"Panamá le apostó a la conectividad", me dice Nicolás Arditto-Barletta, expresidente de Panamá, cuando le pregunto, antes de participar en la Cumbre Sonora 2013, a qué se debe el éxito económico de su país en los últimos años.
Panamá tuvo un crecimiento económico de 10.5 por ciento en 2012, que no solamente rebasa el de México, de 4 por ciento, o el de cualquier país de Latinoamérica, sino incluso el de China. Es verdad que se trata de un país pequeño, pero que ha logrado en los últimos años avances muy importantes mientras que otros países de Centroamérica se han quedado atrás.
En la conectividad Panamá ha encontrado una ventaja competitiva. El canal le definió al país una vocación comercial y de transporte desde principios del siglo XX; pero, como en tantos otros países, consideraciones políticas impidieron que esta vocación se convirtiera en sustento de una gran expansión.
En los últimos años las políticas de Panamá han cambiado. Presidentes como Arditto-Barletta, Martín Torrijos y el actual Ricardo Martinelli han quitado la camisa de fuerza a la economía y han impulsado la inversión privada. Esto ha llevado no solamente a la realización de un ambicioso plan de ampliación del canal, empezado en 2007 y que se planea concluir en 2014, sino a la transformación del aeropuerto de Tucumen en un hub, un centro de conexión internacional de primer orden. La aerolínea panameña Copa, con base en Tucumen, tuvo en 2012 un crecimiento de 24 por ciento y transportó 10.1 millones de pasajeros, algo extraordinario para una aerolínea de un país de 3.5 millones de habitantes. Panamá cuenta también con conexiones de telecomunicaciones de primer mundo.
El crecimiento panameño no habría sido posible si el Estado hubiese mantenido el papel de limitador de la inversión privada que hoy tiene todavía en México. El propio presidente Martinelli ha sido acusado por la oposición de manejar el país como un negocio, aunque los resultados hablan por sí solos. De hecho, con frecuencia se compara a Panamá con Singapur, un país también pequeño que pasó de ser mucho más pobre que México en la década de 1950 a tener un PIB per cápita casi cinco veces superior al mexicano.
¿Puede replicarse este éxito en México? Es cuestión de quitar la camisa de fuerza a la economía. Hay ejemplos de desarrollo notable en el país. El secretario de Economía Moisés Gómez Reyna apunta, por ejemplo, que el estado de Sonora pasó de tener un PIB per cápita de 1,488 dólares en 1970 a 11,375 en 2011. Esto ha sido posible por un acelerado proceso de industrialización que descubrió una vocación perdida. La industria representaba en 1970 el 20.7 por ciento del PIB de Sonora, pero para 2011 ya era de 41.8 por ciento. Esto no porque hubiese perdido valor la producción agropecuaria o de servicios, sino porque la industria ha crecido a un ritmo acelerado, particularmente la maquiladora y la minería. La conectividad del estado, particularmente con el mercado de Estados Unidos, ha facilitado este avance industrial.
México tiene un PIB nominal per cápita de 10,146 dólares. Para duplicar este monto en 15 años se requiere un crecimiento de 5 por ciento al año. El objetivo obliga a invertir cuando menos 250 mil millones de dólares al año: 21 por ciento del PIB. Si queremos crecer 6 o 7 por ciento al año tendríamos que llevar la inversión productiva a 350 mil millones de dólares, 30 por ciento del PIB. Esto es más que todo el gasto gubernamental. Por eso necesitamos liberar al país de las camisas de fuerza que ahora impiden la inversión.
MAÍZ Y TRIGO
Bill Gates y Carlos Slim inauguraron este 13 de febrero un nuevo centro de investigación del CIMMYT en Texcoco. Los trabajos de esta institución han permitido el desarrollo de nuevas variedades de trigo y maíz que han aumentado de forma muy importante la producción de alimentos en el mundo.
Twitter: @sergiosarmient4
