VIVIR: APRENDER A MORIR
El proyecto de un nuevo año se despliega frente a mí como un blanco lienzo; en este momento los pinceles permanecen inmóviles en el caballete con sus cerdas apuntando al cielo, cargados de promesas.
La vida es un continuo que se renueva de manera constante, solamente sus protagonistas van cambiando de tiempo en tiempo. El ave que ahora canta no será la misma que lo haga en un tiempo más, pero el canto seguirá.
Algo similar sucede con los humanos, la obra del hombre continúa a lo largo del tiempo, aunque los arquitectos y los obreros se renueven sobre el escenario de la vida.
No acertaría a saber cuánto me queda por vivir, pero una cosa sí sé, quiero imprimir a cada día mi sello particular, aprovechar cada uno de ellos como si fuera el único que tengo.
Sea la dicha un estado de ánimo permanente que me permita sortear dificultades, a la vez que sacar de cada experiencia el máximo provecho.
Sea cada compañero del camino el mejor de ellos, simplemente porque así me lo propongo, esto es, mirarlo con los mejores ojos.
Que no vaya a la cama ninguna de las noches, sin haber antes recogido una experiencia nueva y positiva para mi vida.
Que no existan apegos que me sujeten, que entorpezcan la marcha, lo que me restaría libertad para ser aquello que me he propuesto.
En este momento significativo cuando un año se va y otro nuevo llega, quiero hacer un balance, medir lo logrado contra lo pendiente por conseguir, bajo la consigna de llegar a ser un mejor ser humano.