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Amores perros

GENARO LOZANO

Esta columna hoy se vuelve un diario egoísta, con el que espero que algun@s lectores se sientan identificados y sean empáticos. Escribir en ocasiones es contar historias a modo de catarsis o para reflejarnos en esa humanidad, poca o mucha, que compartimos. La que lees, querido lector, es una breve historia de mis amores perros.

Mis padres siempre me enseñaron a tratar a los animales con respeto y dignidad y a quererlos como miembros de la familia. Salvo por unos cuatro años, mi vida ha estado siempre acompañada por alguna pequeña forma no humana de vida de cuatro patas. Como casi todos los niños, siempre quise tener un perrito. La primera perra que llegó a mi vida fue en la primaria, una Setter irlandesa, la "Kitty". El segundo perro fue un pequeño cruza de maltés al que nombré "Chomy" y que marcó mi infancia. Luego llegó la "Puppy", una cariñosa poodle blanca que vivió casi 13 años con mi familia y a la que yo le contaba a la oreja los secretos de mi adolescencia. Posteriormente llegó una Schnauzer un poco histérica, a quien llamé "Ana Karenina", alias "Karenin", que llegó sana a los 14 años y cuya salud se deterioró en un santiamén al cruzar esa edad.

Tiempo después pasé unos años en Nueva York "dogless" (sin perro). Viví en el barrio de Harlem los dos años que duró mi maestría y en esta ciudad que ama a sus perros casi como ninguna otra- tal vez sólo París o Barcelona- me sentía un ente extraño al ver a los miles de neoyorquinos que todos los días sacan a sus perros al parque, entran a las tiendas con ellos, los suben al Metro o que viven en departamentos minúsculos acompañados por un Gran Danés y un San Bernardo- los hay, de verdad. Cuando leía el New Yorker, que dedica casi en cada número al menos una caricatura o una pequeña historia a esa relación íntima que desarrollamos algunos animales humanos con otros animales no humanos, me sentía nostálgico de mi vida con un perrito.

Caminar por Nueva York es ver casi en cada esquina a un extraño espécimen que parece murciélago, con la cara chata, el cuerpo de cochino y las orejas largas. La primera vez que vi uno, fue un amor instantáneo. Me prometí que al terminar la maestría me llevaría una bulldog francesa a México … y así pasó.

Mi último semestre de la maestría me obsesioné con esa raza. Leí cuanto pude de ellos, sus pros y sus muchos contras. En Yahoo y en el sitio MeetUp hay múltiples foros de personas con "frenchies" y un día hasta dediqué una tarde a ir a conocer a esos "freaks" que organizaban el grupo de "French Bulldogs NY" y que se reunían cada semana en distintos parques neoyorquinos, casi como una secta.

Al ver a esos perros confirmé mi amorío. Convencí al señor X, mi pareja de hace una década, de que tuviéramos una frenchie. La encontré con un criador en Carolina del Sur -hay que comprarlos con criadores y no en tiendas, porque es lo más humanitario que puede hacerse después de adoptar perros sin hogar. La llamé "Harlem".

Nunca voy a tener hijos humanos, pero creo que lo más cercano que podré experimentar al amor que sienten unos padres por sus hijos es lo que siento yo por los perros (y el gato) que han pasado por mi vida y por los que vendrán, dada mi necedad y adicción al cariño que ofrecen.

Me vine a Nueva York con la Harlem de vacaciones porque después de haber vivido cinco años aquí uno no hace más que extrañar esta ciudad. La Harlem me acompañó en la soledad que producen los doctorados y Nueva York y en los ataques de pánico que me daban a mitad del sueño y que me hacían pensar que estaba teniendo un ataque cardiaco. En varias ocasiones esos ataques terminaron en salas de emergencia de hospital. Los doctores, apenas me veían, me mandaban de regreso a la cama de mi casa con la Harlem y con un rivotril. Por algo la Universidad de Yale creó un programa de "adopta un bulldog" por unas horas, para combatir la ansiedad de sus estudiantes.

Lo que iban a ser unas vacaciones de fin de año se han convertido en una pesadilla.

Desde hace un par de meses, la Harlem ha tenido problemas respiratorios. La razas chatas siempre los tienen y mi frenchie no ha sido una excepción. Me la traje a las vacaciones pensando en llevarla a que la revisara el veterinario que la veía acá.

Harlem tuvo colapso de laringe. A lo largo de sus 7 años siempre tuvo algún problema respiratorio, pero esta vez se puso muy grave. Tuvo que ser operada de emergencia y está internada desde el jueves pasado. Todos los días he ido al hospital y todos los días los médicos me llaman hacia las 9 am y 7 pm, para darme noticias. Casi siempre, por la mañana me dicen que las cosas van bien y por las noches me informan de una nueva complicación que me pone los nervios de punta y el ánimo por los suelos. Salgo invariablemente del hospital con el corazón hecho añicos. La última operación que le hicieron fue una traqueotomía permanente. "Dormirla" no ha sido nunca una opción porque no está sufriendo y su calidad de vida puede ser excelente si funciona la traqueotomía.

Espero poder regresar a México con la Harlem sana, que ahora será como Darth Vader y que asustará con sus ruidos a su hermana canina, la Chelsea, y al felino Pepe.

Gracias por acompañarme a lo largo de este año. Los mejores deseos para el 2013 de parte de este columnista que sufre de amores perros.

Politólogo e Internacionalista

Twitter @genarolozano

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