EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

América Latina extrañará a Hugo Chávez

JESÚS CANTÚ

El recién fallecido presidente venezolano, Hugo Chávez, indiscutiblemente fue un líder carismático y controvertido, pero tenaz y comprometido promotor de dos causas fundamentales para impulsar el desarrollo y la democratización de América Latina: el combate a la pobreza y las desigualdades; y la integración latinoamericana.

Chávez fue un impulsor incansable de las políticas de redistribución de la riqueza, que en el caso venezolano se tradujo concretamente en destinar los recursos del petróleo para impulsar la salud pública, la vivienda y la educación, lo que permitió mejorar el estándar de vida de decenas de millones de venezolanos.

Chávez representaba una izquierda latinoamericana que se oponía a los designios del neoliberalismo imperante en el mundo y, particularmente, impulsado por el gobierno norteamericano, todavía más acendrado durante la presidencia de George W. Bush.

Más allá de las formas, que por supuesto muchas de ellas son reprobables, la gran diferencia entre la llamada izquierda moderna europea y la propuesta de Chávez, respaldada -en mayor o menor medida- por muchos de los gobiernos sudamericanos, es el compromiso con el combate a las desigualdades, particularmente las sociales y económicas; el uso de la fuerza del Estado para redistribuir los recursos económicos y el poder.

La llamada izquierda moderna europea está comprometida con la extensión de los llamados valores pos materialistas, es decir, el respeto a las minorías y el compromiso con el medio ambiente, entre otros; pero hay que recordar que en casi toda Europa funciona -con mayor o menor amplitud- un Estado del Bienestar que garantiza a toda la población, incluyendo en muchos casos a los inmigrantes y visitantes, niveles mínimos de satisfacción de sus necesidades básicas.

Eso es muy distinto a la realidad latinoamericana, conocido como el continente de las desigualdades, precisamente porque en un mismo país conviven los millonarios más grandes del mundo y la pobreza absoluta y lacerante de decenas de millones de habitantes.

Por otra parte, aunque en todo el mundo existen los llamados poderes fácticos, es decir, aquellos poderosos política, económica o socialmente que logran salvaguardar sus intereses incluso por encima de la legislación vigente y los poderes constitucionales, en términos generales en los países europeos existe un Estado funcional, es decir, gobiernos que logran hacer prevalecer el imperio de la ley por encima de los intereses particulares.

Mientras en los países latinoamericanos sucede exactamente lo contrario, en términos generales con algunas honrosas excepciones: la ley no aplica para los poderosos, que pueden cometer todo tipo de abusos y tropelías impunemente y que se aprovechan de ello para seguir amasando grandes fortunas con información privilegiada, decisiones de acciones gubernamentales que les favorecen, entre muchas otras acciones con la absoluta complacencia de las autoridades.

Por estas grandes diferencias en las realidades europea y latinoamericana, la izquierda de uno y otro continente no puede ser igual a las causas que enarbola la izquierda europea, la latinoamericana le tiene que agregar el combate a las desigualdades, particularmente las sociales, económicas y políticas y eso implica necesariamente redistribuir el poder y la riqueza. Eso fue lo que hizo Chávez, que tanto irritó a los norteamericanos y al empresariado mundial.

Chávez acertó en el qué, aunque en los cómos se haya equivocado rotundamente. Son notables la falta de eficacia y eficiencia en la implementación de su política social y en general de la política pública venezolana, tanto por la relación costo-beneficio, es decir, el notable dispendio de recursos, que dio lugar a denuncias de corrupción, como por la orientación de las mismas, es decir, su énfasis en políticas asistencialistas, que no resuelven el origen de los problemas y sí permiten su uso clientelar.

La redistribución de la riqueza a través de políticas asistencialistas tiene que ser temporal y marginal, es decir, como parte de un programa integral que se complemente con el desarrollo de capacidades para lograr que la solución del problema y la permanencia de la nueva distribución; y, únicamente, para los segmentos poblacionales que efectivamente están imposibilitados de lograr construir sus propias soluciones.

Por otra parte, el combate a las desigualdades tampoco implica el estatismo ni el autoritarismo, que sin duda caracterizaron a los 14 años de gobierno de Chávez. Una política de izquierda latinoamericana sí implica necesariamente la redistribución del poder y la riqueza, pero no el estatismo y autoritarismo, que caracterizaron al chavismo; acertó en los qués, pero no en los cómos.

Junto con esto fue el impulsor de tres organizaciones multilaterales latinoamericanas que impactarán decisivamente la vida latinoamericana en el futuro: la unión de las naciones sudamericanas; la comunidad de estados latinoamericanos y del Caribe, paralela a la OEA y sin la presencia de Estados Unidos ni Canadá; y el Banco del Sur, independiente del Banco Mundial y el BID.

Como señala Lula (el ex presidente brasileño) en un artículo publicado el jueves 7 de marzo en The New York Times: "…sus ideas serán discutidas por décadas en universidades, sindicatos, partidos políticos y en cualquier lugar donde la gente esté preocupada por la justicia social, el alivio de la miseria y una mejor distribución del poder entre los pueblos del mundo".

Sin duda, más allá de sus indudables equivocaciones en las formas, Chávez deja un legado muy positivo en la integración latinoamericana y objetivos claros para combatir las desigualdades y abatir la pobreza, tocará a otros luchar por convertirlos en realidades tangibles y durables, sin dañar las instituciones de la democracia.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 847931

elsiglo.mx