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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Gerolano era el miembro más viejo de la mesa de café conocida con el nombre de "los Minifaldos". La llamaban así porque todos sus integrantes estaban a 5 centímetros del hoyo. ¿Qué edad tenía don Gerolano? Lo ignoro a ciencia cierta. Y también incierta, pues él nunca reveló sus calendarios. Cuando alguien, indiscreto, le preguntaba: "¿Cuántos años tiene usted?", él respondía igual que don Artemio de Valle Arizpe, coterráneo mío: "Perdone que no se lo diga. No me gusta hablar de mis enemigos". Era hombre viejo ya don Gerolano. Desde luego también eso es ambiguo: viejo es el que tiene 15 años más que tú, sea cual fuere tu edad, así tengas 90. Por eso hay que celebrar siempre la vida, y vivirla con plenitud hasta lo último. Ronald Reagan dijo en un discurso cuando ya era hombre de edad muy avanzada: "Me da muchísimo gusto estar aquí. De hecho, a mis años me da muchísimo gusto estar en cualquier parte". Dylan Thomas -seis décadas se cumplirán en noviembre de su muerte- escribió esto que cito de memoria: "Do not go gentle into that good night. / Old age should burn and rave at close of day. / Rage, rage against the death of light!...". "No te entregues dócilmente a esa amable noche. / En la vejez hemos de arder también, apasionarnos. / ¡Rebélate, rebélate contra la muerte de la luz!". Por eso merece encomio esa ancianita que inquietaba a sus hijos y sus nietos porque pese a ser casi centenaria solía bajar del segundo piso deslizándose como una niña por el barandal de la escalera. A fin de evitar que hiciera eso sus familiares enredaron alambre de púas en el barandal. Días después alguien le preguntó a una de sus nietas: "¿Ya no se resbala tu abuelita por el barandal?". "Se sigue resbalando -respondió la chica-. Pero al menos ahora lo hace más despacio". Advierto, sin embargo, que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Sucede que don Gerolano dejó de asistir unas semanas a la tertulia del café. Cuando volvió lo hizo acompañado por una estupenda rubia en flor de edad y en plenitud de carnes. Por supuesto a las leguas se veía que la muchacha era una de esas que en inglés se llaman "bimbo", mujer frívola, llamativa, interesada sólo en el dinero. Grande fue la sorpresa de los tertulianos cuando don Gerolano les presentó a la fémina como su esposa. Uno de los amigos lo llevó aparte y le preguntó al mismo tiempo con admiración y envidia: "Ya sabemos que eres rico, pero ¿cómo lograste que esa preciosidad se casara contigo, a tus 80 años?". Respondió don Gerolano con una gran sonrisa: "Le dije que tengo 90". Mal negocio hizo la codiciosa mujer. Con las delicias de himeneo el provecto señor cobró un segundo aire, y luego, merced a las miríficas aguas de Saltillo, un tercero y un cuarto. Todas las noches sin faltar ninguna hacía en su mujer obra de varón, y eso lo revitalizaba aún más, de modo que el carcamal andaba fresco y rozagante, y en cambio la güera se veía pálida, ojerosa y escuchimizada, al borde mismo de la emaciación. Acudió la agotada mujer con un doctor y le preguntó si no había en el vademécum alguna especie de Viagra al revés, una pastilla que le quitara a su verraco esposo el impulso de libídine. "Señora -le informó el facultativo, pesaroso-, contra las miríficas aguas de Saltillo no hay fármaco que valga. Tan grande virotismo poseen esas taumaturgas linfas que, por ejemplo, no se puede cocinar en ellas pasta, porque los espaguetis quedan tiesos, erguidos, firmes; enhiestos como pértiga, mástil o alabarda, y es imposible enredarlos en el tenedor para comerlos". A falta de auxilio de la ciencia médica la rubia fue entonces a buscar ayuda espiritual, y le preguntó al Padre Arsilio si le sería lícito -a ella, claro- negarse a las demandas de erotismo de su esposo. El buen sacerdote le contestó que no: tanto el derecho civil como el canónico, le dijo, exigen a los casados la mutua dación de sus cuerpos. "Lo que te recomiendo, hija mía -concluyó con un suspiro-, es que te resignes cristianamente a padecer los rijos de ese hombre. Ofrece al Cielo tus fatigas de alcoba como sacrificio por la expiación de los muchos pecados de tu vida. Le pediré al señor Obispo que emita en tu favor una indulgencia por la cual cada vez que tu marido se te suba te sea quitado un día de purgatorio". No haré larga la historia: entiendo que la rubia tiene ganada ya la salvación eterna. Se aplica aquí la copla popular que dice: "No te cases con viejo por la moneda. / La moneda se acaba y el viejo queda"... FIN.

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