No puedo explicarme por qué nuestros futbolistas que tienen sin duda la habilidad para derrotar a los rivales que enfrentan -incluyendo el equipo de Estados Unidos- se "arrugaron" tanto en los partidos eliminatorios para el Mundial de Brasil.
Hace tiempo, charlando con gente del extranjero que conocía mucho nuestro futbol, como los periodistas Rafael García y Keir Radnedge, etcétera, terminaba mi charla con discusiones. Sobre todo porque habían bautizado a nuestros seleccionados "héroes de tipo local". Creo que ese epíteto nunca se lo merecieron, pero por alguna razón curiosa cuando salían al extranjero a jugar, el rendimiento de muchos de los seleccionados bajaba claramente, no por culpa del clima, costumbres o todas esas disculpas que dan los que no son profesionales, sino porque en realidad nuestro futbol hasta hace un cuarto de siglo tenía poco fogueo internacional importante.
Hoy en día nuestros jugadores pueden lucir sin duda en el futbol de casi cualquier parte del mundo. Eso sí, siguen siendo nostálgicos por lo que dejaron en su país, ya que somos de un temperamento muy cerca del sitio donde nacimos, lo cual no es un defecto realmente, aun cuando en el futbol actual, tan materializado, viviendo en medios ambientes poco similares a lo que están acostumbrados, agregando el otro ambiente netamente económico que presiona a todos los clubes europeos y de rebote a los directivos y entrenadores, crea presiones sobre los jugadores; y ni hablar de lo que pesan los gritos de desprecio de los aficionados en las tribunas, que uno pensaría, oyéndolos gritar, reclamar y hasta insultar a los jugadores, que se sienten dueños de la vida y milagros de los jugadores. Y esto lo he vivido este año en un par de viajes a Europa, en Alemania, España e Inglaterra.
Por encima de todo, hay un racismo increíble aún en naciones de las que no se espera otra cosa, como Inglaterra, Italia, Rusia, etcétera. Mucha culpa tiene la prensa especializada, que rara vez habla del problema y menos aún insiste en que se controle. Y no hablemos del público en algunos estadios de Inglaterra, Alemania e Italia, que nadie parece poder calmarlo y que sus acciones insultantes y racistas continúan pese a campañas poco convincentes que se han llevado a cabo por una poco respetada FIFA.
En los partidos recientes que han jugado los países Centroamericanos y del Caribe en Estados Unidos, ha sido también evidente cómo algunos (y no pocos) de los aficionados se burlan de los jugadores cuya tez no es tan blanca como la de ellos. Lamentablemente no hay ley que impida esas expresiones desde las tribunas, hechas por cobardes que no dan la cara.
Es un duro contraste con el público que va a los juegos de beisbol de las Ligas Mayores, para quienes el origen y color de la piel de los buenos jugadores no impide que los hagan ídolos y les rindan justos homenajes. Es que me temo que todavía no hay reales y maduros aficionados al futbol en Estados Unidos. Más aún, me atrevo a asegurar que la mitad de la gente no iría al estadio si su equipo nacional estuviera perdiendo juegos, como antes, en vez de mostrar, como ahora, sus indiscutibles adelantos.
Por de pronto, no hay comparación con el público del beisbol y basquetbol, donde el problema es prácticamente inexistente. Ese racismo contenido se siente en los estadios de futbol. Directivos de la Asociación de Futbol me comentaron recientemente que están conscientes del problema sobre todo en ciertas ciudades del norte y el este del país; y piensan iniciar campañas fuertes para detener un racismo que ellos llaman "todavía incipiente". Van a pedir también el apoyo a las autoridades. Yo agregaría que ojalá, y que lo mismo debería ocurrir en algunas canchas europeas, donde ese racismo ha llegado a niveles intolerables sin que las autoridades hagan lo suficiente para detenerlo.
El deporte es universal y demanda igualdad de trato como en cualquier otra actividad humana.
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