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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Nalgarina, la secretaria de don Algón, meneaba excesivamente el trasero al caminar. Muy bien habría merecido aquel burdo requiebro del vulgacho: "No mueva tanto la cuna, que me va a despertar al niño".

Llamó el ejecutivo a la muchacha y le preguntó: "Nalgarina: ¿vende usted las pompas?". "¡Claro que no!" -se indignó ella. "Entonces -le indicó don Algón- no las anuncie tanto"... No diré que se me cae la cara de vergüenza. Sentiría muy feo si nadie se ocupara en recogerla. Me apena, sin embargo, disonar del coro general. Hubo aplausos casi unánimes por el desalojo de los llamados maestros de la CNTE, que fueron sacados del Zócalo en una operación de buen éxito por lo incruenta que resultó, y por su eficacia. Se oyeron elogios generalizados porque -¡al fin!, según exclamación de muchos- se impuso el principio de autoridad. Yo, la verdad, recelo mucho de ese principio. Pienso que importa más el fin de la autoridad, o sea su objetivo, que su principio. El ejercicio de la autoridad por la autoridad misma carece de razón. Los actos de autoridad deben estar regidos por la idea de bien, no tanto por la de una demostración de poder o de dominio. He reprobado virilmente -toda proporción guardada- los bloqueos de calles, carreteras, casetas de peaje, etcétera, llevados a cabo por la CNTE, no se diga el del Aeropuerto de la Ciudad de México. Todos esos son espacios cuya ocupación lesiona a cientos de miles de personas. En relación con tales sitios la autoridad sí debería actuar, cosa que nunca hace. El Zócalo, creo yo, es algo muy distinto. Corazón de la República, nos pertenece a todos para llevar ahí nuestras protestas, disidencias y contraposiciones. Sé bien que algunos sufren daños o molestias cuando hay manifestantes en el Zócalo, y lo lamento, pero tal es el precio que se paga por estar junto a ese corazón. ¿Acaso alguien se queja por el ruido que hacen las campanas de la Catedral? Sólo en el caso de sufrir una agresión directa cabe reclamar la presencia de gente en la gran plaza. El desalojo del Zócalo hizo que muchos vieran como víctimas a quienes en verdad son victimarios. Igualmente esa demostración de fuerza sirvió para polarizar más la situación, y atrajo apoyos de otras partes a los cenetistas, que han elevado el tono de su activismo y aseguran que ahora su protesta no es gremial, sino el principio de un "movimiento popular". No se debe usar contra ellos la ley de la fuerza, sino la fuerza de la ley. (Permítanme un momentito, por favor. Voy a anotar ese retruécano para usarlo en algún discurso, no sea que luego se me olvide. Gracias). Si a los sedicentes profesores que se ausenten de las aulas se les suspende el pago de su sueldo; si se les levantan actas de abandono de empleo y se les sustituye por maestros que sí cumplan su deber, ya se verá que esa aplicación recta de la ley hará que los ociosos vuelvan al trabajo. No se trata de rendirlos por hambre: se trata simplemente de aplicarles las leyes que a todo trabajador obligan, y de las cuales nadie debe quedar exento. La preocupación de ser desocupados hará que desocupen el Zócalo y que otra vez se ocupen en lo que deben ocuparse. (También este otro retruécano lo anotaría, pero está muy largo)... Fido, el perro de la casa, roncaba mucho al dormir, y eso perturbaba a doña Macalota, pues tenía el sueño muy ligero. Una amiga le dijo que si le ponía al can un listón rojo en los testículos dejaría de hacer ese molesto ruido. En efecto, el tratamiento dio buen resultado: con ese singular adorno Fido esa noche no roncó. Don Chinguetas, el marido de doña Macalota, roncaba también mucho. La señora pensó que quizá el tratamiento tendría en él un resultado igual. Esa noche el señor se corrió una parranda de órdago, y llegó a su domicilio en competente estado de ebriedad. Se durmió de inmediato, y al punto empezó a roncar. Su esposa aprovechó su profundo sueño de beodo y le ató en los dídimos un listón azul, el único que tenía a mano. Al día siguiente despertó don Chinguetas, se vio ese extraño añadido, y observó también el que llevaba Fido. Le dijo al perro: "Querido amigo: no recuerdo dónde anduvimos anoche tú y yo, ni qué hicimos, pero yo saqué el primer lugar, y tú el segundo"... FIN.

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