Don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia, buscó al buen Padre Arsilio y le confió un terrible secreto. "Padre -le dijo-, creo que mi mujer me está envenenando". "No eres el único, hijo -suspiró con tristeza el sacerdote-. En este pueblo muchas esposas les hacen eso a sus maridos". "¿Envenenarlos?" -se asombró don Martiriano. "Ah, perdona -se disculpó el párroco-. Soy un poco duro de oído, y pensé que habías dicho: 'Creo que mi mujer me está engañando'. ¿Por qué sospechas que tu esposa quiere envenenarte?". Contestó el sufrido señor: "Porque me endulza el café con un polvo que saca de una caja cuya etiqueta dice: 'Veneno para ratas'". "Tienes razón -reconoció, pensativo, el señor cura-. Eso es motivo para recelar". "¿Qué debo hacer?" -preguntó don Martiriano con angustia. "El remedio es sencillo -razonó el presbítero, que había recibido en el seminario una sólida formación lógica-. Ya no tomes café: cámbialo por té, de preferencia verde, que es antioxidante". "No creo que esa sea la solución -consideró don Martiriano-. Lo que quiero es que hable usted con ella, y con palabras elocuentes, a la manera de San Juan Crisóstomo, la incline a abandonar su malvado propósito de envenenarme". Le prometió don Arsilio: "Hablaré con tu mujer, pobre hijo mío, y aunque no la conozco estoy seguro de que mis piadosos conceptos la harán renunciar a su perversa trama. Antes de hablar con ella recitaré el "Veni, creator Spiritus", para que el Paráclito me inspire. Pero una cosa te digo desde ahora: si me ofrece café no me lo voy a tomar". "Y hará usted bien, Padre -le dijo don Martiriano-, pues no lo sabe hacer. Buen café el de La Parroquia, de la familia Fernández, en Veracruz; el de los Bisquets Obregón, en la Ciudad de México; el del Toks, en Saltillo; el de La Puntada, en Monterrey, o el del Sanborns en toda la República, que además tiene en sus tiendas un excelente departamento de libros". "Me temo, hijo -apuntó el buen Padre Arsilio-, que nos hemos alejado de nuestro asunto. Creo recordar que me dijiste que tu esposa te está envenenando. Hablaré con ella, y trataré de disuadirla de su intento". En efecto, el bondadoso clérigo habló con doña Jodoncia. Al día siguiente llamó a don Martiriano y le dijo con acento pesaroso: "Hijo mío: después de haber conocido a tu mujer el mejor consejo que te puedo dar es que te tomes el veneno". Pocos presidentes buenos ha tenido México. Los más de ellos han sido regulares, malos, peores y pésimos. Algunos le han hecho grave daño a la nación. Pero hay una tradición, según la cual cada presidente se desaparece al final de su sexenio, para que pueda actuar su sucesor. Generalmente eso ha evitado que los ex presidentes dañen al país. Felipe Calderón es una lamentable excepción a esa regla. Desde lejos sigue moviendo los hilos con que manipula a sus incondicionales, Ernesto Cordero el mayor de ellos -o el menor, según se vea-, y los lleva a lesionar no sólo a su partido, sino a tratar también de echar abajo el Pacto por México. Este acuerdo es la única esperanza que tenemos hoy por hoy los mexicanos de un arreglo entre las principales fuerzas políticas que permita hacer las urgentes reformas que se necesitan para sacar de su atraso al país y ponerlo en el camino de la modernidad. Calderón fracasó como gobernante, y ahora pretende que fracase también quien lo sucedió en el cargo, a fin de que no se evidencie aún más el pésimo gobierno que hizo. El ex Presidente está envenenando a su partido, y está tratando de envenenar igualmente la vida nacional. El despecho es un mal consejero. Avaricio Cenaoscuras era un hombre mezquino, ruin y cicatero. Un vecino suyo le dijo cierto día: "Me conmueve que cada vez que te veo en el centro comercial vas de la mano con tu esposa". "Sí -replicó el cutre-. Es que si la suelto se mete a una tienda". Dos chinos salieron de un restorán español llamado "Las glorias de Espartero". Le dice uno de los orientales al otro: "El problema con la comida española es que después de tres días ya tienes hambre otra vez". Don Chinguetas leyó -y vio- el Kamasutra, y se aprendió muy bien la posición erótica llamada "flor de loto". Esa noche, al ir a la cama, le dijo a doña Macalota, su mujer: "Te voy a hacer la mujer más feliz del mundo". "Gracias -respondió ella-. Aunque debo confesarte que cuando te vayas de la casa quizá al principio te extrañaré un poco". FIN.