La casa es hermosa, llena de luz, al mismo tiempo grande y cálida. Su jardín lo diseñó el mejor arquitecto de paisajes del mundo: Dios. Se extiende hasta la montaña; de sus alturas llega el vuelo del colibrí y del águila, el canto del cenzontle y del gorrión. Es de Alfonso Morales esa casa; en ella vive con su bella esposa y en compañía de sus hijos y sus nietos. Ahí, en ese barrio que se llama El Barrial, entre Santiago y Monterrey, mi amigo Poncho, señorial señor, cumple cada día la tarea que sabe hacer mejor: vivir. Cuida su huerto, lee, oye música, ve películas buenas, recibe con largueza a sus amigos, hace el bien. El otro día nos reunió para celebrar a un amigo que ha sido parte de lo mejor de nuestras vidas: Jorge Martínez Herrera. ¡Qué hombre tan humano es este Jorge! Yo no sé si la vida sea arte o sea ciencia, pero él es un artista en la ciencia de la vida, y un maestro en el arte de vivir. Sabe de la canción y del poema; conoce muchas cosas acerca del amor y la amistad. La misma sonrisa tiene para la dicha que para las penas. Ha sabido vivir con plenitud. La fiesta a que nos convocó Poncho Morales fue un fiestón. Jorge la dirigió igual que diestro conductor de orquesta. A todos nos hizo brillar. Eso es lo que hace con sus amigos el amigo: los hace brillar, como si fueran reflejo de su propia luz. Se cantaron muy buenas canciones (Sentencia; Amor perdido; Ojos cafés), y se recitaron muy malos versos, que en esas ocasiones suelen ser los mejores. Reímos como en los tiempos de la juventud, igual que si tuviéramos 20 años. La silla de plástico que ocupaba uno de los queridos amigos cedió bajo su peso, y él vino al suelo estrepitosamente. Yo, que estaba a su lado, lo ayudé a ponerse en pie, y después de preguntarle, preocupado, si no se había hecho daño llamé a uno de los diligentes meseros que nos atendían y le pedí con apremiante voz: "¡Por favor! ¡Una silla más fuerte!". Cuando llegó la silla la acomodé, solícito, y luego me senté en ella. Nos acompañaban unos grandes acompañantes: el Trío Cristal. Su primera voz es de primera --me hizo recordar a Johnny Albino--, y su requinto es una combinación de los de Gilberto Puente, Juan Carreras, Sergio Flores y Chamín Correa. Los cuatro integrantes de este trío de cuatro son maestros de voz y de instrumento. Ellos me acompañaron a primer oído mi famosa canción ranchera intitulada Toña, cuya letra es un dechado de inspiración romántica: "Tengo una novia que se llama María Antonia, / pero con ella es un continuo batallar: / no me permite que la tome de la mano, / ni mucho menos que le tome lo demás. / Ya van tres días que la llevo a los nopales, / y sin embargo no la puedo convencer / de que los besos y otros actos similares / son naturales entre el hombre y la mujer. / No te hagas, Toña, dame un beso de tu boca, / un solo beso de esa boca colorada. / Ándale y ándale, que al fin no pasa nada, / y si algo pasa le ponemos como yo. / Tengo una novia que se llama María Antonia, / pero con ella no se puede negociar: / cuando le pido lo que piden los humanos, / siempre me sale con que se quiere casar. / Yo le prometo lo que todo mexicano, / pero le pido una prueba de su amor, / y la otra noche por fin me dio la prueba, / pero la prueba era un pañuelo que bordó. (Se repite el estribillo)". Declamé también el breve, pero emotivo poema dedicado a un perro inolvidable, Eneas: "Murió mi perro querido. / Murió mi querido Eneas. / Amigo: aunque no lo creas, / cada vez que estoy dormido / siento que me lame Eneas". Mayor sentimiento no puede expresarse en términos poéticos. Gracias a Poncho Morales y a su señora esposa por la espléndida hospitalidad que nos brindaron; por esa memorable fritada de cabrito, gala de gula norestense, bocado no de cardenales, sino de pontífices. Y le envío otro abrazo --uno más-- a Jorge Martínez Herrera, amigo cuya amistad es abrazo permanente. Su vida ha enriquecido la nuestra. La ha vivido con pasión de tempestad; en él han actuado más las emociones que la fría razón. Sobre Jorge jamás caerá la noche, pues brilla en su alma permanente luz. Con ella nos ha iluminado a sus amigos; van en nosotros su jocunda risa, la música de su mujer-guitarra, su voz vibrante en la canción, la gracia y talento de sus decires, su generosa entrega a los demás, su profunda sabiduría de ser. Haberte hallado en el camino, Jorge, es haber hallado un camino. En él nos seguiremos encontrando siempre. En él tendremos siempre 20 años... FIN.