Mary Poppins (1965).
En el cine, la voz y la canción aparecieron casi al mismo tiempo. Una vez descubiertas las posibilidades de escape que brindaban los musicales, estos se convirtieron en el género americano por excelencia que ha cautivado a millones en el mundo.
“No entiendo los musicales, ¿por qué la gente empieza a cantar y a bailar de repente? Digo, yo de repente no empiezo... a cantar y a bailar”. “Es cierto, Jeff. No lo haces”. Este diálogo entre Jeff (Peter Stormare) y Selma (Björk), en Bailando en la oscuridad, condensa una de las cualidades centrales del cine musical: el escape. “Sin la música, la vida sería un error”, dice Nietzsche. Y esto lo sabía Hollywood desde temprana edad.
Tan pronto como la fábrica de ilusiones comenzó a hablar, puso a cantar a sus estrellas. Y así surgió el cine musical, quizás el género más americano que existe y uno de los más evasivos de la realidad. En este tipo de películas los personajes cantan sus penas y alegrías, bailan sus emociones, a la vez que divierten y sorprenden al público con sus talentos. El cine musical surgió para entretener, conmover, pero sobre todo, para distraer.
LAS PRIMERAS NOTAS
El comienzo del cine musical puede encontrarse en El cantante de jazz, cinta rodada en 1927, dos años después del surgimiento del cine sonoro. Protagonizada por el cantante y actor norteamericano de origen lituano, Al Jolson, la cinta representa un hito en el cine sonoro. Combina los parlamentos mudos con letreros con diálogos y representaciones musicales que el público podía escuchar en la sala. A la vez que Alan Crosland, el director, mostraba el camino a seguir para dotar de voz al naciente séptimo arte, inauguraba inconscientemente un género que en la siguiente década iba a encontrar su apoteosis.
Luego de la borrachera de los locos años veinte, vino la resaca de la Gran Depresión. El mundo se hundía en la desmoralización y el pesimismo. Éste fue el campo en el que germinó el cine musical, trasladando las hazañas de Broadway a la pantalla. Es en estos momentos que el género encontró su consolidación prematura. En 1929, Harry Beaumont filma La melodía de Broadway, que es considerado el primer gran musical. Con Charles King, Anita Page y Bessie Love, es la primera cinta que incluye largas escenas de canto y baile con éxitos de la época dentro de un argumento melodramático que marca el tono de lo que estará por venir. Su calidad fue premiada con un Oscar a la mejor película, apenas dos años después de creado el galardón de Hollywood. Una vez visto esto, el público se enamoraría de los musicales.
LA ÉPOCA DE ORO
La amargura de los tiempos de crisis hizo que la gente se volcara a las salas en busca de esta nueva distracción en los años treinta. Y surgieron las grandes estrellas. Entre ellas, la elegante e inigualable pareja de Fred Astaire y Ginger Rogers, quienes con Volando hacia Río de Janeiro, en 1933, abrirían un ciclo de diez películas entre las que destacan Sombrero de copa (1935) y Sigamos la flota (1936). Pero sería el director y coreógrafo Busby Berkeley quien llevaría al género a otro nivel. Sus cintas, con bailes geométricos casi de fantasía, alcanzan el grado de memorables, como en La calle 42, de 1933, dirigida por Lloyd Bacon, que narra una historia que se convertiría en paradigma: las vicisitudes de una compañía que ensaya y monta un gran show musical en Broadway.
Casi al finalizar la década, Victor Fleming -uno de los cinco directores de Lo que el viento se llevó- rodó uno de los grandes hitos del cine musical y fantástico: El mago de Oz. Esta especie de versión americana de Alicia en el país de las maravillas encumbró al nivel de leyenda a la inolvidable Judy Garland. La cinta combina escenas de la realidad de Dorothy a blanco y negro con los pasajes brillantes y coloridos de la fábula onírica de la protagonista. Esta película hoy es considerada de culto.
La década de los cuarenta vio nacer a uno de los gigantes del musical: Gene Kelly, quien al lado de Stanley Donen, estelarizó dos filmes prototípicos del género, Un día en Nueva York y la memorable Cantando bajo la lluvia, de 1952. El musical había alcanzado su madurez. La segunda película, plagada de escenas entrañables, muestra todas las potencialidades líricas del género. Kelly chapoteando con pasos sorprendentes en una calle lluviosa; Kelly declarando su amor a Debbie Reynolds; Kelly abrazando a Reynolds al final de la cinta delante del cartel que anuncia la película. Otra de las grandes cintas del genio de Pittsburgh es, sin duda, Un americano en París, que cuenta con la divertida partitura del maestro George Gershwin.
