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Gaby Vargas

¿Una vida fluida o atropellada?

Aún después de 40 años de casada, al escuchar la voz de Pablo mi esposo cuando llega a casa al final del día, siento mariposas en el estómago. Es un gran gusto que esta sensación lejos de agotarse, haya crecido con los años.

Cuando alguna vez comenté lo anterior con un grupo de amigas, una de ellas comentó: "¿De veras?, ¿es broma? ¡Para mí era todo lo contrario!". Ella se casó con la misma ilusión que cualquier mujer, mas su esposo le dio una serie de sorpresas nunca imaginadas que, por supuesto, los llevó al divorcio.

Siempre he afirmado que si el día de la boda me hubieran dicho que en 40 años estaríamos más enamorados que entonces, nunca lo hubiera creído. Cuando anticipas una sociedad íntima de tanto tiempo, imaginas que el aburrimiento puede ser inaudito, que la rutina y la falta de novedad se comerán tu relación. Sin embargo, no tiene porque ser así mientras el amor, la amistad y la admiración mutua se cultiven y perduren.

Al aceptar casarme con él, me llené de dudas. A los 19 años tenía la cabeza llena de frases del tipo: "¿Será la decisión correcta?, ¿será el hombre de tu vida?, ¿lo amas lo suficiente para pasar el resto de tus días con él y formar una familia?".

Cuatro años de novios no parecían suficientes para responder estas dudas de la razón; sin embargo, de modo extraño, sabía que tomaba la mejor decisión de mi vida.

La gran decisión

El momento en el que una pareja toma la decisión de pasar el resto de su vida junta -al menos ésa siempre es la intención- es muy importante escuchar lo que los tres centros de inteligencia nos dicen: la cabeza, el corazón y el instinto. Ésta es de las decisiones más importantes de nuestra vida -si no es que la más importante. Simplemente decidimos qué tan fluida o atropellada será nuestra existencia y la de nuestros hijos.

Cuando eres joven es fácil que la cabeza se deslumbre con temas que en su momento parecen relevantes: "Es muy divertido, popular", "es muy guapa y simpática", "tiene un buen trabajo y solvencia económica", "es de buena familia" y demás.

Asimismo, el corazón puede enajenarse con detalles de romanticismo, de personalidad, de creatividad, que si bien son importantes, carecen del peso suficiente.

En mi experiencia, lo que más cuenta es escuchar la sabiduría del cuerpo. Ese murmullo que responde a las preguntas: "¿Qué siento? ¿Cómo me siento con él? ¿Qué veo a futuro?". Y una vez tomada la decisión, cultivar la fina trama de la relación -sin descanso. Esa trama compuesta de tres hilos: de amor, de admiración y de amistad.

Aristóteles vs Platón

Platón decía que de la amistad brota el enamoramiento. Y Aristóteles afirmaba lo contrario: primero te enamoras y con el paso del tiempo surge como consecuencia un amor firme, profundo y real, que es la amistad.

Aristóteles sostenía que el amor tiene como sustento la propiedad, en cambio la amistad, no. Es decir, el amor reclama derechos que la amistad nunca aceptaría; por lo tanto es infravalorar al amor. En una amistad hay límites, hay un respeto de tiempos y espacios, en cambio, en el amor no.

El amor lo acepta todo -San Pablo decía que quien acepta todo es un imbécil. En la amistad no es así.

Lo que sostiene la amistad es la complicidad. Tener en la pareja a un amigo, a un cómplice con quien abrirnos y decirle tranquilamente lo que nos gusta, lo que quisiéramos, lo que nos molesta, es cocrear una buena relación.

Al mismo tiempo, se necesita un gran amor y admiración profunda para superar los tiempos difíciles.

Coincido con Aristóteles: el amor es primero y la amistad su consecuencia. ¿Y tú qué piensas?

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