A la distancia las cosas adquieren otro tamaño, otra proporción. Diríase que es como una lupa que incrementa el tamaño de lo sucedido, dependiendo de la cercanía con lo que aconteció. El mundo cambia continuamente y uno tiene que adaptarse a esos cambios si es necesario sobrevivir.
Durante algún tiempo viví de cerca la industria cinematográfica de Hollywood. Concretamente, en dos etapas distintas: cuando todavía los estudios eran los centros productores (y productivos) de más de 100 películas al año; y unas dos décadas después, cuando los estudios se habían convertido en reducidos centros de producción de programas de televisión o lugar de juegos y añoranza más para adultos que para niños.
El cine es ahora un negocio de "productos enlatados" (o sea VHS, Blu Rays y otras invenciones cada vez más impresionantes y menos emocionantes. La gente ya no va al cine como antes, por lo que el precio de las palomitas y los refrescos ha ido en aumento; y la publicidad de las películas es cada vez más aburrida y repetitiva.
No crea el lector que soy de esos venerables espíritus del ayer que dicen que "todo tiempo pasado fue mejor". Sí soy un poco anticuado por repetir que cada "tiempo pasado" tuvo a la vez su "mejor tiempo pasado". No estoy en contra del avance tecnológico, pese a que, entre otras cosas, envasa o enlata comida que antes sabía mejor porque era hecha en casa con algo que sí se ha ido para no volver: creatividad e imaginación culinaria de nuestras abuelas, madres o esposas que crearon la ya casi desaparecida generación de "amas de casa". Mi abuela y mi madre cuidaban celosamente "su" cocina y elegían "los únicos ingredientes" que existían, según ellas, con don fulanito o don zutanito, y así defendían ese mágico sitio que era la cocina casera, donde se tenía una "gastronomía propia" ya casi desaparecida.
En esto, como en casi todo, el "progreso" de la humanidad está ligado con la desaparición de la creatividad diaria requerida para vivir en un mundo que era más sencillo porque estaba menos habitado, y sobre todo porque desde el principio sabíamos que los políticos nunca cambian nada para mejorarlo sino para empeorarlo. Hay ejemplos actuales de esta afirmación:
El más dramático es Europa 2013 comparada con Europa 1970. De ambas puedo hablar porque he tenido la suerte de visitarla continuamente desde tiempo atrás, no por ser millonario que va a turistear, sino porque estando en las industrias automotriz y cinematográfica hice postgrados de especialización en universidades suizas, suecas e inglesas; y además negocié con gente de gobierno e iniciativa privada de Inglaterra, Holanda, Alemania, España, Italia y hasta de Yugoslavia y y Japón. En una palabra, en los bloques que hoy sufren por la ilusa idea de una Europa Unida.
Soy cuidadoso con las palabras que uso, por si acaso algún día tengo que tragármelas. Pero le aseguro al lector que un Tratado de Libre Comercio debe firmarse con cuidado, porque generalmente se diseña para favorecer al más fuerte en política, dinero y educación. Quienes negociaron nuestro TLC con Estados Unidos cuidaron mucho esos tres aspectos y por eso siento que sin ser un modelo de igualdad, nuestro TLC con todo y sus defectos es superior al que diseñaron algunas naciones de Europa.
A principios de enero de 2002, estando en Alemania durante la entrega de premios a los mejores futbolistas del mundo, me tocó sentarme en un desayuno junto a un economista holandés, quien orgullosamente me hablaba del futuro de las naciones europeas, gracias a la firma de su TLC. De entrada y por educación no expresé mis puntos de vista, pero el economista holandés (quien era director del Fondo
Económico del nuevo tratado) insistió amablemente en que compartiera su euphoria. Le dije más o menos lo siguiente:
"Es posible que en ciertas regiones del mundo, considerando la realidad socioeconómica de las naciones firmantes, pueda funcionar un TLC. Pero aquí en Europa, donde se pretende usarlo para crear una Europa Unida, va a ser un fracaso", le dije.
Aclaré que no era experto pero había vivido contrastes imposible de ignorar; que en el pasado, los intentos de crear una Europa Unida habían fracasado por la diversidad de idiomas, razas, niveles económicos y religiosos; que España teniendo en la mano casi toda la América descubierta, pretendió someterla a un reino que tenía razas distintas y un emperador que ni siquiera conocía su país, España, ni hablaba bien el idioma español, etc. O sea, la unión de países no puede basarse sólo en la economía.
Además le señalé que por misterios de etnia y naturaleza, las zonas geográficas del sur de cualquier continente tienen la mejor materia prima, pero no se distinguen por industrializarlas. Así -le dije- creo que el consumo del producto terminado del siglo XXI será controlado por quienes adquieran materia prima barata para un producto terminado. Éstos fijarán precios y demanda de la materia prima, y quienes la proveen sólo detendrían la generación de su material prima con una crisis económica. Por eso quienes compran materia prima pueden controlar mejor su baja de demanda, pero los que la proveen sólo tienen como salida reducir precios pero no costos, porque la Madre Naturaleza seguirá produciendo materia prima, haya o no demanda.
El Creador determinó que el sur de los continentes (y de muchos países) solamente produzcan materia prima; así, Europa septentrional de Suiza hacia el norte alega limitaciones físicas y climatológicas para no generar materia prima; y pueden controlar mejor siembra y consumo como lo han hecho por décadas por razones político-económicas.
Honestamente, lamento haber anticipado en 2001 lo que ha ocurrido en 2012 y que tendrá una repercusión negativa en las naciones europeas del Sur. La moraleja es que hay que echar mucho ojo en controlar este tipo de situaciones en nuestro famoso TLC. Recordemos que la crisis del país poderoso siempre repercute duramente en la economía del menos poderoso, especialmente cuando hay un TLC. Y si no, pregunten a los del sur de Europa.
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