Caja mágica
Roberto estaba extasiado; había hecho el descubrimiento del siglo. “¡Soy un genio!”, decía mientras contemplaba la ‘caja mágica’, aquella que le permitía regresar a su momento preferido.
Habían pasado más de 30 años desde su último encuentro... el único, de hecho. Luego del frenesí de aquella noche, de un breve sueño reparador y de un amable amanecer, Roberto volvió a su realidad. ¿Conformarse? Nunca. Sólo pasaron tres noches para que su mente comenzara a idear una manera de volver a ese lugar inigualable. Así que renunció al trabajo. Necesitaba concentración; tiempo, alcohol y soledad.
Se hizo de todo lo que requería (latas de atún, galletas, barriles de cerveza, litros de whisky, vodka y tequila; la discografía de AC/DC y Zeppelin; herramienta varia, manuales de lo básico, esencia de la vida). Vendió su casa. Alquiló una pequeña bodega y montó su taller de lo inesperado. Compró un sofá que se extendía (la primera noche, abrió un six sentado en él). Con música de fondo y la pared de frente, cerró los ojos y recordó la última noche, la única.
Parecía que la fiesta llegaba a su fin... cuando apenas estaba por comenzar. María había caído rendida sobre un sillón rojo; Alicia organizaba la música y se movía sin cesar. Todavía quedaba un poco de licor. Y así, siempre al calor de las copas, se añadieron besos y caricias.
–Te pongo nervioso, ¿verdad?
–Sí, me pones nervioso.
Suficiente. Dos lenguas se hicieron una y las conciencias se disolvieron en una suave melodía. María volvió en sí cuando Roberto y Alicia se habían perdido en un momento.
–Se acabó el alcohol, necesitamos más –dijo la reina. En mi casa tengo.
–Estás loca, no pensarás irte así como andas –refunfuñó la dueña de la casa.
–Claro que sí –respondió Alicia mientras arrancaba su auto con Roberto a bordo.
Muy pronto ambos estaban en la cocina de ella. Besándose, recargados sobre la barra del almuerzo. Él recorría una escultura con sus manos; ella sostenía las tazas donde habrían de servirse más noche. Lo único que los unía eran sus labios.
La cama los recibió con menos ropa. Ella salió del baño como lo que era. Su pelo brillaba. Su blusa blanca apenas cubría lo necesario. Su sonrisa lo invitó a revolverse en un segundo.
–Tú ibas por María –le susurró.
–Pero me encontré contigo.
–Pero ella te gusta.
–Soy feliz ahora –terminó.
Alicia lo abrazó y lo demás es lo de menos. Después de repasarse el uno al otro, de sentir lo que cada quien quiso, cerraron los ojos por un instante.
Despertar juntos y desnudos no fue un cargo de conciencia para Roberto. La contempló por varios minutos, sin importarle mucho el mundo que había afuera de esa habitación. Seguía bonita, quizá ahora más. Ella abrió los ojos y sonrió; había dormido plácidamente.
Poco a poco volvieron a la ropa. De uno en uno, se lavaron en el baño. Luego se abrazaron. Ella recostó su cabeza en la panza de él. Con el mismo atuendo de la noche anterior, salieron de la casa. Alicia dejó a Roberto en una esquina. Sus labios se rozaron una vez más... la última y ya.
Las noches pasaron rápido; 36 años no son nada. Pero por fin, Roberto había encontrado el camino de regreso. La caja mágica era una maravilla. Raudo y veloz, como era su maldita costumbre, se metió a bañar. Se puso la misma ropa de aquel día y se metió a su intrépido invento, no sin antes darle un trago amargo a la última chela. Introdujo la contraseña, accionó dos palancas, cerró los ojos y esperó.
Ahí estaba otra vez, sentado en una silla viendo a María dormir y a Alicia escoger la música.
–Creo que ya es hora de que me vaya –dijo sin que nadie le respondiera.
Pasaron unos segundos y ella estaba cada vez más cerca. Nunca lo imaginó tan casual y perfecto. Nunca una lengua le supo tan bien. Para cuando María volvió en sí... bueno, lo demás ya lo sabemos. Y es ahí, a esa noche de otoño, a donde Roberto regresaba siempre. Cada día era el mismo día. Mismo principio, mismo final.
Alicia, entre tanto, había dejado también su trabajo, se fue al país de las maravillas. Lo hizo varios meses después de la súbita decisión de Roberto. Nunca intentó verlo, pero durante un tiempo esperó una llamada. Mientras él dejó su vida descubriendo el camino de vuelta a su lugar favorito.