Fernando Escalante Gonzalbo ha escrito un libro esencial para entender la guerra contra el narcotráfico. Publicado por El Colegio de México, El crimen como realidad y representación se beneficia de la reflexión académica, las referencias literarias, el análisis de la prensa y la sufrida lectura de discursos oficiales. Su premisa es clara: en 2006 la violencia no fue un tema de campaña ni dominaba las preocupaciones de la agenda pública.
En ocasiones, la paranoia se convierte en recurso para gobernar y las iniciativas se justifican como una imperiosa reacción contra el mal. Es lo que define la política de Felipe Calderón: "En 2006, el último año de gobierno de Vicente Fox -escribe Escalante-, el gasto en seguridad pública fue de 49,461 millones de pesos, la Policía Federal tenía 12,907 efectivos, la tasa nacional de homicidios fue de 9.9 casos por cada cien mil habitantes. En 2010 el gasto de seguridad fue de 89,020 millones de pesos, la Policía Federal tenía 35,464 efectivos, la tasa de homicidios fue de 22.9 por cada mil habitantes". La asignación de recursos militares coincidió con el aumento de muertes.
Calderón justificó su guerra como una reacción ante una nueva conducta del crimen organizado: los criminales habían dejado de ser contrabandistas para abrir su propio mercado en México, provocando una disputa por las plazas. En la abrumadora propaganda que rodeó su V Informe de Gobierno, recordó: "al llegar a la Presidencia me encontré un problema". Su política de seguridad no provenía de una investigación ni de un consenso, sino de una reacción ante una emergencia. Un insecto amenazaba el cuerpo social.
Antes que él, Estados Unidos había convertido al narcotráfico en un fantasma cada vez más presente. Después de los atentados de 2001, reportes oficiales mencionaron que el terrorismo islámico podía aliarse con los cárteles. Esta visión apocalíptica carecía de realidad pero se reiteró en informes de inteligencia. Acostumbrada a definirse por lo que repudia (el nazismo, el comunismo, el fanatismo islámico), la política exterior norteamericana encontró en el narco a su nuevo villano. El incierto enemigo fue descrito con datos alarmantes y nunca comprobados (uno de ellos: el 90% de la droga llega a Estados Unidos desde México). El dinero sucio no es fiscalizado; sólo se conoce a través de conjeturas. Si se supone que es elevadísimo, se obtienen más recursos para combatirlo.
El narcotráfico existe desde hace mucho como una de las excepciones a la ley que determinan las economías del mundo. Calderón lo vio como algo acrecentado y exógeno, un tumor incrustado en el país, no como el resultado de tratos sociales complejos y de larga historia.
De 2007 a 2012 se habló de plazas y rutas como si hubiera certeza al respecto. Sin embargo, los datos eran muy vagos. Escalante recuerda que en septiembre de 2011 aparecieron en Boca del Río 35 cadáveres. La explicación del procurador estatal fue que se trató de un enfrentamiento entre grupos del crimen organizado. La del gobernador fue la misma. También la del subsecretario de Gobernación. No se dijo por qué ni cómo ocurrió eso. La escueta información se repitió como un mantra hasta convertirse en la única posible. La prensa tampoco dio una explicación alterna. 23 hombres y 12 mujeres murieron "disputando por droga".
Calderón insistió en que la violencia derivaba de la competencia entre los cárteles. La guerra no frenó el flujo ni el consumo, pero aumentó el decomiso de armas y las detenciones, varias de ellas anunciadas por el Presidente, concentrado en temas policiacos.
Estados Unidos designa adversarios para realzar su política exterior. En el caso del narco, convirtió un problema interno en amenaza externa. Se sabe muy poco de las mafias que operan en Estados Unidos y de sus complicidades con el gobierno. Los protagonistas, las historias y los cadáveres están en México.
De manera inaudita, también Calderón siguió el modelo del "enemigo externo" y vio al crimen organizado como un poder alterno, ajeno a la sociedad, sin entender que estaba enraizado en ella y era ahí donde debía ser combatido.
Las fronteras entre el delito y la ciudadanía son borrosas y se ignora el alcance de cada organización. En Seguridad, narcotraficantes y militares, Luis Astorga denuncia la fantasía popular de pensar que el narco controla "hasta el último vendedor callejero de droga" y en La guerra de los Zetas, Diego Enrique Osorno muestra que ese grupo no es un consorcio criminal, sino una corriente armada, difusa y omnipresente, que sustituye al Estado en el control de la violencia y permite los ilícitos de otros, que son sus tributarios.
En 2006 no había pánico social ni existía el tipo de enemigo descrito por Calderón. Había un problema que se enfrentó de la peor manera.
Los errores de esa lucha merecen otro libro de Escalante.