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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Cambian los tiempos. Con ellos todo cambia. Los "días santos" de ayer parecen idos ya. No trato hoy de hacer un vano ejercicio de nostalgia, ni menos aún de repetir la manida afirmación de que todo tiempo pasado fue mejor. La verdad monda y lironda es que, bien vistas ya las cosas, todo tiempo pasado fue igual. Y sin embargo, a veces me asalta el inquietante pensamiento de que que nuestros mayores vivían la vida con más sabiduría que nosotros. Del mismo modo que antes -al decir de los viejos- las estaciones del año estaban bien marcadas, pues claramente se distinguían la primavera, el verano, el otoño y el invierno, del mismo modo, digo, también la vida de los hombres estaba sujeta a cambios distintivos. Al estallido de júbilo del Carnaval (que se celebraba en todas partes, no nada más en algunas ciudades, como ahora) seguía la época penitencial de la Cuaresma. En el Carnaval había bailes de disfraces; desfiles de carros alegóricos; combates de flores y confeti; juegos y regocijos populares. Había el entierro del Mal Humor, con asuetos y jiras campestres. Pero luego llegaba la Cuaresma, y las risas y cantos se volvían recogimiento, unción. El fervor religioso del pueblo se acrecía. El Miércoles de Ceniza, primer día cuaresmal, no había quien no luciera en la frente el "jesusito", que así se llamaba la mancha dejada por la ceniza que imponía el sacerdote al pronunciar en latín la ritual frase: "Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris". Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás. La gente hacía sacrificios y se imponía mortificaciones; las diversiones se suspendían, y cualquier distracción profana era mal vista. Había imponentes ceremonias: la visita del Pésame; el recorrido por "las siete casas"; las procesiones del silencio; el sermón de las siete palabras. La tradición popular daba color a esos días. El Domingo de Ramos se compraban aquellas hermosas palmas tejidas con arte y maestría; se llevaban a bendecir y se ponían luego en la casa, generalmente en la parte de atrás de la puerta, como defensa para que no entrara "el enemigo malo". Dijo Ramón: "Por tu balcón de palmas bendecidas / el Domingo de Ramos yo desfilo / lleno de sombras porque tú trepidas...". A la tristeza cuaresmal seguía la esperanza de la Resurrección. A la medianoche del Viernes Santo se acababa el luto por la muerte del Señor. Había alboroto popular en la tradicional quema de Judas el Sábado de Gloria. El Domingo de Resurrección sonaba otra vez el jubiloso repique de las campanas, esquilas y esquilones, y cesaba el ronco estridor de las matracas que con su sorda voz habían convocado a los oficios cuaresmales. También en el seno de los hogares la Cuaresma imponía un ritmo diferente. Se disfrutaban entonces las comidas propias de la temporada: el caldo de habas y lentejas; las tortas de papa o camarón; el pescado seco; los cabuches; los chicales; los nopalitos; la flor de palma; las torrejas; la capirotada; todos esos platillos suculentos hechos con antiguas recetas sapientísimas, ornato y gala de la cocina mexicana. Ahora, en cambio, todos los días se parecen unos a otros. Ramón dijo: "Regateas con Cristo las mercedes / de fruto y flor, y ni siquiera puedes / tu cadáver colgar en la impoluta / atmósfera imantada de una gruta". Ya ni siquiera oímos decir "Semana Santa". El lenguaje oficial inventó eso de la "Semana de Primavera", burocrático nombre para no emplear el religioso. Ayer se atribuía el carácter de sagrados a los días en que se conmemoraba el misterio de la Redención. Ahora ya no tenemos misterios. Todo se reduce a la mediocridad de lo que se conoce. Todos somos iguales a todos; no hay ya días diferentes. La gente, cansada de la rutina y las fatigas diarias, escapa a donde puede; se divierte todo lo que puede; gasta lo que no puede, y en esa evasión alharaquienta pierden sentido los días, y desaparecen aquellas prácticas de nuestros abuelos. Y sin embargo, no debemos jeremiquear por eso. Llorar por tiempos idos es dar un pobre empleo al llanto. Pero en alguna forma hemos de pintar nuestros días de colores diferentes: días blancos de la Navidad; días rojos del amor; días de múltiples colores de la primavera; días color pastel en Pascua; dorados días del verano; días tricolores del mes de la Patria... Y no tenemos ya días morados... FIN.

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