Días tras días, meses tras meses, años tras años, llega el tiempo electoral y en nuestro país se abrigan esperanzas, se afrontan problemas y se arrostran consecuencias de medidas legales, como son las decisiones del pueblo y el aval de las instituciones electorales del pueblo y de los gobiernos. Es la vieja práctica de elegir dirigencias que el Primer Mandatario de la República convoque y observe los cambios y reformas necesarias para que sus normas y eventos obliguen acatamiento a los ciudadanos, a veces con lesión a la economía de las mismas sociedades, de sus familias y de toda el pueblo. Nosotros, las simples personas, sólo dudamos, pues es histórico sospechar de lo que organicen nuestros gobiernos y más al enterarnos que estas reformas salen fallidas en muchas ocasiones; así que cuando las leemos impresas en papel oficial, dudamos más y las acatamos menos, aunque estas disposiciones y sus consecuencias nos obliguen a ello. Podrán acaso, levantar un pequeño remolino entre los disgustados, pero nadie, así sea Andrés Manuel López Obrador o algunos de sus alborotadores los que actúen en concordancia con sus propios intereses, entre los cuales no está inscrita la paz social.
El pasado el domingo 7 de julio, los partidos políticos y sus líderes fingieron ignorar la trascendencia del acto político electoral: los ciudadanos menos enterados sólo sabían que dichas elecciones habían sido convocadas por los poderes de la República y de los Estados, y fue más que evidente sin lograr un consenso popular en pro del ejercicio de una democracia eficaz, auténtica y operativa.
Al ver los resultados algunos advirtieron que no todo sería al gusto de la generalidad ciudadana, si bien ciertamente pudimos estar cerca de cerciorarnos. No fueron comicios lejanos, ya que ocho días después de que el Instituto Federal Electoral cerrrara el ciclo del evento electoral con un encomio a su feliz desarrollo por el Gobierno federal y los estatales, más las respectivas comisiones electorales en cada entidad y sección electoral.
Estos organismos tendrían que poner el visto bueno a pesar que, entre ellas, se exhibían víctimas de un fraude ejecutado por los funcionarios de los partidos que resultaron perdedores en la contienda: desde arriba, desde en medio y quizá desde luneta, lo cierto fue que los días habían pasado y el calendario devenía víctima de los susodichos políticos según alegaban los inconformes, exhibiendo actitudes e inconformidades de los opuestos; todos protestaban contra la inequidad de las consensos en el desarrollo de las comisiones electorales y subsiguientes conteos.
No creo que las cosas cambien antes de que los sedicentes triunfadores extiendan sus brazo derecho según se acostumbra. Hago voto, sin embargo, por que los presidentes y comisarios de las instituciones electorales revisen bien sus cuentas y con buena aritmética ésta redunde a favor de una auténtica democracia.
Por lo pronto hay que esperar, y quienes piensan que este disenso pueda ser resuelto en paz y contento, que sea así para que no resulten triunfantes ni los escandalosos, ni los inconformes, sino quienes den sanas cuentas a la colectividad ciudadana.