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CRÓNICA GOMEZPALATINA

La revolución maderista en La Laguna

Jesús Agustín Castro y su estado mayor enMapimí en 1911. Archivo Eduardo Guerra.

Jesús Agustín Castro y su estado mayor enMapimí en 1911. Archivo Eduardo Guerra.

MANUEL RAMÍREZ LÓPEZ , CRONISTA OFICIAL DE GÓMEZ PALACIO

“Tiene una circunstancia este jovenMadero, que no parece pordemás queUd. lo conozca, porque contribuye para formar un juicio de él; entre todos los de su familia, es el único a quien la naturaleza no protegió con dones, pues es raquítico y notablemente feo, lo cual lo inclina a sentir cierto despecho, explicable en este clase de personas, y que las predispone a disgustarse fácilmente”

Carta del general Bernardo Reyes a Porfirio Díaz, 14 agosto de 1905.

La vida de México durante el porfiriato cubrió una larga etapa de 35 años de claroscuros. Para algunos, don Porfirio fue el hacedor del “milagro” mexicano, a quien se le atribuyen poderes casi mágicos por haber logrado impulsar el crecimiento económico del país.

En opinión de no pocos, don Porfirio convirtió el petróleo, la minería, el ferrocarril, la industria textil, la banca y la agricultura comercial en los rieles que llevaron el progreso a todos los rincones del país, inaugurando una etapa de bonanza tan largamente anhelada y que México no había podido disfrutar desde la creación de la república.

Puebla fue el escenario que lanzó al estrellato a Porfirio Díaz. Las derrotas, que le provocaron a los franceses durante la injusta invasión napoleónica encabezada por Maximiliano, lo convirtieron en héroe, y quizá, solo quizá, lo hubieran proyectado a la inmortalidad, con mayor o igual estatura que Ignacio Zaragoza, de no ser por su proclividad hacia la fama y su adicción al poder.

La invasión francesa, no sólo preocupaba a los mexicanos. Los gringos veían en la presencia francesa, un peligro para sus propias intenciones expansionistas y para enfrentarlos, sólo existían dos vías: participar directamente en la guerra, lo que tendría costos y riesgos incalculables para su seguridad, después de las cicatrices dejadas por la guerra de secesión. La otra opción, la más sencilla y que además le ha redituado grandes beneficios a los EEUU durante más de 150 años, era buscar a un hombre que respondiera a sus intereses y que desde “adentro” operara las políticas de los grupos oligárquicos norteamericanos. Don Porfirio se dejó querer, sentía que estaba destinado para las grandes hazañas de transformación del país. Al lado de los grandes capitales extranjeros, el camino sería más sencillo, dado que al interior del país, el reino de los señores feudales ya era incapaz de impulsar la economía capitalista, tan de moda en el mundo.

La suerte estaba echada, los gringos tenían en Díaz, el nuevo caudillo mexicano, capaz de expulsar a los europeos de territorio americano; América tendría que ser para los americanos. Era el destino manifiesto.

¿Y los costos? No hubo costos, sólo una pequeña inversión para atender a cuerpo de rey a don Porfirio y a su amada esposa doña Carmen Romero Rubio, en su luna de miel por Nueva York en 1881, en una gira que sirvió para trazar los grandes acuerdos para inyectar las inversiones extranjeras en México.

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