Con los guantes puestos
Éxito y riqueza son palabras que suelen relacionarse con los campeones del boxeo profesional. Para conseguir tales recompensas es preciso recibir muchos golpes, en el sentido más literal. Aun así, no todos conquistan sus metas y quienes las alcanzan descubren que el sabor del triunfo sobre el cuadrilátero puede durar muy poco.
La mayoría de los boxeadores incursiona en el pugilismo por hambre, ya sea de la que provoca la necesidad económica o la de ser reconocido arriba del encordado a nivel local, nacional e internacional.
Las constantes para quien se inicia en esta peligrosa y riesgosa práctica son la disciplina, así como el trabajo y la dedicación en el gimnasio y fuera de él, ya que sin estos elementos es imposible avanzar en el profesionalismo.
No hay una edad establecida para comenzar en el deporte de las narices chatas y las orejas de coliflor; la primera incursión en los establos se da por diferentes situaciones.
Muchos llegan con la ilusión de ser el próximo Julio César Chávez, Muhammad Ali o más recientemente Oscar de la Hoya, Manny Pacquiao, Juan Manuel Márquez o a nivel más local, Cristian Mijares y Marco Antonio Rubio; ambicionan tener un nombre en esta disciplina, acaparar la atención de los medios de comunicación y alcanzar las grandes bolsas económicas.
También hay quienes se acercan buscando realizar ejercicio, mantenerse en forma o simplemente aprender a defenderse, cuando son blanco de burlas, provocaciones y riñas, ya sea en sus escuelas o barrios.
El ‘virtuoso’ para las trompadas (golpes a puño limpio) es un potencial exponente para sobresalir en el boxeo de paga, sobre todo si es de mano pesada.
A quien elige dedicarse en cuerpo y alma al boxeo se le recomienda comenzar entre los 12 y los 15 años, para de la mano de los entrenadores conocer los secretos del pugilismo. Pero no se trata sólo de saber cómo golpear. A la par, se lleva una preparación física adecuada que incluye otros tipos de ejercicio pues se necesita de mucho ‘pulmón’ a fin de estar lanzando y recibiendo golpes durante varios minutos, con poco tiempo de recuperación.
Tanto en entrenamientos como en combates de preparación, los prospectos deben protegerse la cabeza y a la altura del vientre a fin de evitar un mayor daño en el intercambio de golpes.
Después vienen largos procesos donde en el plano amateur la meta es participar en cada una de las etapas de la Olimpiada Nacional Infantil y Juvenil, a nivel municipal, estatal, regional y nacional, luchando por ser el campeón en su peso y edad (división y categoría).
LA HORA DEL DEBUT
Tras acumular experiencia y fogueo durante un tiempo determinado, según el aval del entrenador y los planes del promotor, se llega al debut a nivel profesional, siempre ante un rival que igualmente esté incursionando en el boxeo de paga para que las fuerzas y el potencial se equilibren y así evitar un pleito desproporcionado que pudiera tener consecuencias catastróficas.
Quienes se disciplinan fuera del gimnasio y emplean en sus peleas todo lo aprendido en los entrenamientos llevan una enorme ventaja sobre el resto, comienzan a sobresalir y a ser detectados por diferentes promotoras.
Para ‘protegerse’ de sus colegas y evitar la piratería de sus elementos, algunos empresarios firman a los boxeadores con contratos que van de uno a tres años; con ello se ven obligados a repartir en diferentes porcentajes las bolsas de sus peleas entre todo su equipo de trabajo.
La rutina diaria del boxeador es intensa y desgastante, con un par de sesiones de entrenamiento (la física y la boxística), además de una adecuada alimentación para mantenerse cerca del peso en el que se comprometen a contender (la ceremonia de pesaje se efectúa 24 horas antes de la contienda), procurando no desvelarse, así como evitar fumar, ingerir bebidas alcohólicas y caer en las garras de la droga.
DESLUMBRANTE Y DESTRUCTIVO
Para la mayoría de los boxeadores mexicanos este deporte no es una forma de vida, por lo que tienen que mantenerse económicamente mediante algún tipo de trabajo adicional.
