Hace tiempo estaba yo navegando en Facebook mientras satisfacía mi necesidad de ocio, cuando entre las fotos con frases motivadoras, los estados que se burlan de Peña Nieto y las chicas en busca de su media naranja, me encontré con una imagen que se salía del cliché de la red social: era una fotografía de tres personajes históricos que, al parecer, tenían una muy amena conversación. Se trataba, sin tanto rodeo, de los escritores Julio Cortázar y Carlos Fuentes y el cineasta Luis Buñuel. Sin lugar a dudas, tres grandes mentes del mundo contemporáneo.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue imaginarme el tema de discusión. Quizá hablarían de la reforma política en México, de los estragos de la guerra de Vietnam, o de la independencia de Uganda. Pensé que debía de ser un tema interesante: tres intelectuales de la época reunidos en el mismo lugar y yo sólo quería saber de qué hablaban. Analicé el cuadro una vez más y detuve mis pensamientos por un instante: en realidad no tenían por qué estar hablando de algo "importante", podrían estar hablando del desayuno de la mañana o de la falta de sueño en tan largo viaje. Una charla normal de personas normales.
¿Y qué Cortázar, Fuentes y Buñuel no eran personas normales? La respuesta es relativa según quien la conteste. No podemos hablar de que fueron personajes comunes porque simplemente no lo fueron: dejaron un vasto legado cultural y ejercen, hasta la fecha, una gran influencia en la manera de escribir y de hacer cine, respectivamente. Por otro lado, ni su mente prodigiosa, ni su gran talento los colocan en un plano superior al de la gente "normal"; al final del día eran tan normales como usted y como yo, con necesidades y deseos tan simples como los nuestros. Tan humanos que no estaban en ningún pedestal divino y no tenían inmunidad de sentir las emociones propias de los "mortales", porque detrás de su máscara de intelectuales y figuras célebres, nunca dejaron de ser personas de carne y hueso. Insisto, como usted y como yo.
La mayoría de nosotros tenemos algún famoso que nos inspira o por el cual sentimos algún dejo de admiración. No digo que esté mal tener un símbolo de identidad o modelo a seguir, de hecho es algo bastante normal y tiene un impacto mayor en la niñez y la adolescencia. Muchas veces, dentro de nuestras divagaciones mentales y con la ayuda de los medios de comunicación, se suele mitificar a estos personajes: se les marca con una etiqueta de superhéroes y se exageran sus virtudes. Se crean leyendas al respecto, creando explicaciones basadas en mitos para que podamos comprender de dónde viene su genio o sus talentos.
A mí me gusta mucho ver la parte humana de los artistas que suelo admirar. Un ejemplo para mí es John Lennon. Pienso mucho en la genialidad de todo lo que fue, el gran nombre que dejó en la historia, no sólo de la música sino de la humanidad. El solo hecho de ver su rostro nos hace asociarlo con su lucha por la paz mundial. La imagen rebelde de los Beatles: el gran John Lennon, genio y figura. A pesar de todos los adjetivos aduladores que yo le pueda poner, Lennon fue también un simple hombre y eso lo reflejó en sus letras: "Me sentí inseguro, quizá tú no me ames más". Esa frase en particular me resulta difícil de imaginar tomando en cuenta de quien viene. ¿John Lennon, inseguro? Él se encontraba en la cumbre de su carrera musical cuando escribió esa canción, con el mundo a sus pies; aún así, en la intimidad de su almohada, dejaba de ser un Beatle y se convertía en una persona que también sufría por amor. Como usted y como yo.
Quizá Cortázar, Fuentes y Buñuel no hablaban de algún tema relevante, quizá sólo fingían hacerlo para la fotografía, para que un fanático como yo especulara al respecto. Quizá debería no maquinarme con sus conversaciones y debería seguir leyendo sus libros, que es ahí donde dejaron sus verdaderos superpoderes, donde los mitos se convierten en realidades.