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DE LA VIDA MISMA

Lic. Miguel Ángel Ruelas Talamantes

En aquellos años, nuestro pueblo tenía tres entradas y salidas. La que daba al sur, por la avenida Juárez, rumbo a Zacatecas. La segunda por la calle Zaragoza que es la que tomábamos para venir a Torreón, vía Ignacio Allende y la tercera junto al Panteón para ir a Santa Clara.

Las cosas han cambiado, pues tenemos casi tres años sin visitar el lugar y sabemos que ha habido cambios de importancia sobre todo en la vía que conectaba hacía Durango con todos sus poblados.

Se habla por ejemplo de que una supercarretera se construiría rumbo a la presa de Santiago, donde pensaba levantarse un complejo turístico de importancia.

Rumbo a Zacatecas la última construcción que existía era la casa de Petra Araiza y Don Pedro. Ahí era nuestra ruta obligada cada vez que salíamos del lugar rumbo al sur, nos detenían primero los olores tan fuertes de jamoncillos elaborándose, semillas de calabaza tostándose o bien los suculentos platillos que su cocina generosa producía. Fue Petra Araiza la encargada de entretenernos un 3 de septiembre a Martha mi hermana y a este escribidor casi todo un día, llevándonos a recoger chilitos de biznaga, garambullos y sangre de grado. Ya cansados al atardecer queríamos volver y no lográbamos la aprobación de Petra, sólo hasta que un vecino de ella montado en un burro lento le dijo que ya podíamos regresar.

Al llegar a casa había mucha gente, lo que nos llamó poderosamente la atención, pensábamos mil cosas buscábamos a mamá por todas partes y la encontramos acompañada de la Tía Juanita, quien nos había traído al mundo así como por un par de señoras que no conocíamos. Juanita salió a recibirnos llena de alegría nos dijo El señor acaba de entregar aquí dos hermanitas, mostrándonos una niña morenita y una blanca diciéndonos aquí están el par de angelitos. Grande fue la sorpresa para Martha y para mí tener en casa unas gemelas que no esperábamos, pero que pronto adoptamos. Martha haciéndose cargo de la morena y este escribidor la blanca. Buscamos a Papá pero no lo encontramos.

Petra Araiza que seguía a nuestro lado nos abrazaba feliz y nos decía qué bueno que nos fuimos de vacaciones hace poco, si no, no hubiéramos podido gozar ese viaje tan largo y hermoso a la Sierra de Sta. María donde el güero, refiriéndose a este escribidor, se dio vuelo de día y de noche, lloviendo o nevando trepando a los pinos para cortar trementina o piñones mientras que su hermana aprovechó los días para conocer unos nuevos platillos que aprendió a cocinar.

Cómo olvidar a Petra Araiza la que vivía en la última casa del pueblo y a su esposo Don Pedro que nos enseñaron a conocer las bondades del campo. Por ello un recuerdo y un homenaje a este estimado matrimonio que vivía en la última casa del pueblo.

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