"A ver si eres tan congruente"
Una cosa es verlo y otra es hacerlo. En las playas de Cancún vimos pasar esa mañana un colorido parapente que se remontaba a la altura de las nubes: "¡Wow!, se ve padrísimo", comentamos los presentes. A unos cuantos metros de nosotros se encontraba sobre la arena un gran cuadrado azul de plástico extendido, que era el punto de aterrizaje.
--¿Cómo funciona? Le pregunté a un joven de cuerpo asoleado.
-"Esa lancha que ve allá, --señalando al mar--, trae 500 metros de cuerda; ésta se engancha al parapente y jala al piloto y tripulante hasta que logren la altura suficiente. Una vez ahí, sueltan el amarre para volar libres por los aires".
--¿Son nuevos?
-"Sí, tenemos15 días de haber llegado". Me respondió.
--"¿Cuándo nos podemos subir?", le pregunté.
--"Ahorita", respondió el chavo de entre 20 y 23 años.
--"Gulp" pensé, "sí quiero pero no gracias". Le hice las señas a mi esposo, quien no dudó en subirse de inmediato. "¡Qué belleza!", fue lo único que decía a su descenso. Así que con el estómago contraído con una mezcla de temor y confianza, me coloqué el arnés y puse mi vida materialmente en manos del chavo, oriundo de Valle de Bravo, a quien hace muy poco se le había engrosado la voz y que recién estrenaba su negocio.
"Corre lo más rápido que puedas al conteo de uno, dos, tres", me dijo el piloto. Así que corrí hacia la nada y volé. La belleza era arrolladora. Todo fluyó como debía.
Al día siguiente, observamos a los jóvenes que vendían su servicio. Lo malo fue que una vez en el aire a una altura de unos tres metros y por razones que desconozco, ambos se desplomaron cual costales sobre la arena. Muy lastimados recogieron sus cosas y se fueron. No supimos más. Sólo nos dimos cuenta de nuestra suerte o irresponsabilidad del día anterior.
A unas semanas de haber vivido esa experiencia, tuve otra vez en el estómago la misma sensación al escuchar del doctor, "El cáncer que tienes en la tiroides es el más benigno que hay", sentí el vacío que aumentó cuando el cirujano me comentó sobre los riesgos naturales de la operación.
Mientras escribo esta entrega, estoy segura de que mañana que me operan todo saldrá bien; que estoy en muy buenas manos pero no deja de hacer ruido la carga emocional que tiene la palabrita con "c". Pero la vida es muy astuta. Compruebo que nos manda piedras para probarnos, para retarnos o para hacernos crecer.
Curiosamente, mañana también vence el plazo de entrega a la editorial del libro en el que he trabajado durante meses, cuyo título es Yo decido. En él he explorado, entre otras cosas, que la toma de decisiones no sólo perfila nuestra vida, sino que es nuestra vida, en especial cuando se trata de la actitud y el control de los pensamientos.
"A ver si eres tan congruente y es cierto todo lo que dices en tu libro...", me reta la vida burlona.
Ahora me toca poner en práctica lo que escribo. Así que enfoco mi atención sólo en lo que sí quiero que suceda. Sé que mi cuerpo reacciona al contenido de cada uno de mis pensamientos y creencias. Por eso, más que nunca confío en la vida, en el bien, en los doctores y en el poder de la mente. Sé que el bienestar sólo es un efecto del "bienpensar": mis pensamientos se convierten en sentimientos, mis sentimientos en actitudes y palabras, ellos a su vez se convierten en decisiones y de este ciclo está hecha nuestra vida.
Así que decido enfrentar el reto con optimismo, correr hacia la nada al conteo de tres, con la absoluta confianza de que todo va a fluir como debe.