Asegurando que enfrenta una "amenaza inminente", Estados Unidos cerró 21 embajadas y consulados en la península arábiga. Como si estuviésemos frente al choque de civilizaciones anunciado por Samuel Huntington en 1993: la guerra de los países árabes contra Occidente. O por lo menos, parafraseando a Saddam Hussein, la madre de todas las amenazas terroristas, comparable con el ataque a las Torres Gemelas, donde murieron 3 mil americanos (esa tragedia cambiaría para siempre los protocolos de seguridad en el mundo; la operación de aeropuertos y aviones se regiría a partir de entonces teniendo en mente otro ataque de Al-Qaeda).
Pero han pasado 12 años, y es importante advertir que la nueva amenaza surge, en forma muy conveniente, cuando Obama atraviesa por una crisis de credibilidad y contempla un rompimiento con Rusia. Provocado por el espionaje masivo que reveló Edward Snowden, y por el asilo temporal de Rusia.
La "alerta terrorista" se disparó por una supuesta proliferación de correos "pellizcados" por la Agencia de Seguridad Nacional, entre Ayman al-Zawahiri, sucesor de Bin Laden, y el nuevo líder de Al-Qaeda en Yemen. Supuestamente planeaban "algo grande" para celebrar el fin del Ramadán. Es obvio que Obama no quería el más mínimo riesgo de otro Bengasi. Aprovechó el momento para demostrarle a sus críticos, y a Vladimir Putin, que ha tomado el tema de Snowden muy a la ligera, que el espionaje cibernético funciona y es necesario.
Los medios se refieren a Snowden con el impresionante título de "excontratista del gobierno de Estados Unidos". Pero la foto desilusiona. Aparece un chico desgarbado, con barba rala y como recién salido de una preparatoria a la que nunca asistió. Cuenta sólo con un título de "educación general". Con eso, y un excelente conocimiento de las nuevas tecnologías, fue contratado como informático por la CIA, y después por la firma Booz Allen Hamilton, que es la verdadera contratista de la NSA.
Obama dice que Snowden no es un patriota, pero tampoco lo ha calificado de traidor. Y aunque otros lo comparen con Gandhi, es sólo un hacker que tuvo acceso a información privilegiada, y que en un momento de patriotismo la filtró en Hong Kong. Antes de partir quemó sus naves. Sabía que jamás regresaría a la vida placentera en Hawaii, donde era bien remunerado y vivía con una novia a la que abandonó. Su trabajo era aburrido: recolectar y almacenar metadata ("datos sobre datos") de millones de llamadas y correos que pasan por los servidores de los gigantes cibernéticos en EU.
No le tomó mucho darse cuenta de que su país espiaba también a sus propios ciudadanos. Consideraba inmoral que las grandes compañías entregaran los datos de clientes alojados en sus servidores. Millones de llamadas telefónicas y correos entre fulano de Yemen y perengano en California. Hasta "pellizcar" un patrón de conducta que llamara la atención.
El nuevo "hallazgo", donde asoman motivos políticos, resulta sospechoso, porque hasta hoy el espionaje cibernético no había arrojado ningún resultado (ahí están los ejemplos de Boston y la embajada en Bengasi).
La CIA y la NSA aseguran que actúan legalmente y que sólo afectan a ciudadanos extranjeros. Dicen que sus empleados no leen contenidos y únicamente registran mensajes y llamadas: "es como leer la información en el exterior de un sobre". Pocos creen esa historia.
Un Obama renuente, pero arrepentido, prometió revisar las leyes y protocolos de vigilancia para hacerlos más transparentes y respetar la privacidad. Sabe que los jóvenes rechazan la incursión en sus vidas privadas como la única manera de proporcionarles seguridad. Peggy Noonan, la prestigiosa columnista de "The Wall Street Journal" lanzó hace poco una acusación preocupante: "la vigilancia excesiva está acabando con el patriotismo…"
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(Analista político)