Dice un antiguo dicho: "El que se sienta de sentón y se levanta de pujido, está jodido". "Pues yo estoy jodidísimo -añadía un añoso señor, don Vetustiano-. Me siento en mi mecedora, y ni fuerzas tengo ya para mecerme". Pertenecía él al Club de los Minifaldos, llamados así porque están a 5 centímetros del hoyo. Si veía en la calle una carroza funeral le gritaba al conductor: "¡Taxi!". Y sin embargo, no perdía el gusto por la vida, y miraba cada nuevo día como regalo que debía agradecer y disfrutar con buen ánimo a pesar de todos sus quebrantos, los del cuerpo y los del alma. Cuando en su casa pasaba frente a él la linda criadita, le decía: "¡Ole! ¡Ole!". La garrida moza, al mismo tiempo asombrada y divertida, le comentaba a la hija de don Vetustiano: "¿Qué le parece su papá? Cada vez que me ve me piropea. Me dice: '¡Ole! ¡Ole!'". "No te está piropeando -le corregía la hija-. Te está pidiendo su atole". El maduro caballero miraba por la ventana a las muchachas del barrio, ataviadas con sus mínimos atuendos primaverales, y suspiraba: "¡Las mujeres de hoy en plena revolución sexual, y yo ya sin parque!". En cierta ocasión don Vetustiano cometió una imprudencia. Al paso de una mujer que meneaba excesivamente el trasero le espetó un requiebro subido de color muy usado a mediados del pasado siglo. Le dijo: "No menee tanto la cuna, que me va a despertar al niño". Indignada al oír semejante badomía la susodicha fémina denunció a don Vetustiano por acoso sexual. Él no se defendió ante el juez. Explicó, feliz: "A mis años eso no es una denuncia: es un halago". En estos tiempos de igualdad de género es riesgoso que un hombre le diga un cumplido a una mujer. Hace unos días Barack Obama elogió por su desempeño a una joven funcionaria pública, y dijo que además de sus cualidades profesionales la muchacha era muy guapa. Eso desató la furia de las extremadas feministas, y el pobre Presidente de los Estados Unidos tuvo que disculparse por su machista atrevimiento. En mis tiempos de estudiante en Nueva York pasé una gran vergüenza. Sostuve la puerta de entrada de una tienda para que pasara por ella una señora de buena presencia, elegante y bien vestida. Aquí cualquier mujer me habría dicho: "Gracias". Ella me dijo con aspereza: "Fuck you!". Desde luego hay casos en que se justifica la protesta de una dama ante una galantería masculina. Cierta secretaria presentó una denuncia ante el juez contra un compañero de oficina. Lo acusaba de acoso sexual. Le preguntó el juzgador: "¿En qué finca usted su denuncia, señorita?". Contestó la denunciante: "El individuo me dijo: '¡Qué bonito te huele el pelo!'. Esa es una majadería insoportable que por ningún motivo estoy dispuesta a tolerar". "Señorita -acotó el juez, asombrado-. No considero que su actuación judicial esté fundada, ni que se tipifique el delito que atribuye usted al supuesto ofensor. Creo que exagera usted al presentar una denuncia por acoso sexual contra su compañero por haberle dicho que el pelo le huele bonito". Explicó, hosca, la mujer: "Es que el hombre es un enano". (No le entendí). La sequía se ha abatido sobre muchos estados del País, y está afectando gravemente a esas zonas. Quienes viven en el campo, o que del campo viven, afrontan hoy por hoy problemas graves para subsistir. No sé que se hayan puesto en marcha programas de emergencia que sirvan con eficacia y prontitud para auxiliar a los ejidatarios y pequeños propietarios que sufren las graves consecuencias derivadas de la falta de lluvias. En mi región los campesinos están malbaratando sus ganados, pues ya no hay hierba en el campo para alimentarlos, y sus dueños no pueden afrontar el costo del forraje. Muchos habitantes del campo lo están abandonando para ir a las ciudades a buscar en qué ocuparse y alejar de sus hogares el espectro del hambre. Ningún gobierno puede cerrar los ojos ante esa situación. No cabe aquí la negligencia; cualquier tardanza es culpa grave y gravísima injusticia. A los males de la naturaleza no deben añadirse los del burocratismo. Y mejor paso a retirarme, porque estoy muy encaboronado. FIN.