Existe, a miles de kilómetros de distancia, una llama que permanece encendida desde 1945. La flama, incólume, queda como recuerdo de la crueldad y el absurdo que supone una guerra, evidencia hasta qué grado el hombre es víctima de su propia estupidez y cerrazón. La llama de la paz arde en memoria de aquéllos que perecieron en vano, sin palabras grita, solloza en silencio para que nunca se nos olvide que de los errores poco hemos aprendido y que por desgracia los seguimos repitiendo, que estamos presos en los ciclos de la historia y la ambición sin límite. Hace casi setenta años, en el Parque de la Paz de la ciudad de Hiroshima, en Japón, se encendió una flama que estará encendida hasta que todas las armas nucleares del mundo sean eliminadas. Para mi tristeza, dicha llama sigue ardiendo y quién sabe hasta cuándo. ¿Acaso el odio y la destrucción no nos conmovió? ¿Cuándo escaparemos de la inercia?
Durante la Guerra Fría, período que comprende una buena parte de la segunda mitad del siglo pasado, el mundo vivió en peligro. Los dos miedos latentes que imperaron en aquel entonces y particularmente en Estados Unidos, eran el miedo al comunismo y el terror a una guerra nuclear. Hacia fines de los años cincuenta, gran parte de los hogares de la clase media estadounidense contaban con bunkers para protegerse de la posible denotación de una bomba o un ataque del enemigo rojo: la URSS. Por su parte, nada peor o más pecaminoso que ser tildado de comunista por el poderoso Comité de Actividades Antiamericanas del Senado que encabezaba Joseph McCarthy.
Pienso en la flama ardiente al haberse conmemorado hace algunos meses y hoy, en el marco de las posibles negociaciones de paz entre Israel y Palestina, el cincuenta aniversario de la Crisis de los Misiles en Cuba, o como popularmente se le conoce, los trece días cuando el mundo se detuvo y dejó de respirar. Hacia octubre de 1962, aviones caza estadounidenses que realizaban un vuelo de espionaje y reconocimiento sobre la isla de Cuba, detectaron la presencia de misiles balísticos soviéticos de mediano y largo alcance con ojivas nucleares. Aunque las estructuras no eran operacionales y se encontraban en construcción, al serlo, inevitablemente se convertirían en una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, la estabilidad de la región y la paz del mundo. Cabe recordar que en caso de ser disparados, los misiles podrían alcanzar, en cuestión de minutos, a la mayoría de las ciudades de Norteamérica. Por donde se le mirase, dicho escenario suponía la peor de las catástrofes.
Los trece días que precedieron el descubrimiento de los misiles y las negociaciones entre Estados Unidos y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, representan uno de los momentos más difíciles y álgidos en la historia de la diplomacia y ciertamente la prueba de fuego para el gobierno del entonces Presidente John F. Kennedy, prueba de la que por fortuna habría de salir bien librado. En el marco de las charlas secretas con el premier ruso, NikitaKhruschev, ninguno de los escenarios contemplados por los militares que rodeaban a Kennedy -con ansias reivindicatorias tras el fiasco que supuso la fallida invasión a Bahía de Cochinos escasos meses atrás- se antojaba sencillo. Bajo las reglas de combate, invadir Cuba o dispararle a los misiles equivaldría a que los soviéticos pudiesen atacar Berlín o a la América continental.
Es de sobra conocido que el gobierno de Kennedy optó por un bloqueo a Cuba -situación que a la fecha subsiste- para evitar la introducción de más armas a la isla. Tras trece días de álgida discusión -que se llevó al pleno del Consejo de Seguridad de la ONU- los rusos acordaron desmantelar los misiles apostados en Cuba bajo la condición de que el gobierno de Estados Unidos hiciese lo propio con los que tenía - apuntando hacia Rusia- en Turquía. Nunca como en aquellas semanas, el mundo estuvo tan cerca de una catástrofe con posibles consecuencias que, de haber ocurrido, mi mente no se atreve siquiera a imaginar. Por fortuna, en aquel entonces la buena voluntad y el entendimiento pesaron más que otra cosa.
Existió un hombre que se atrevió a imaginar lo que hubiera pasado en caso de que el conflicto de la Crisis de los Misiles de Cuba hubiese tomado otro rumbo. En una de sus mejores películas, DrStrangelove, Stanley Kubrick retrata el absurdo, lo inimaginable, lo que todos alguna vez pensamos pero nunca quisimos expresar. Es un ejercicio de creatividad e imaginación, un clamor que vale la pena escuchar.
Y claro, también queda la Flama de la Paz ahí, en Hiroshima. Permanece ardiente, sigue encendida. ¿Hasta cuándo? Parece que en setenta años el hombre no aprendió nada.
Twitter @patoloquasto
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