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De historias sin contar

GABRIEL ACOSTA

Una de las mayores virtudes en la vida es la capacidad de asombro; es algo con lo que se nace y, desafortunadamente, con el paso de los años esa capacidad cada vez se va difuminando hasta volverse casi transparente, poco visible. Ya lo vimos todo, ya sabemos todo, ya nada me asombra.

El mundo es una esfera enorme y tan pequeña a la vez, es nuestra casa, el lugar donde vivimos, donde todos somos hermanos. Una extraña vecindad llamada humanidad. Como todos somos habitantes de esa misma casa, es obvio y natural que tengamos diferencias, diferencias que después se transforman en problemas. Cuando un problema se vuelve muy grande, se empieza a odiar al vecino de al lado, nos abstraemos en nosotros mismos, en nuestra propia cueva emocional.

Aclarando el tema de que todos somos inquilinos en la misma casa de renta y de que todos dormimos bajo el mismo techo, ¿por qué no conocernos entre nosotros mismos? Cada persona tiene una historia que contar, una cabeza está llena de recuerdos, sueños, dolores, anhelos, motivaciones y demás. No se necesita compartir algún interés con alguien para que ese alguien se vuelva fascinante. Desde la señora de la esquina, el que lava los carros en algún estacionamiento, hasta el ejecutivo de una gran empresa. Todos tenemos algo que contar.

Si algo es constante en la rutina de cualquier persona es la gente que vemos en la misma. Personas, personas, personas, extraños, extraños, extraños. Todos forman parte del pan de cada día, todos se encuentran ambientando la película de nuestras vidas, en nosotros está si les damos un poco de protagonismo o los mantenemos como extras.

A una cuadra de mi casa vivía una señora que siempre llamó mi atención: no tenía piernas, estaba sentada en su silla de ruedas, fumando un cigarrillo mientras me veía pasar, su rostro siempre lucía sereno. No sé cuántas veces pasé por su casa pero debieron ser muchas, éramos dos rostros conocidos pero desconocidos al mismo tiempo. Con el paso del tiempo nuestra relación pasó de estar en completo silencio hasta saludarnos con un "Buenas tardes o Buenas noches", según haya sido el caso. Ella siempre llamó mi atención, siempre imaginé en llegar algún día a conversar un rato, conocer su historia, sus sueños, sus amores, sus miedos. Sobra decir que me quedé con las ganas de hacerlo, ella ya no está más ahí y a pesar de que nunca la conocí, cada vez que paso por ahí, imagino escuchar su "Dios lo bendiga" que muchas veces me confortó.

Historias como esa hay en todos lados, en el café de las mañanas, en la escuela, en el trabajo, en nuestra propia casa. Cuando uno aprende a realmente escuchar se da cuenta que al mismo tiempo se está alimentando emocionalmente, las personas somos mundos andantes dentro de uno solo y de cada uno se puede aprender, llamando aprendizaje a no todo aquello que se enseña en una escuela sino a aquello que nos hace crecer internamente. Es de sabios darse cuenta de que el mundo se vuelve un lugar mejor para vivir cuando nos preocupamos por nuestro vecino de al lado, porque seguro él tiene una gran historia que contar.

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Escrito en: jovenes columnistas

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