Los años cincuenta fueron de gran auge para los musicales. Cuando el mundo apenas comenzaba a reponerse de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, ya se encontraba inmerso en un nuevo conflicto. La Guerra Fría ensombrecía el ánimo de las naciones y el público nuevamente se encontraba ávido de historias que lo distrajeran de los tiempos oscuros. Es la época de Elvis Presley, Frank Sinatra y Bing Crosby. Estos dos últimos protagonizaron en 1956, junto a la diva Grace Kelly, la cinta en clave de comedia romántica, Alta sociedad, uno de los más exitosos filmes de la época.
La década siguiente representa la última época dorada del musical. Películas como Amor sin barreras, de Robert Wise y Jerome Robbins; Mary Poppins, de Robert Stevenson y protagonizada por Julie Andrews, que combinaba animación con escenas reales; La Novicia Rebelde, de Wise, y con la misma Andrews; Mi bella dama, de George Cukor, quien dirige a la bellísima Audrey Hepburn y al audaz Rex Harrison, y Hello, Dolly!, con una magistral Barbra Streisand dirigida por Gene Kelly, fueron los emblemas de este prolífico momento antes de la decadencia del cine de los bailes y las canciones. El glamour, el romance y la sofisticación habían alcanzado sus cotas más altas. Después de esto, ya poco sorprendería a los espectadores.
DECADENCIA Y RESURGIMIENTO
El género fue abandonado por las grandes productoras en los setentas. No obstante, algunos directores, como Bob Fosse, lo mantuvieron presente y evitaron su desaparición, aunque para ello tuvieron que explorar nuevas temáticas y ambientes. Destaca de esta década Cabaret, con Liza Minnelli, en donde Fosse cuenta la historia de amor entre la bailarina Sally y un estudiante universitario en el Berlín del nazismo. En la misma línea de exploración de contextos inusuales están Jesucristo Superestrella, de Norman Jewison, que narra los últimos días del nazareno sobre la excelente partitura de Andrew Lloyd Webber; Ha nacido una estrella, de Frank Pierson, en donde la Streisand hace gala de su talento y versatilidad frente y detrás de cámara, y Hair, de Milos Forman, ambientada en los años de la onda hippie.
Mención aparte merece Vaselina, rodada en 1978, bajo la batuta de Randal Kleiser, quien de la mano de John Travolta y Olivia Newton-Jones crea un auténtico clásico del cine musical adolescente.
Tras años de decadencia, el género encuentra su resurgimiento en el ocaso del siglo XX. Para entonces, los directores aprovechan la experiencia y experimentación de sus antecesores para dotar a los musicales de una nueva vitalidad y posibilidades sorprendentes. El parteaguas para ello fue Evita, del inglés Alan Parker, quien ya había dirigido grandes obras como la ácida The Wall, con música del cuarteto progresivo Pink Floyd, y Fama, ésta de 1990. Con Madonna y Antonio Banderas como ganchos de taquilla, Evita cuenta la historia, totalmente cantada, de la cantante y política argentina. Su éxito y polémica abrieron una nueva era en el musical en donde ha habido de todo.
Pueden considerarse como los nuevos hitos del género al melodrama bohemio Molin Rouge!, de Buz Luhrmann; la multipremiada cinta de época Chicago, de Rob Marshall, quien también llevó a la pantalla Nine en 2009, un singular y bien logrado remake cantado del 9 ½ de Fellini. Estas tres películas hacen uso de grandes estrellas de cine que hasta entonces no habían figurado como cantantes, una fórmula que sería recurrente.
A esta nueva ola pertenecen también obras de directores tan diversos como Woody Allen, con Todos dicen que te amo (1996) y Bailando en la oscuridad (2000), del siniestro Lars von Trier, quien convierte una tragedia en un musical sui géneris usando la extraordinaria voz de la islandesa Björk.
Las canciones de los grandes grupos de rock y pop han servido de base para atractivas obras fílmicas. Tal es el caso de Mamma Mia!, de Phyllida Lloyd, con canciones de ABBA, o la alucinante Across the Universe, de Julie Taymor, con las más famosas canciones de The Beatles.
La superproducción Los miserables (2012), adaptación de Tom Hooper del famosísimo musical de teatro basado en la novela de Víctor Hugo, demuestra que la apuesta por el género sigue vigente como parte de la oferta de una industria cinematográfica que siempre vuelve a sus raíces para renovarse.
Twitter: @Artgonzaga