Prácticamente hay consenso en que Enrique Peña Nieto cometió un grave error al momento de respaldar a Rosario Robles durante la inauguración de la Cruzada Nacional contra el Hambre, el viernes 19 de abril.
No tanto por el respaldo en sí a la secretaria de Desarrollo Social, sino por los términos, el ánimo y el lenguaje con que lo hizo. Ignoró las denuncias -que no eran críticas- de la oposición respecto al uso electoral de los programas sociales, no a partir de oídas o rumores, sino de audios que no dejan lugar a la duda. Peña debió enojarse, pero no contra los opositores sino contra sus colaboradores y correligionarios (incluido el gobierno de Veracruz) por meter semejante zancadilla al presidente. Pero no dirigió su enfado hacia adentro, sino que descalificó con gran soberbia a la oposición, que no tuvo más remedio que replegarse respecto del Pacto por México. Peña no mostró ahí la sensibilidad y habilidad políticas que ha tenido desde el arranque de su gobierno. Se tomó como un indicio de que el PRI que regresó al poder, no es el nuevo sino el viejo PRI, bien dispuesto a la regresión autoritaria. Y también se vio como prueba de que Peña logró su triunfo mediante la compra del voto (aunque nunca hubo elementos firmes para calcular que el voto comprado por el PRI, restando los que pudo comprar la oposición, llegara a la cifra mágica de cinco millones).
Pudo entonces Peña deslindarse inequívocamente de ese operativo así como ofrecer garantías de que no volverá a ocurrir lo detectado en Veracruz. El costo político de semejante traspié lo percibió los días siguientes, y rectificó. El discurso del martes 23, aceptando el hecho, debió haber sido el del viernes anterior. La rectificación dio respiración artificial al desfalleciente Pacto, que aún tiene mucho que dar. En todo caso, cabe reconocer en Peña la disposición a corregir cuando se equivoca, lo que no siempre ocurrió en el caso de otros presidentes. Pero falta por ver si las garantías ofrecidas por el gobierno bastan a la oposición para continuar en el Pacto, como si nada hubiera pasado.
Desde luego, todos los partidos, cuando son gobierno, incurren en prácticas clientelares de compra e inducción del voto. En toda democracia, sobre todo incipiente, esa tentación es enorme. Creer que, por ejemplo, el PRD jamás ha comprado un voto, es tan fantasioso como creer que Hugo Chávez visitó a Nicolás Maduro en forma de pájaro. Un estudio sobre lo ocurrido al respecto en la elección de 2012 revela algunos hallazgos por demás ilustrativos.
Se trata del documento titulado "La geografía electoral: 2012", patrocinado por varias instituciones mexicanas y norteamericanas y elaborado por los investigadores Alberto Díaz Cayeros, Beatriz Magaloni, Jorge Olarte y Edgar Franco. Lo primero que detectan es la eficacia de los programas sociales gubernamentales para inducir el voto en los municipios más pobres. El voto de los pobres favoreció, en mayor medida, no a Peña Nieto sino a la candidata del PAN a partir de los programas federales: "Nuestros datos nos permiten evaluar en términos estadísticos la correlación de Seguro Popular y el voto: entre mayor sea la proporción de personas en la sección electoral que pertenecen a Seguro Popular, es más probable que voten a favor de Josefina Vázquez Mota por sobre Enrique Peña Nieto y por sobre Andrés Manuel López Obrador".
Pero esa tendencia se compensa con el manejo de los programas por parte de los gobiernos estatales, según el partido que gobierne en cada entidad. Así, dice este estudio: "En estados priistas los pobres tienen la misma probabilidad de votar por el PRI que por el PAN, y siempre menos probabilidad de votar por el PRD, lo cual sugiere la importancia de ser el partido en el poder (incumbency) para cortejar el voto de los pobres". Desde luego, en este plano quien lleva la ventaja es el PRI, que suele gobernar en un mayor número de entidades. Pero donde gobiernan otros partidos se compensa la posibilidad de beneficio. Por ejemplo, respecto al PRD dice este documento: "Por lo que toca a AMLO, el estudio muestra que los pobres siempre votaron en su contra salvo en estados gobernados por el PRD, donde lo apoyan en igual medida que a EPN".
Por supuesto, que todos los partidos incurran en ese vicio, no debe impedir que se sigan tomando medidas para evitarlo en lo posible. A todos los partidos conviene una adecuada limitación de este fenómeno, aunque hasta ahora todos parecen haberse dejado manos libres ahí donde son gobierno.
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Investigador del CIDE