Bastardos sin gloria, 2009.
En tan sólo cuatro años el austriaco Christoph Waltz ha sorprendido al mundo del cine con su talento. Pero no hablamos de un debutante: la mirada acertada de un sobresaliente director lo sacó de la especie de anonimato en el que tenía trabajando nada menos que tres décadas.
Poco o nada sabíamos de Christoph Waltz antes de 2009. Para el gran público, la primera imagen que tiene del actor austriaco-alemán es la de un astuto y cruel coronel nazi irrumpiendo en la casa de un campesino en busca de refugiados, al comienzo de Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, Quentin Tarantino). Luciendo gorra gris de calavera al centro, impecable traje militar, pipa exótica acompañada de un vaso con leche bronca, establece un insuperable diálogo en inglés y francés. Con una retórica excelsa persuade al campesino a fin de que crea que lo mejor para él y su familia es reconocer que tiene a judíos escondidos y decir en dónde están. Los aplausos llegaron a carretadas acompañados del primer Óscar de su carrera.
Sin embargo Waltz no surgió de la nada. Antes de entrar por la puerta grande al mainstream de la cinematografía, el oriundo de Viena había hecho una interesante pero poco reconocida carrera en el teatro, la televisión y el cine europeos.
HISTRIÓN DE SANGRE
Nació el 4 de octubre de 1956, un año antes del lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik 1, y en plena guerra fría, en el seno de una familia vinculada al teatro. Su padre, Johannes Waltz, era escenógrafo; su madre, Elisabeth Urbansic, diseñadora de vestuario. Sus abuelos fueron los actores de teatro Maria Mayen y Emmerich Reimers. El destino lo tenía marcado desde su nacimiento y él lo sabía.
Su vena actoral la desarrolló en el Seminario Reinhardt de la Universidad de Música y Arte Dramático de Viena. Posteriormente se trasladó a Nueva York para estudiar en el prestigiado Lee Strasberg Theatre and Film Institute, del que han egresado histriones de la talla de Robert De Niro, Steve Buscemi y Bridget Fonda.
De regreso a su patria, Waltz hizo sus primeras apariciones en el Schauspielhaus Zürich, considerado el teatro más importante de la lengua alemana, y en el Teatro Imperial de la Corte Viena, el famoso Burgtheater, donde habían trabajado sus abuelos e incluso sus bisabuelos.
DEL TELÓN A LA CÁMARA
De las tablas muy pronto saltó a la pantalla chica. De 1977 a 1981 apareció en series y películas para la televisión, alternando papeles protagónicos y secundarios.
Su debut en el séptimo arte llegó con el filme Kopfstand (Ernst Josef Lauscher, 1981), interpretando sobriamente a Markus Dorn, un joven que es internado en una institución de salud mental luego de mostrar conductas violentas. Después de ser sometido a un severo tratamiento se le asigna el cuidado de una anciana que, pese a todo, aprenderá a confiar en él y le brindará un hogar y una segunda oportunidad de vida. El rol le permitió comenzar a desplegar su talento.
Los ochenta transcurrieron para Waltz entre proyectos para la tv y apenas dos participaciones en el mundo del celuloide. En 1986 representó a Friedrich Nietzsche en el drama sobre Wagner y Cosima, Wahnfried (Peter Patzak), cinta recientemente revalorada. Más tarde tuvo un pequeño papel en Más rápido que el ojo (Quicker Than the Eye, Nicolas Gessner, 1990), compartiendo créditos con el genial Ben Gazzara.
Los noventa significaron para Christoph la oportunidad de involucrarse más en el cine, aunque su labor siguió más enfocada a la tele. De ese tiempo destaca el largometraje Maximilian Kolbe, sacerdote católico (Zycie za zycie, Krzystof Zanussi, 1991) en el que brinda una magistral actuación como Jan, el prisionero que escapó de Auschwitz y cuya fuga motivó el asesinato de Kolbe, un fraile que se ofrece a morir para salvarlo.
Ya casi para terminar la década, participó en la comedia coral de extenso y singular nombre: Das merkwürdige Verhalten geschlechtsreifer Großstädter zur Paarungszeit (Marc Rothemund, 1998), algo así como “el extraño comportamiento de los citadinos sexualmente maduros en época de apareamiento”. Para algunos críticos, una película ligera pero referencial del ‘nuevo cine alemán’, donde Waltz demostró su versatilidad y apertura a todo tipo de propuestas.
Así, lo mismo se le puede ver en filmes de terror como Sieben Monde (Peter Fratzscher, 1998), acerca de la investigación de una serie de asesinatos cometidos por una especie de hombre lobo; en biográficos como Die Braut (Egon Günther), que narra la relación de Goethe con una pueblerina; o thrillers como Vacaciones mortales (Falling rocks, Peter Keglevic, 2000), historia de tres amigos que viajan a África y son acosados por un asesino.
Con el arranque del nuevo milenio Waltz comenzó a acercarse al cine de habla inglesa aunque con proyectos poco atractivos o en papeles de escasa relevancia. Tras una etapa de retorno a producciones en alemán y una prolífica incursión en la televisión, ocurrió el encuentro que daría un vuelco a su carrera.
HOLLYWOOD BAILA (CON) WALTZ
Tenía que ser Tarantino. El mismo excéntrico director que rescató de la ignominia a John Travolta, dio en 2009 uno de sus más grandes atinos. La escena inicial de Bastardos sin gloria es de esas que difícilmente se olvidan, puede observarse una y otra vez. Y eso es gracias a la excelsa interpretación de Christoph, quien mantiene a lo largo de toda la cinta la atención e intriga del espectador. Tanto así que la superestrella Brad Pitt, pese a entregar una de sus mejores actuaciones, no logra brillar a la par del austriaco. Las loas se repartieron entre Tarantino y Waltz; la estatuilla de la Academia fue para este último.
Sorprendidos por su talento, productores y directores multiplicaron las ofertas de este lado del Atlántico. En 2011 participó en cuatro películas de las que destaca ¿Sabes quién viene? (Carnage), bajo la dirección de Roman Polanski y donde comparte cartel con Kate Winslet, Jodie Foster y John C. Reilly. Una extraordinaria y ácida crítica a los roles autoimpuestos en la clase media de las sociedades industrializadas.
Waltz retornaría al Parnaso en 2012 nuevamente de la mano de Tarantino, con Django sin cadenas (Django Unchained). Al lado de Jamie Foxx y Leonardo DiCaprio, el vienés vuelve a mostrar sus dotes en el papel del doctor Schultz, un cazarrecompensas que libera a Django de la esclavitud a cambio de que lo ayude a encontrar a tres hermanos asesinos. Con su soberbio desempeño sedujo otra vez a la Academia, la cual le concedió su segundo Óscar.
La carrera en ascenso de Christoph y la calidad que ha demostrado, nos motivan a pensar que durante un buen rato Hollywood seguirá bailando al ritmo de Waltz.
Twitter: @Artgonzaga