Cuando el hombre construyó sus primeras ciudades, uno de sus primeros pasos fue levantar murallas que les delimitaran y protegieran. El temor a los invasores, especialmente los bárbaros guerreros, les llevó a bardar sus espacios a fin de protegerse y cuidar a sus familiares y posesiones; los mismo sucedió en la majestuosa Babilonia, que en Jericó, o en la antigua China Imperial.
Con el avance de la civilidad y el ordenamiento de las formas de convivencia, vino la necesidad de crear sistemas de protección social, caso de los ejércitos y las fuerzas policiacas; de entre todas, las preventivas, concepto de civilidad que incluía el prevenir más que combatir, pretendiendo el establecimiento de un verdadero orden social basado en leyes que se cumplían.
Así, desaparecieron poco a poco las murallas, dando paso a entradas públicas y sin restricciones, a las poblaciones habitadas por "seres humanos alejados de la barbarie".
Actualmente, en la Comarca Lagunera, hemos retrocedido a los tiempos del desorden social por la falta de seguridad y la indefensión ante los criminales, que se han apoderado de nuestras ciudades quitando el monopolio de la fuerza a los gobiernos.
Aquellos pueblos de la antigüedad se defendían con murallas, pero también se organizaban para enfrentar a los ejércitos enemigos y/o salvajes que les amenazaban; en el peor de los casos, se afortinaban si eran sitiados y se hallaban en desventaja de fuerza guerrera, siempre en espera de las mejores condiciones bélicas para contraatacar y recuperar la libertad.
Hoy sólo nos amurallamos y nos encerramos con nuestro temor.
Cada día, más barrios y colonias de nuestras ciudades inician trámites para amurallarse y otros ya lo han hecho; algunos con sendas rejas, otros con jardineras que pretenden ocultar el fin último de su colocación; todos, con la esperanza de dejar al "malvado" fuera de sus territorios, olvidando que, de así quererlo, ellos encontrarán la forma de vencer los obstáculos que les opongan.
De hecho, los conocedores del problema social que representa la criminalización del medio, sostienen que no es encerrándose como se soluciona; por el contrario, deben ocuparse los espacios públicos, hacerlos más abiertos e iluminarlos sobradamente para desarrollar en ellos actividades que ofrezcan entretenimiento y disminuyan ansiedades. Importantemente: desplazar a los antisociales.
Ya un funcionario público de la Secretaría de la Defensa -que por cierto ha sido ineficiente en la función de seguridad y vigilancia social que le impusieron- ha denunciado nuestra actitud durante alguna reunión de consulta popular, diciendo que: en tanto los habitantes de Cd. Juárez se organizaron para exigir a las autoridades y colaborar para repeler al hampa, y en Monterrey se unieron los grupos sociales para defender su ciudad, nosotros nos encerramos en las colonias buscando proteger sólo lo nuestro.
Desde luego que el comentario fue doloroso y no por eso fuera de razón, aunque habría que buscar las causas de esa actitud en nuestros antecedentes culturales.
Desde ahora descarto la cobardía, que no es particularidad de laguneros, aunque sí podemos hablar de individualismo, que tiene sus orígenes en nuestros antecedentes de colonización; de hecho, entre nuestro orgullo está reconocer el esfuerzo que hicieron los antecesores para conquistar a La Laguna y transformarla en lo que llegó a ser. "¡Lo hicieron solos, sin ayuda y a veces sin dominar el idioma!"
Recuerde que extranjeros y colonizadores venidos de otras zonas de México, debieron enfrentar al semidesierto con todas las desventajas que les presentaba para desarrollar sus actividades agrícolas o ganaderas y encarar las amenazas por la presencia de algunos indígenas belicosos, bandidos y salteadores inmisericordes que los atacaban.
Esos primeros colonos lograron conquistar al semidesierto solos, sin ayuda; de ahí proviene, en parte, nuestro individualismo, aprendido como una virtud, más que una oportunidad de mejorar.
También debemos considerar a la desconfianza, aunque mejor escrito: la seguridad de no contar con real apoyo de autoridades y las fuerzas defensoras de la paz social, que desgraciadamente han sido rebasadas, compradas o amenazadas por los criminales.
Recuerde que un gobierno débil favorece a la anarquía y al desorden social.
La contención al problema de inseguridad, -que la solución se ve lejana- de una sociedad decidida a actuar, incluye acciones firmes y claras, ocupando espacios, denunciando, exigiendo, participando, proponiendo y hasta defendiendo sus propios intereses; entre todo, requiere organización real, con claras y buenas intenciones, encabezadas por líderes valientes que busquen el bien común y no solamente el particular. ¡Se busca urgentemente uno de ésos!
En tanto no reaccionemos como sociedad organizada, tampoco recibiremos verdadera respuesta de las autoridades y no habrá un efectivo ataque al problema; deshacer la maraña de intereses particulares requiere de la unión evidente de los comunitarios que piensan en ciudades y no en colonias o barrios.
Por ahora, parece que vivimos en una Laguna del mil ochocientos ¿Qué piensa?
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