ESTE MES DE FEBRERO se conmemoran los cien años del levantamiento armado en contra del gobierno de Francisco I. Madero. Los mexicanos recuerdan esos aciagos días llamándolos como la Decena Trágica. Fue cuando los generales infidentes Manuel Mondragón, Gregorio Ruiz, Bernardo Reyes y Félix Díaz (el sobrino del tío), se confabularon con Victoriano Huerta para derrocar al gobierno legalmente constituido y finalmente para asesinar al coahuilense Francisco I. Madero.
EL APÓSTOL de la democracia fue un hombre inclinado a la conciliación y sobre todo, un hombre de buena fe. Ya en la presidencia después de haber derrotado a Porfirio Díaz a quien había obligado a renunciar a la presidencia de la república que había detentado por más de 30 años, se avocó más que nada, a tratar de mantener la estabilidad política y económica del país. En consecuencia no pudo hacer de inmediato reformas y mantuvo incólume la espina dorsal el viejo ejército porfirista. Esto originó que varios de los caudillos que lo habían apoyado para derrocar a Díaz se le fueran alejando paulatinamente, dejándolo a su suerte en medio de la antigua clase porfirista que detentaba toda la riqueza del país y era dueña además, de los medios de información de la época.
LOS CAMPESINOS sentían no habérseles cumplidas con prontitud las promesas que les había hecho la revolución para dotarlos de las tierras de que habían sido despojados durante 300 años. Por la otra, los hacendados veían preocupados la inseguridad que reinaba en el campo y en donde el gobierno no había podido restablecer la paz social ni controlar las invasiones a sus tierras. Por otra parte, la clase burguesa y adinerada se sentía marginada de las mieles que da el poder burocrático, los negocios de palacio, los cargos federales, estatales y municipales a los que no habían sido invitada por el nuevo régimen maderista.
CUANDO ALGUNOS de sus antiguos compañeros de lucha lo abandonan, tiene la mala fortuna de designar precisamente a Victoriano Huerta para someter a Pascual Orozco y a Emiliano Zapata. En esas condiciones el General Bernardo Reyes y Félix Díaz que contaban con el apoyo de la vieja y poderosa élite porfirista, proclamaron el Plan de la Soledad en San Antonio, Texas, plan que finalmente a nadie interesó. Preso posteriormente Bernardo Reyes en Santiago Tlaltelolco, a ambos les perdonó un proceso penal militar que los hubiese mandado al paredón.
Desde la prisión de Tlaltelolco y con la abierta participación del Embajador de los Estados Unidos de Norteamérica en México, se instrumentó la asonada en contra del coahuilense y su legítimo gobierno, asonada que finalmente culminó con el asesinato de Madero y Pino Suárez. Fue este el primer único régimen presidencial legítimamente democrático instaurado en este país, hasta esa fecha.
LA LECCIÓN que para mí en lo personal dejan estos acontecimientos históricos sería: la democracia en un país tan complejo y diverso como es el nuestro no es fácil de preservar. Los sistemas democráticos se encuentran permanentemente acechados por los intereses económicos, los grupos ideológicamente radicales, hasta por los mismos partidos políticos y últimamente por los mismos dueños de los poderes fácticos.
Quizá deberíamos congratularnos que después de tantas y prolongadas luchas, se haya logrado instaurar un sistema, incipiente si usted quiere, pero finalmente democrático en México.
Los mexicanos nos felicitamos por tener un sistema protegido para el ejercicio libre y del sufragio. Contamos con procesos y sistemas electorales regulados por normas constitucionales que nos garantizan (hasta donde es humanamente posible), el respeto a la voluntad ciudadana.
LOS MEXICANOS GOZAMOS ahora de la posibilidad real (nunca la habíamos tenido), de elegir vía elecciones vigiladas al poder ejecutivo, a los senadores, a los diputados federales y locales, a los gobernadores y a los presidentes municipales. Esto no lo pudieron hacer nuestros antepasados sino hasta Francisco I. Madero. En esa búsqueda por la democracia se originaron las interminables guerras, asonadas y sublevaciones civiles que sufrió México durante todo el siglo XIX y parte del XX, las que de alguna manera, contribuyeron a la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio nacional.
EL APÓSTOL MADERO nos deja su enseñanza y valor ciudadano. Aprovechemos ese ejemplo hoy a cien años de su inmolación, y tratemos de preservar lo que otros, con tantos sacrificios lograron: implantar una democracia y hacer efectivo el sufragio efectivo y la no reelección.
Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos
Octavio Paz.
Escritor y pensador mexicano.
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