(Segunda parte)
Decía Pablo Neruda, que "la vida está hecha de momentos". Y debemos vivirlos intensamente, porque nunca regresan.
Por ello, en la tierra de Disney, "Donde los sueños se hacen realidad", traté de disfrutar intensamente los días que pasé con mis sobrinas-nietas: Bárbara y Sofía, pues estoy convencido que aun cuando la vida me regalara un viaje similar, ya no sería lo mismo.
Desde muy temprana hora, la mayoría del grupo salía del hotel y se perdía en los distintos parques, atendiendo a sus propios gustos. No siempre coincidíamos todos en un mismo lugar, pero lo importante es que la pasáramos bien.
Nos tocó allá la noche de brujas, pero sabíamos de antemano que los personajes de Disney no asustan a los niños y por ello no había motivo de preocupación.
Antes al contrario, las niñas bailaron alegremente con los personajes del desfile y llenaron sus alforjas de dulces que les obsequiaron por todo el parque.
Por mi parte quedé muy satisfecho con dos detalles inolvidables:
Uno, cuando el último día me llevé a Bárbara, por cuarta vez "al mundo pequeño", que es el paseo que más disfruta y como si fuéramos novios, íbamos en el carrito, tomados de la mano durante todo el trayecto. Al final del recorrido, viéndome a los ojos, me dijo con una sonrisa en los labios: "Me cumpliste, ¡eh!, me cumpliste", lo cual me produjo una profunda satisfacción.
Igualmente, ya de regreso en el avión, Sofía se acercó a mí y tendiéndome su manita, me tocó el hombro y me dijo: "Muchas gracias por el viaje, tío. Me divertí mucho" y me dio un beso hermoso.
De entre los cientos de fotografías que Mino y Héctor tomaron durante todo el viaje, hay dos que guardaré con gusto: Una, la tomada con ellas, vestidas de princesas y el castillo de Disney a nuestras espaldas; y dos, otra donde los tres estamos en una banca de un parque y ellas me están abrazando y dando un beso, al mismo tiempo.
Esas dos fotografías, para mí, valen la pena y cualquier sacrificio que pude haber hecho y el cansancio de ciertos días, porque siempre estarán conmigo como un recuerdo imborrable para la memoria.
No hay nada más reconfortante que la risa de un niño y su alegría por la vida. Y en esos lugares recibe uno, a cada paso, alicientes de esa naturaleza.
Por eso, Juan Manuel Serrat, dice en una de sus canciones: "Cuando la llama de la fe se apaga y los doctores no hallen la causa de su mal señoras y señores, siga la senda de los niños y el perfume a curros, que en una nube de algodón dulce, le espera el Furo".
Y el Furo, que era el sobrenombre del abuelo de Serrat, le preparaba a su nieto un carrusel, siempre que lo veía triste.
En recuerdo de ese dato hermoso, en el carrusel del parque, uno de los más grandes que haya visto, me subí con mis hijas, recordando el pasaje evangélico ya citado en la entrega anterior: "Si no os haces como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos". Confío que el Señor me lo tome en cuenta cuando me enfrente a su presencia.
Reconfortantes y simpáticos recuerdos y anécdotas, como la que viví cuando me llevé a Bárbara a ver "Los piratas del Caribe"; y a la salida, en la tiendita, compré una camiseta y una gorra. Cuando le dije que ella qué quería, me señaló unas calaveras piratas que había en una canasta. La verdad, no le hicimos caso y le compramos un vaso térmico, de color rosa, muy bonito. Pero al darle el vaso, desde su carriola, volteó y nos dijo: "¿Y mi calaverita?". En la madre, tuvimos que comprarle la espantosa calavera, la cual se la colgó de su chaleco inmediatamente y hasta besos le daba. Resultó Dark, la niña.
Regresamos muy cansados del viaje, pero contentos por la experiencia vivida. Tanto que pensamos, si Dios lo permite, repetir la experiencia en unos años. Espero que contemos, para entonces, con la fuerza física para hacerlo.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".