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Contra las mujeres

ADELA CELORIO

 Q Uienes piensan que los atropellos sexuales de los fuertes y poderosos contra las mujeres que dependen de ellos para su subsistencia, la de sus hijos y en ocasiones hasta la de sus padres, son cosa del pasado, están totalmente equivocados. El patrón, el dueño, el amo, el poderoso, o en su defecto sus hijos, en pleno siglo XXI se siguen abrogando el derecho de pernada o cualquiera de sus variantes, costumbre feudal que junto con el idioma y la cruz legaron los "conquistadores" a los patronos cuyos estupros y violaciones a las mujeres han sido ampliamente documentadas por la literatura ("Resurrección" de León Tolstoi), el cine y hasta por las canciones: basta recordar aquella que dice: "borrachita me voy, para la capital, a servir al patrón que me mandó llamar…". Aunque en la actualidad existen agrupaciones feministas que se afanan en hacer valer los derechos de la mujer, contamos con una Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y se han logrado significativos cambios que intentan hacer más equitativa la legislación, todavía tirarse a la sirvienta, la secretaria o la obrera sin mayores consecuencias, sigue siendo una costumbre vigente. Que al embarazarse del joven de la casa, o lo que es peor, del viejo de la casa, la sirvienta sea corrida sin ningún miramiento. Que después de una aventurilla con el jefe, la secretaria sea removida o pierda la chamba, siguen siendo formas socialmente aceptadas. Son del dominio internacional los abusos y perversiones sexuales que se permitió el ahora ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, por las que tras enfrentar algunos problemillas legales es casi seguro que jamás pisará una cárcel. Está fresca aún la fechoría (una de tantas) que Strauss Kahn, el encumbrado ex ministro de economía de Francia y ex director gerente del Fondo Monetario Internacional; quien acostumbrado a permitirse cualquier capricho sexual en el convencimiento de que a alguien como él, esas debilidades le están permitidas, cedió sin el menor conflicto al impulso de forzar a la mucama del lujoso hotel donde se hospedaba en Nueva York, para que le practicara sexo oral. Después de algunos meses arresto domiciliario y las molestias aledañas, Strauss Kahn volvió a su natal Francia donde nadie le toca ni un pelo. Elijo estos ejemplos por la estatura política y económica de los personajes, aunque el tema que me ocupa hoy trata de un personaje de muy poca monta. Trata del ex ministro de Justicia -¡hágame usted el favor!- Góngora Pimentel y la joven con quien sostenía una relación sentimental (extramarital ya que Góngora Pimentel estaba casado con la señora Ligia de la Borbolla, quien murió apenas el 21 de marzo de este 2013) y a quien aprovechando sus influencias dio empleo en la S.C.J.N. Con la joven empleada y concubina procreó y reconoció legalmente a dos hijos, ambos enfermos de autismo y con necesidades especiales de atención. Pero resulta que la madre de los niños ya no quiso nada con el ministro, y éste abusando nuevamente de su poder y de la desigualdad económica de su ex pareja, la encarceló con el "lógico" razonamiento de que le entregó dos millones de pesos para que comprara una casa a nombre de los niños, ambos menores de edad y discapacitados; y ella, la muy abusona, escrituró la casa a su nombre. Un año pasó encerrada Ana María Orozco en el penal de Santa Martha Acatitla por los purititos meros del señor ministro… ¿de Justicia? Evidente. "Reconozco que me dejé llevar por mis emociones de desconcierto por la situación en que en ese momento mis hijos vivían al lado de su señora madre" -dice el "honorable" ministro ahora retirado. Durante la mayor parte de la historia humana, los hombres han tratado a las mujeres a su antojo. De manera rutinaria los poderosos han coleccionado mujeres y amantes, sintiéndose libres de mutilar o matar a aquellas que los ofendían. Las normas sociales, las leyes penales y la progresista cultura occidental han evolucionado para refrenar semejantes abusos; pero por lo visto no se le puede pedir a un ministro retirado de la Suprema Corte de Justicia que se someta a la legalidad -que por lo visto no es lo mismo que la ley- o que siquiera esté enterado de que existe tal legalidad. Ahora con cara de beato, Góngora Pimentel aparece en un video asegurando que nunca quiso… que nunca hizo… que él sólo quiere el bienestar de sus hijos, de los que por cierto, nunca se ocupó durante el encarcelamiento de la madre. Finalmente, las sucias maniobras de Góngora Pimentel se arreglarán con algún dinerillo, no demasiado porque según el padre de los niños asegura que por su misma enfermedad sus hijos no requieren dinero para entretenimiento ni diversiones. ¿Y quién pagará por el injusto encierro de la madre?

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