Han pasado algunos días desde que el terrorismo rompió con la sensación de seguridad que se disfruta en Boston. No pienso repetir aquí los hechos que ya conocen y que fueron oportunamente documentados por medios de comunicación de todo el mundo. Basta mencionar que desde el bombazo que sacudió la línea de meta del Maratón el lunes 15, hasta la captura del último terrorista el viernes 19, la ciudad que habito vivió un verdadero estado de sitio.
Me remonto a la noche del Jueves 18, cuando el FBI ya había identificado a los hermanos Tsanarev como probables responsables del bombazo. No se como reaccionaron estos sujetos al verse descubiertos. Por un lado imagino a un par de jóvenes en pánico emprendiendo una caótica huida, pero por el otro pienso en dos fríos militantes suicidas, decididos a causar más muertes antes de su inevitable captura. Las dos alternativas son compatibles con el resultado: El terror no había terminado.
A las 10:47 pm, los estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) recibimos un mensaje de emergencia en nuestros teléfonos: "Aléjense del edificio 32. Situación de riesgo". El mensaje era anormal, y quizá por ello tan alarmante. Minutos después nuestras cuentas de correo electrónico y twitter estaban saturadas con detalles. A las 10:52 pm, la universidad reportó la presencia de un hombre armado en el campus, y a las 11:21 pm, informó que diversas agencias policíacas investigaban un tiroteo. A las 12:40, las mismas fuentes reportaron que el tirador no había sido ubicado, que las autoridades lo buscaban frenéticamente y que todos debíamos resguardarnos. Pronto nos enteraríamos que Sean Collier, un policía de la universidad de apenas 26 años, había sido asesinado a balazos.
Situación de riesgo, hombre armado, tiroteo, policía muerto. Por un momento cerré los ojos y me transporté a México. Pensé en mis amigos y familiares, que viven este tipo de "situaciones de riesgo" como parte de su rutina diaria. Mientras la crisis salía del campus y convertía a la ciudad en escenario de una enorme persecución policiaca, pensé como en pocos años los mexicanos nos hemos acostumbrado a la cotidianeidad de la violencia. Acá en Boston, la posibilidad de muertes civiles paralizó a la ciudad entera; en Saltillo o en Torreón, reportes de riesgos similares apenas logran que ajustemos nuestra ruta a casa.
A la 1:30 am las autoridades dieron alcance a los terroristas que intentaban huir en una camioneta Mercedes negra. Escuché los balazos, las patrullas y los helicópteros desde mi ventana, a unas quince cuadras de distancia. Los inconfundibles sonidos me resultaron tristemente familiares. La televisión reportó que un terrorista fue abatido, y que el otro había logrado escapar. En mi tierra, esta noticia habría marcado el final de la "situación de riesgo." La autoridad contaría el número de muertos, limpiaría la zona, y declararía que la situación está controlada. En cambio en Boston la cacería apenas comenzaba.
En cuestión de horas, el estacionamiento de un centro comercial fue transformado en central de operaciones de las autoridades norteamericanas. Digo "las autoridades" porque estaban representadas varias agencias federales, la oficina del Gobernador, y las policías de Massachusetts, de Boston y de media docena de poblaciones del área metropolitana. En medio de la crisis, emergió una línea de mando clara, con capacidad de reacción inmediata. Amanecimos con el Gobernador flanqueado por el alcalde de Boston y el agente encargado del FBI, pidiendo a una población de aproximadamente un millón de personas no salir de sus hogares mientras continuaba la búsqueda. Las escuelas, los comercios, y el sistema de transporte masivo permanecerían cerrados hasta nuevo aviso. Si el terrorista abrigaba la esperanza de perderse entre las multitudes o de despedirse con otro bombazo, la ciudad no iba a facilitárselo. Todos conocemos el desenlace. Cayó la noche del viernes, y las autoridades encontraron a Dzhokhar Tsarnaev arrinconado dentro de un velero en el patio de una casa. Sólo su captura permitió que todos bajáramos la guardia.
No quiero hacer una apología a los Estados Unidos, pero no deja de ser notable la forma contundente, rápida y efectiva en que sus autoridades reaccionaron ante una amenaza a la población civil. La comunicación con la ciudadanía, la cooperación del sector privado, la coordinación entre distintos cuerpos policíacos y el trabajo conjunto de autoridades de diferentes jurisdicciones y niveles de gobierno reflejan una maquinaria bien aceitada, producto de mucho trabajo previo. Ninguna ciudad del mundo es totalmente invulnerable a la violencia. Lo que varía es su capacidad de respuesta.
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