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Bajo crecimiento y déficit

Por R. Ramírez de la O

Fue el bajo crecimiento de la economía lo que provocó la mayor parte del déficit fiscal que hoy el gobierno solicita al Congreso que apruebe por 0.4% del PIB. La menor actividad económica causa menor recaudación, en comparación con la que el gobierno suponía cuando estimó el crecimiento en 3.5%.

Hoy la estimación del gobierno es que el crecimiento será sólo 1.8%. Aun ésta resulta optimista hoy, pues los indicadores de confianza y de pedidos sugieren que la caída o estancamiento continuó en agosto.

Para poner las cosas peor, en septiembre los huracanes arruinaron gran parte de la actividad económica; el turismo en el Pacífico y el Golfo; transporte y carreteras; el comercio; agricultura y ganadería.

De ahí que no se ve por dónde el producto repuntará como lo supone el gobierno. Ya se había debilitado por haber una demanda tan débil, explicada por muy baja creación de empleo y por lo raquítico de la mayoría de presupuestos familiares. Ahora esta demanda será más débil si las consecuencias de los huracanes les impiden trabajar. Y muchos no tienen viviendas.

Así, sólo la inversión pública puede ser motor para un cierto repunte económico. Por lo tardío de muchos proyectos de obra pública y la caída del gasto público que hasta julio fue de 3.2% en términos reales y 8.2% en la inversión, es de dudarse que cualquier repunte sea rápido.

Las empresas ya tienen tiempo detectando mercados demasiado débiles, poca liquidez y retrasos de cobranza. Cuando los nuevos trabajadores afiliados al IMSS promediaron 82 mil por mes en enero y febrero, en junio y julio sólo llegaron a 3 mil 900.

Por todo esto no debería esperarse más que un crecimiento muy bajo en el segundo semestre, mucho menos que lo que el gobierno espera. Y con ello el déficit fiscal será mayor a 0.4% del PIB.

Lo más preocupante es 2014, pues, aparte de debilidad, en muchos sectores hay pesimismo. Lo más probable entonces es que la inversión pública sea la única que pueda mantener cierto impulso, por lo menos en gran parte del próximo año. Y aunque apoyaría a miles de damnificados a reconstruir sus casas y a gobiernos estatales y municipales a hacer algo de reparaciones, no será sostenible más allá del corto plazo, si no hay inversión privada que la acompañe.

Añadiendo incertidumbre está el proyecto de reforma fiscal. Si bien se justifica la eliminación de privilegios para grandes grupos corporativos, tan sólo por la cuantiosa recaudación que se pierde, los cambios propuestos abarcan a toda la actividad privada. Las empresas van a sufrir porque eliminar varios de los deducibles de gastos que tenían sólo les restará disponibilidad de efectivo.

Muchas pequeñas que funcionaban con regímenes simplificados van a enfrentar ahora un sistema más complicado, aun con la eliminación del IETU. Como sus márgenes son muy bajos, en muchos casos la ampliación de la base de impuestos será a costa de su capacidad de inversión.

Por lo tanto un escenario muy probable es el freno a la inversión privada desde ahora y durante gran parte de 2014, por lo menos mientras las empresas se ajustan a los cambios fiscales. Como además los planes oficiales estiman un incremento de gastos muy fuerte, el aumento del déficit fiscal por encima de lo hoy proyectado es una posibilidad real, como no había sido en muchos años.

Es cierto que una política fiscal con meta de cero déficit cuando faltaba inversión pública era absurda. Sin embargo, ampliar al déficit, sobre todo con aumento de gasto corriente, no es una mejor opción, pues una vez ampliado el gasto seguirá su propia inercia.

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