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Calidad de vida (II)

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

En la anterior colaboración nos referíamos a los factores económicos y sociales que inciden en la calidad de vida de las personas, destacando que invariablemente las diferencias sociales determinadas por la ocupación y el ingreso inciden en ella, aunque también señalamos que una mejor posición en estos aspectos nos es condición necesaria para que ello ocurra, sobre todo si no se presentan otros factores como el entorno ambiental, la cultura y el ejercicio de ciudadanía.

Como mencionamos en esa colaboración, en última instancia la calidad de vida se refleja en la salud física y emocional de las personas, y ésta, indisolublemente está asociada a la salud del ambiente. Cierto es que la ocupación e ingreso aumentan las posibilidades de contrarrestar los efectos del deterioro ambiental, como es el simple hecho de poder acceder a la ingesta de agua no contaminada, desventaja que según la Comisión Nacional del Agua tiene la mitad de los laguneros que desafortunadamente siguen tomando agua de la llave.

Sin embargo, la salud de los ecosistemas no se limita a esas posibilidades que indiscutiblemente dan esa ventaja, ya que disponer de esos mayores recursos que propicien el confort también tienen otros efectos que se revierten de manera contraria al aumentar sus impactos ambientales, tal es el caso del uso de climas artificiales que si bien facilitan el aislamiento, particularmente de las altas temperaturas, para facilitar ese confort doméstico, son altamente demandantes de energía que contribuyen cada vez más en el calentamiento del planeta.

La forma en que los factores ambientales inciden en la calidad de vida debe verse en un espectro mayor, ya que la salud ambiental depende de la disponibilidad, en cantidad y calidad, de los recursos naturales que la propicien, y algunas veces ésta no sólo se encuentra determinada por la escala social o la residencia urbana o rural, puesto que se puede ocupar un lugar en la punta de la pirámide económica, pero vivir en una región altamente contaminada, como la nuestra, o vivir en espacios rurales igual de contaminados que los urbanos.

La calidad de vida depende de que ésta se desarrolle en ecosistemas saludables, es decir, donde se disponga de recursos que la posibiliten como agua potable, aire limpio, paisajes con valores escénicos y ambientales, por mencionar algunos. Después del disturbio que provocamos en estos ecosistemas a los cuales hemos antropizado, tales condiciones de salud ambiental, parecen imposibles puesto que implican cambios estructurales en el funcionamiento de la economía, la organización social o en las políticas públicas y, sobre todo, en la cultura de las personas.

Entonces, para alcanzar esa calidad de vida debemos proponernos recuperar nuestros recursos naturales, empresa titánica en regiones como La Laguna donde el deterioro ambiental se ha producido de manera inversamente proporcional al crecimiento económico, puesto que no hay recurso natural sobre el cual nos ufanemos de conservar en condiciones adecuadas.

Recursos como el suelo, cuya situación es desconocida para la mayor parte de la población o sólo es un coto de las comunidades académicas, presenta serios problemas de contaminación como sucede con los suelos agrícolas por salinización o el abuso de agroquímicos, o los suelos ubicados en los espacios rurales que se vienen erosionando no sólo por causas naturales derivadas del intemperismo, sino de las formas de uso inadecuado, y no se diga de los suelos urbanos, tanto de los asentamientos de núcleos rurales como citadinos, donde nuestra educación y los servicios públicos no alcanzan para reducir los volúmenes de residuos sólidos generados por la población, situación que al presentarse las tolvaneras laguneras se trasladan partículas contaminantes que inevitablemente forman parte del aire atmosférico que respiramos.

Quizá sobre insistir en el agua dulce disponible que destinamos prioritariamente como insumo para la producción, versión contraria a la de la Nueva Cultura del Agua, cuyo porcentaje mayor se usa para producir alimento para el ganado cuando hay todavía algunos núcleos poblacionales urbanos y rurales que tienen un acceso limitado a ella, o es dulce, pero no potable. De igual forma podríamos mencionar la situación del aire atmosférico que por la cantidad de ganado, superficies agrícolas, transporte urbano y de mercancías y algunas actividades industriales, suponemos que a pesar de no tener una medición adecuada se ha alterado, en particular de los gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático.

No se diga con la biodiversidad, donde observamos que sólo quedan unos cuantos manchones que aún albergan ecosistemas naturales menos disturbados que han posibilitado la permanencia de fauna y flora silvestre, a los cuales poca importancia damos y sobre los que algunas empresas quisieran apropiarse para lucrar con ellos, además del escaso interés oficial por protegerlos y conservarlos.

Los factores económicos y sociales son, de alguna manera, determinantes para aumentar las posibilidades de alcanzar una mejor calidad de vida de las personas, los cuales en gran parte dependen de las decisiones individuales que tomemos según la ocupación y el ingreso que percibamos, mientras que los ambientales, aún cuando también se sujetan a decisiones individuales requieren un ejercicio colectivo para recuperar nuestros recursos naturales y hacer más compatible o complementaria la salud de los ecosistemas con la de la población.

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