto en el campo de la liturgia política: trastocó rápidamente su imagen de un político producto de la mercadotecnia, en la de un hombre que se sentía, se presentaba y conducía como presidente de la República. Asumió bien su rol y se acreditó rápidamente como jefe de Gobierno y jefe de Estado.
El hecho de haber conseguido sentar en una misma mesa a las oposiciones de derecha e izquierda con el partido en el poder para suscribir con el gobierno un Pacto fue el mayor logro. Superior, incluso, al de la captura de Elba Esther Gordillo. Tal era el desencuentro entre las fuerzas políticas, tal la decepción ciudadana ante ella que, ciertamente, el sólo sentarlos al mismo tiempo y en la misma mesa a firmar un acuerdo fue y es importante.
Los primeros 100 días de gobierno fueron bien vistos.
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Los segundos 100 días -a fuerza de ser preciso, los 232 días siguientes- no han sido tan vistosos, prometedores ni tan sencillos.
En este período, los conflictos al interior del panismo, el receso legislativo con un cúmulo de importantes pendientes y, sobre todo, las prácticas desplegadas por los partidos y los gobernadores en el curso de la campaña que concluyó con las elecciones del domingo 7 de julio, así como la desaceleración económica y la pasmosa lentitud en el ejercicio del gasto público le han restado brillo e impulso al arranque del gobierno.
Peor aún, la conducta de los partidos en su conjunto durante la campaña dejó ver que por encima del interés nacional está el electoral y, con ello, pusieron en evidencia la fragilidad del Pacto que, de pronto, se percibió como rehén. Eso, junto al error de precipitar el debate en torno a la reforma energética, advirtió que la ruta crítica para ir despachando las otras reformas podría perderse. Como agregado, el aplazamiento del apagón analógico así como la prórroga para vender televisores con esa tecnología, revelan que -más allá del deseo- la fuerza del Estado sigue aun convaleciente y, por lo mismo, débil frente al peso y la acción de los poderes fácticos a los que quiere someter.
En sentido contrario, si el gabinete de seguridad evita que la captura de Miguel Ángel Treviño, El Z-40, se traduzca en la conversión de un cártel en extremo peligroso en el surgimiento de un sinnúmero de bandas terriblemente violentas, la detención y los términos de la presentación de un criminal tan sanguinario como ese tendrá que anotarse como un acierto importante del gobierno de Enrique Peña Nieto.
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Los primeros 300 días del gobierno de Enrique Peña se cumplirán el 26 de septiembre, después del primer informe del mandatario. En el lapso que media hasta esa fecha, el presidente de la República tiene varios retos.
El primero, mantener el espíritu de equipo y de trabajo coordinado en su gabinete, frenando las pugnas al interior, que invariablemente debilitan al gobierno en su conjunto. El ansia por tener resultados no siempre es la mejor consejera, a veces recomienda echar andar proyectos sin estar a punto y, a la postre, fallan dejan un costo mayor. Evitar la tentación de no perder presencia, imagen y popularidad, abriéndole la puerta a los maquillistas que, a partir de cosméticos, juran arreglar el alma.
El segundo, advertir que, tras las elecciones, las dirigencias de los partidos opositores están haciendo cuentas para intentar pesar más dentro del Pacto y de su respectivo partido. Los tironeos entre la dirección del partido y la bancada parlamentaria sacuden a los panistas, pero también al Pacto. La reactivación política de Marcelo Ebrard a través del Movimiento Progresista, en pinza con Manuel Camacho, y el revés electoral sufrido por el Partido de la Revolución Democrática -del segundo, al tercer lugar- coloca en apuros a la corriente encabezada por Jesús Zambrano y, sin duda, repercutirá al Pacto. Lo urgente, entonces, es concretar, reglamentar lo avanzado antes de abrir nuevos frentes.
El tercero, echar andar con mayor velocidad aquellas acciones de gobierno, ajenas al Pacto. Parte del error de los anteriores gobiernos fue atribuir la inacción al freno parlamentario. Y, claro, que se pueden hacer cosas sin sujetarlas al parecer o actuar de otras fuerzas.
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Va el presidente Enrique Peña hacia los 300 días de su gobierno, teniendo casi al término de ese período su primer informe de gobierno. Es momento de acelerar el ritmo sin perder el paso y muchos la dirección y el rumbo.
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