Ubo un tiempo en que la autoridad la ejercían los mayores y a ellos se les debía respeto, sin importar quiénes fueran.
Podían ser los padres, los maestros, los vecinos o el barrendero del barrio, si era un adulto merecía respeto.
Pero el avance de la ciencia y la tecnología cambiaron muchos parámetros de comportamiento.
Leí en un estudio que: "Mientras la ciencia y la tecnología evolucionan y avanzan de manera continua, los seres humanos caminamos en paralelo involucionando emocionalmente".
En otro tiempo, los padres y sobre todo las madres, nos mandaban con los ojos. No necesitaban hablar, bastaba una simple mirada para que uno entendiera qué es lo que no debía hacer.
Nos sentábamos a la mesa junto con el padre y nadie se levantaba hasta que él lo hacía; obviamente, era él el que dirigía las conversaciones e indagaba sobre la vida de cada cual.
Ahora los niños llegan y comen lo que quieren a la hora que quieren. Y si acaso se sientan a la mesa con otros, están con los ojos puestos en el celular o el juego electrónico, escribiendo a la velocidad del rayo, pero sin saber lo que escriben realmente, porque acortan palabras y usan símbolos que sólo ellos entienden.
Me agrada mucho que mis sobrinos se sienten a la mesa conmigo, pero a convivir, no simplemente de "compañeros de palo".
Y cuando indago sobre sus vidas, como buen adulto, me gusta darles consejos, que por cierto son "carísimos", porque son el aprendizaje de los muchos años que uno les lleva por delante.
Pero al mismo tiempo descubro que entre mayor información tienen a su disposición los jóvenes, menos se cultivan. Creo que son las generaciones del "copia y pega", pero sin analizar.
Desde la comodidad del hogar tienen una ventana al mundo, pero son incapaces de atravesar una calle para ir a la biblioteca a consultar un libro, mucho menos de escribir coherentemente un pequeño ensayo.
Ese mismo estudio afirma que: "Se va perdiendo el ingenio y la creatividad entre los jóvenes de nuestro tiempo".
¿Quién se atrevía a levantarles la voz a los padres o abuelos? Eso era inconcebible, menos a desobedecer una orden tajante y terminante de un adulto.
Ahora, parece que hasta disfrutan desafiando la autoridad, pues son caprichosos y malcriados, dondequiera que van.
Gerald Crabtree, científico de la Universidad de Stanford, en California, afirma que: "Aunque estamos rodeados de ventajas tecnológicas y beneficios médicos de una revolución científica, éstos han ocultado una subyacente disminución en el poder cerebral que va a continuar en el futuro conduciendo al último embrutecimiento de la especie humana".
Qué paradójico resulta que a mayor información, como comentamos, menos conocimiento personal. Hay libros electrónico, pero los jóvenes no saben leer, usan la computadora hasta para ver pornografía, pero ignoran quién fue Neruda o Cortázar. Prefieren un videojuego a un cuento de Charles Dikens.
Su lenguaje es cada día más reducido, porque saben tuitear, pero su vocabulario no rebasa las doscientas palabras, por eso prefieren lo concreto.
No han cultivado el arte de la conversación y les aburren las historias familiares, a duras penas saben quiénes son su padres, pero ignoran toda la tradición familiar que está detrás de ellos.
Por lo mismo de lo reducido de su vocabulario, todos parecen chicos Ibero: "O sea, ¿ves? Es un tipo X. Nada que ver. Mi papi me llevó de viaje, pero no sé ni a dónde".
Por eso mismo se mueven en la insustancialidad y la banalidad completa. Lo que no sea de marca no les gusta, sin importar si les es útil o no o si sus padres tienen para comprar lo que quieren.
Se vuelven insensibles y sólo buscan su propia satisfacción sin importar si hacen daño a otros.
Y ante ese panorama, nosotros no hacemos nada por salvarlos de la debacle. Grave responsabilidad tendremos del futuro que les espera a ellos.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".
