¿Te acuerdas dónde estabas y qué hacías el once de septiembre de 2001? ¿Podrías consignarme la impresión que generaron en ti, en tu familia y amigos, aquellas imágenes donde las Torres Gemelas de Nueva York ardían en llamas? ¿Lo que sentiste al ver a personas inocentes arrojándose al vacío desde las alturas del complejo financiero, prefiriendo morir así antes que quemados o asfixiados por el humo? ¿O qué tal las grabaciones de los pasajeros hablando por última vez con los suyos a modo de despedida? Claro que lo recuerdas perfectamente pues de alguna u otra forma y en menor o mayor medida, tu mundo y mi mundo cambiaron para siempre…
Vaya que recuerdo muy bien aquel día y cómo fueron transcurriendo las horas, los minutos e inclusive los segundos, de una jornada caótica y desesperanzadora que derivó en un milenio que realmente daba inicio aquel once de septiembre.
Desde la redacción de El Siglo de Torreón, me hablaron por teléfono : "Mándanos algo, lo que sea, pero tiene que ser antes de que cerremos nacional. No importa si es columna, crónica o entrevista con el diablo; el caso es que relates lo que estás viendo", casi ordenaban.
Entonces comencé a escribir, a narrar el horror sin atender los cánones básicos que aconsejan usar siempre la cabeza y nunca la tripa, si de cuestiones periodísticas se trata. Me valió un gaznate: antepuse el corazón y con ése describí lo que vieron mis ojos. No resultó nada fácil.
Con esos mismos ojos que hace ya tantos años atestiguaron lo ocurrido aquella mañana, hoy veo y escribo sobre niños, jóvenes y adultos que perdieron la vida, de hospitales repletos de heridos y cuerpos desmembrados, rotos, de sangre que fluye a borbotones, de personas sin piernas ni futuro pues terceros habrían decidido arrancarles el aquí y el ahora del modo más cruento y artero posible: sin permiso ni consentimiento.
Menos sofisticado, doméstico o perpetrado desde el exterior, pero el infierno de Dante en Boston hace algunas semanas se llama, simplemente, terrorismo. No habrá sido desde aviones ni con la planeación e infraestructura de Al Qaeda y de Osama bin Laden, sin embargo quienes idearon los ataques -un par de hermanos desequilibrados más los que se acumulen- consiguieron infundir terror y caos en lo que resulta un evento con repercusiones psicológicas y de enorme impacto mediático, ya que en esta ocasión no fue en contra de los símbolos del poder económico o militar de Estados Unidos -las Torres Gemelas y el Pentágono- sino destinados a ponerle punto final a la vida de quienes se encontraban en plena actividad física y sano esparcimiento.
Desgraciadamente, habremos de atestiguar y relatar cosas así de aquí, hasta el final de nuestro paso por la Tierra. Tal como lo dijo Martin Luther King hace ya más de cuatro décadas, el hombre se acostumbró a matar desde los tiempos de la barbarie y nada parece detenerlo aún.
A la distancia, la barbarie continúa incólume y es parte de nuestra condición humana. Aflora de mil formas y en distintas circunstancias, en Estados Unidos y hasta en el más recóndito lugar del mundo.
Probamos la sangre, nos terminó gustando el sabor…
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