Son contados quienes sortean paralelamente el pugilismo con el estudio, por ello es casi nulo el nivel educativo entre los boxeadores. Es ahí donde se aprovechan los mánager, entrenadores, promotores y patrocinadores.
Desde luego, con el triunfo internacional viene la fortuna; algo que sin embargo pocos saben aprovechar. Es común que los campeones del mundo consigan atractivas ganancias económicas, pero muchos de ellos quedan en la ruina cuando se retiran porque prefieren disfrutar el éxito que planificar su futuro.
Un fiel reflejo de ello es Mike Tyson, quien en sus tiempos de gloria se embolsaba más de 10 millones de dólares por contienda (y éstas apenas duraban un round). Es más que sabido que se vio envuelto en escándalos de todo tipo, incluyendo su paso por la cárcel luego de ser sentenciado por violación. Hoy en día cobra por tomarse fotos y firmar autógrafos en Las Vegas, luego de despilfarrar las inimaginables cifras de dinero que llegó a sumar. Incluso en una ocasión acudió a Reino Unido a pelear contra Julius Francis y aprovechó para comprar una manada de leones, los cuales no pudo trasladar a Estados Unidos, al ser ilegal.
Resistirse es difícil y los ejemplos están en todos lados. Cómo olvidar que luego de brillantes años en los cuadriláteros de la Unión Americana, el más grande peleador mexicano, Julio César Chávez, se volvió célebre por sus eternas fiestas al finalizar los combates en Las Vegas, donde mujeres, alcohol y drogas corrían como vendaval. Aun hoy, Chávez sigue peleando contra las adicciones.
En ese entorno crecieron sus hijos, Julio César y Omar Chávez Carrasco. El mayor ya fue campeón del mundo en peso medio, con ayuda del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), por cuestiones comerciales. Pero Chávez Jr. ya fue marcado en Las Vegas, donde se reparten las grandes bolsas en el boxeo, al dar positivo por sustancias prohibidas un par de veces; tales faltas pusieron en entredicho su capacidad para pelear con un organismo sano y limpio. Cabe decir que en complicidad con el CMB, la promotora Top Rank y la Comisión Atlética de Texas, el Júnior la libró de salir positivo en el examen antidoping tras su pleito con el lagunero Marco Antonio Veneno Rubio, ya que los estudios nunca se realizaron. Además, dos semanas antes de ese desafío en San Antonio, Texas, fue detenido en California por conducir en estado de ebriedad e intoxicado, sanción que todavía tiene pendiente con las autoridades norteamericanas.
No faltan las historias trágicas. El canadiense Arturo Gatti y el venezolano Edwin Valero optaron por quitarse la vida en plena ebullición de sus carreras, al no poder enfrentar sus problemáticas personales.
Cuando triunfan y ganan fortunas, las tentaciones para los boxeadores están a la orden del día. Depende mucho de la formación que recibieron en casa, los valores inculcados y la educación académica que tuvieron, que puedan hacer frente a las adversidades que acompañan el éxito en el pugilismo.
BAJO EL RING
Comúnmente la fecha de quitarse los guantes se ve influida porque los púgiles (o la gente que los maneja) notan un decremento en sus habilidades. Si bien no hay una edad promedio para el retiro hay boxeadores que lo dejan antes de cumplir los 30 años, unos más lo hacen cerca de los 35. Otros se mantienen más de dos décadas sobre el ring.
Sin duda, los golpes recibidos a lo largo de los años afectan a quienes practican este deporte a gran escala. Muy pocos consiguen retirarse en pleno uso de sus cualidades físicas y mentales. Tal es el caso de Ricardo Finito López, mexicano que se despidió como campeón mundial invicto y hoy es analista en las transmisiones de la televisora de Chapultepec.
Lastimosamente, muchas de las grandes glorias llegan a caer por un nocaut consecuencia de sus decisiones, aunque eso no borra el brillo que dejan en su paso por el cuadrilátero.
Correo-e: hvazquez@elsiglodetorreon.com.mx