"¿Cuál es la parte absolutamente insensible que se encuentra en el extremo inferior del atributo varonil del hombre? Es el hombre". Esta frase no es mía. La escribió miss Peni Senvy, feminista de la vieja guardia. Yo digo que exagera. Hay hombres sensibles, cultos, refinados, atentos, detallistas, educados. Y generalmente sus novios tienen también esas mismas cualidades. No todos los varones son como Capronio, sujeto incivil y desconsiderado que afirmaba que la mujer perfecta sería aquella que al terminar el acto del amor se convirtiera en un six de cerveza y una pizza. Pedestre, muy prosaica es su opinión, dicen algunos: mejor sería que la mujer se convirtiera en una copa de vino tinto y algunas lonchas de jamón serrano. Tampoco es cierta la versión según la cual el hombre actúa con egoísmo al hacer el amor, y que un minuto después de terminar el acto se echa a roncar. No generalicemos: hay algunos que se echan a roncar dos, y hasta tres minutos después. Lo que sucede es que el orgasmo, esa pequeña muerte que dijo alguien, produce en el varón una dulce fatiga que lo enerva y lo sume en una especie de sopor en el cual se siente reconciliado con todo el universo. Difícil es salir de ese nirvana para hacerle conversación a su pareja. Eso no es egoísmo: es naturaleza. Se me dirá que la mujer no actúa así. Concedo. Pero es que, como dice don Abundio el del Potrero, "no es lo mismo dar que recebir". Todo lo dicho sirve para evocar a don Geroncio, senescente señor que empleó la totalidad de sus reservas físicas, ahorradas durante mucho tiempo, en hacerle el amor a una frondosa dama amiga suya. Terminado el trance ella no se dio por mal servida, y le preguntó al añoso galán: "¿Cuándo lo hacemos otra vez?". Con feble voz respondió el exhausto caballero: "Tú dime el día y la hora, y yo te diré el mes y el año"... Felipe Calderón, que al parece fue alguna vez Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, dijo a propósito de los pleitos internos del PAN -ya tan externos- que la ropa sucia ha de lavarse en casa. Tanta ropa sucísima hay en ese partido que la casa sería insuficiente para el lavatorio, y habría que contratar a una docena o más de lavanderías para hacer el ingente trabajo de limpieza. Yo tengo la impresión de que Ernesto Cordero es una extensión del ex presidente. A través de él Calderón sigue metiendo mano en los asuntos de Acción Nacional. La forma en que está actuando el líder de los senadores panistas da idea de que el michoacano y su grupo quieren hacer que descarrile el Pacto por México. En ese caso su labor de zapa no sería contra Gustavo Madero: sería contra México. Por encima de mezquinos intereses personales o de partido el país necesita de todos para lograr las reformas tendientes a ponernos en el camino de la modernidad. La inexplicable alianza de Cordero con el PRD constituye un estorbo en esa vía. Los panistas no deberían aliarse a ese boicot calderonista, fincado en el deseo de que no prospere el impulso modernizador de Peña Nieto. Una cosa es la oposición leal, tan necesaria, y otra muy diferente es la malsana intención de que fracase el que me sigue igual que fracasé yo. ¡Primero México, señores!... ¡Bravo, fruslero escribidor! El apóstrofe con que diste elocuente fin a tu discurso merece ser inscrito, si no en bronce eterno o mármol duradero, sí por lo menos en plastilina verde. Despídete ahora con el relato de uno de esos inanes chascarrillos que a veces salen de tu fútil péñola... Una señora fue a confesarse. "Me acuso, padre - dijo-, de que estuve en una fiesta donde se hicieron cosas inmorales". Inquirió el sacerdote: "¿Qué clase de cosas inmorales fueron ésas?". Relató la penitente: "Los señores nos vendaban los ojos a las señoras, por turno. Luego ellos se ponían en fila, y debíamos adivinar, palpando su entrepierna, quién era cada uno". "¡Abominable acción! -clamó escandalizado el confesor-. Eso y las sesiones de la Cámara de Diputados son evidencia paladina de la degradación de las costumbres en nuestra sociedad. Indignos tocamientos fueron los que hiciste, desdichada". Respondió, contrita, la señora: "Me arrepiento de ese pecado, señor cura. Pero con el mayor respeto le diré que usted también debería confesarse". "¿Por qué?" -se amoscó el presbítero. Contestó la señora: "Después de hacer el tocamiento con los ojos vendados, por lo menos cuatro señoras dijeron que el hombre que habían palpado era usted"... FIN.