Generalmente frente al fallecimiento de una persona estimada, amada, querida, es cuando adquiere dimensión de valor su existencia, aunque en vida fueran reconocidas sus cualidades, en la pérdida la consciencia de su importancia se potencializa y nos pone a reflexionar lo valioso de su quehacer.
Tal es el caso de la lamentable muerte de Don Pablo Amaya Ramírez, cronista municipal de Gómez Palacio, Dgo.
Don Pablo Amaya asumió su papel de cronista como su trabajo, como su quehacer cotidiano, como la misión que le tocaba tener en la vida a la cual se dedicó apasionadamente.
El respeto que ganó entre sus colegas no sólo fue por la privilegiada memoria manifiesta en todos los datos y detalles que conocía de la historia de su municipio y de la región Lagunera, sino por la entrega y disposición a participar en todos los lugares posibles, sin menospreciar, pero tampoco preferir foros. Por supuesto, también su carácter tolerante y trato amigable.
Con escasos recursos, apoyos limitados y en ocasiones nulos emprendía proyectos que en su mayoría realizaba más con la fuerza de su voluntad que con condiciones favorables o cómodas, lo suyo era la perseverancia.
Don Pablo cubría formalmente algo que Gómez Palacio ha carecido, el trabajo profesional del registro de los acontecimientos cotidianos, lo que estrictamente es la crónica, ante su partida es necesario que el ayuntamiento se replantee este noble quehacer.
Torreón ha dado pasos interesantes en esta área. Ha tenido varios cronistas al mismo tiempo, actualmente, además de la figura de cronista dignamente representada ha constituido el consejo de la crónica con agentes capacitados en la materia.
Insisto que la pérdida de Don Pablo Amaya es lamentable, sinceramente me entristeció su fallecimiento, sin embargo, tomo ésto con la reflexión de que no sólo bastará con sustituir a la persona, sino darle la categoría, el apoyo y la jerarquía que debe tener la tarea, será la mejor manera de honrar la memoria de quien se despidió con grandeza.