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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El cuento que abre hoy esta columnejilla es de política. Las personas que no gusten de leer cosas de política deben saltarse hasta donde dice: “La política es un infinito mar de extravagancias...”, etcétera... Dos tipos estaban conversando. Le dice uno al otro: “¿Supiste del accidente que sufrió nuestro amigo Emásculo?Al pobre tuvieron que extirparle los testículos”. “¡Qué desgracia! -se consternó el otro-. Entonces tendrá que renunciar a su sueño de ser diputado”. “No entiendo -se desconcertó el primero-. ¿Emásculo no puede ya ser diputado por haber perdido sus testes, dídimos o compañones? ¿Hay alguna ley que prescriba eso?”. “No -replica el otro-. Pero lo único que hacen los diputados es rascarse los éstos, y Emásculo ya no tiene qué rascarse”... La política es un infinito mar de extravagancias, un fantástico reino de entelequias en el cual todo es posible, incluso lo imposible. No hace mucho tiempo Fox y Calderón, y con ellos todos los panistas, andaban cogidos a las trompadas con López Obrador y perredistas que lo acompañaban. Si entonces alguien nos hubiera dicho que poco después el PAN y el PRD estarían a partir un piñón, en alianza política, postulando candidatos comunes, habríamos pensado que quien eso nos decía estaba loco. No hay locura, sin embargo, que en la política no se pueda dar. Muertas las ideologías, puestos de lado los principios, abandonada toda mística igual que trapo inútil, privan ya nada más las componendas, los manipuleos y acomodos para no perder esa pitanza que pomposamente los partidos llaman “prerrogativas”, con toda esa infinita burocracia política y electoral que en forma tan pesada gravita sobre la economía nacional y de los estados, y que a los mexicanos nos condena a vivir en perpetuo estado de política, oyendo y viendo permanentemente los ramplones mensajes que los partidos y sus candidatos nos endilgan día y noche, y que junto con la propaganda oficialista constituyen una cantaleta que nos agobia, nos encalabrina, nos hostiga y acosa y nos tiene hartos ya.Hoy por hoy este país está enfermo de politiquería. La política es necesaria, indispensable, para la búsqueda del bien común, pero no la pedestre política que en estos tiempos se hace en México, mera politiquería encaminada al logro de prebendas partidistas y de ganancia personal. Debe haber una profunda reforma que ponga al ciudadano por encima de los políticos, y a la recta administración de la cosa pública sobre la política mal entendida. Si mi respetuosa, pero enérgica admonición no es atendida seguiremos en el atraso. Luego no digan que no les avisé... Don Algón y su joven empleado Verraquino fueron a jugar golf. Delante de ellos, en el campo, iban dos damas que jugaban con una lentitud exasperante, de modo que retrasaban el juego de todos los demás. “Ve a hablar con ellas -le ordenó el ejecutivo a su colaborador-. Pídeles que por favor jueguen un poco más aprisa”. Fue Verraquino, y apenas se había acercado un poco a las mujeres cuando volvió sobre sus pasos apresuradamente. “¡No puedo hablar con ellas! -le dijo todo aturrullado a su patrón-. ¡Una es mi esposa y la otra mi querida!”. “Conozco a tu señora -replicó, sonriente, Don Algón-. Voy ahora a conocer a tu amiguita”. Se encaminó el ejecutivo hacia las señoras, pero a poco andar regresó también a toda prisa, e igual de aturrullado que el otro. Le dijo a su colaborador: “El mundo es un pañuelo, Verraquino. Estás despedido”... El marido de doña Gorgolota iba a ir a la playa con sus amigos. La señora llevó aparte a uno de ellos y le dijo: “Mi esposo es un poco tímido, y rara vez se anima a meterse en el mar. Haga usted que se ponga su traje de baño, y cuando esté descuidado empújelo. Sólo así gozará de las olas”. Un par de días después doña Gorgolota recibió la triste noticia: su esposo se había ahogado en el mar, posiblemente por efecto de una congestión. Pasaron unos meses, y la viuda les confió a sus amigas un secreto: el difunto, hombre ignorante, analfabeto, le había dejado 10 millones de pesos, con otros muchos bienes muebles e inmuebles. “No está nada mal -comentó con admiración una de las amigas-, tratándose de un hombre que no sabía leer ni escribir”. “Ni nadar”, completó doña Gorgolota... FIN

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