Jesús Agustín Castro.
El primero de ellos, fue para establecer el Banco Nacional Mexicano, en agosto de 1881, negociación establecida a través de Daniel Levy, por un capital nominal de 20 millones de pesos, pero que en la realidad sólo aportaron 3. A cambio, este nuevo banco obtuvo la primicia de emitir los billetes de curso legal y de uso obligatorio en todo el país, además de controlar y administrar las rentas y el servicio de crédito nacional.
La misma línea se siguió en ferrocarriles, donde el “visionario” dictador apoyó con recursos públicos la instalación de las vías férreas, obligando además a los dueños de las tierras a cederlas a las compañías ferroviarias y forzando a los habitantes de los poblados a trabajar para ellos.
Con el pretexto de que el territorio nacional era demasiado grande, con muy baja densidad de población, era necesario poblar las tierras, por lo que concesionó a compañías deslindadoras extranjeras la medición de las tierras, por lo cual recibían gratuitamente un tercio de la tierra medida. Los otros dos tercios eran subastados a precios irrisorios, siendo las mismas empresas deslindadoras las adquirientes. Así se legitimaba el despojo a sangre y fuego de miles de mexicanos, que no sólo perdían sus tierras, sino además su vida cuando se defendían con valentía del ultraje.
Para lograr el “milagro” económico, don Porfirio impuso el mando absoluto en todo el ámbito político, eliminando a base de bayonetas y balas toda forma de disidencia, arrasando vidas y pueblos e imponiendo su voluntad en todos los niveles de autoridad en el país “27 gobernadores, 259 jefes políticos, 1798 presidentes municipales, 4, 574 jueces de paz y miembros de las asambleas legislativas de los Estados, es decir todo el aparato gubernamental –órganos ejecutivos, legislativos y judiciales de la federación, de los Estados y locales- dependían de la voluntad de un solo hombre”.
La realidad demostró que el “portento” porfirista era el negocio de unos cuantos. El pueblo, es decir, la inmensa mayoría de la población mexicana, no alcanzó las bondades del “milagro”, hundiéndose en la explotación y la miseria, el analfabetismo, la muerte prematuranatural o provocada- y la falta de esperanza.
Los contrastes dramáticos provocados por una dictadura de casi 35 años, demostraron que no es lo mismo crecimiento que desarrollo. A los adoradores de los índices del crecimiento porfirista, se les olvida que el crecimiento económico en el porfiriato, basado en un modelo de alta concentración de la tierra, de la riqueza y del capital, no sólo no permitió el desarrollo económico y social de la población, sino que además provocó una revolución, la primera en el Siglo XX.