Breve historia del matrimonio. Al principio: “¡No acabes! ¡Oh!”. Y después: “No empieces ¿eh?”. El joven aspirante a jefe de estación de tren era examinado por un funcionario de la empresa. Le pregunta éste: “Dos convoyes vienen a toda velocidad en dirección contraria por la misma vía. ¿Qué haces?”. Responde el muchacho: “Le ordeno a uno de ellos que tome una desviación”. “No hay ninguna desviación” -le indica el examinador. “Entonces -dice el joven- les aviso por teléfono a los dos, para que se detengan”. “La línea telefónica no funciona” -replica el otro. Propone el muchacho: “Les envío un mensaje telegráfico urgente”. “Tampoco el telégrafo funciona” -repite el examinador. “Entonces -dice el aspirante- le pido a mi hermano que vaya de inmediato a la vía”. “¿Tu hermano? -se desconcierta el funcionario-. ¿Para qué haces que tu hermano vaya a la vía?”. Explica el joven. “Es que él nunca ha visto un choque de trenes”. Yo digo que la creación del Instituto Nacional Electoral será causa de frecuentes choques entre la Federación y los estados. En buena parte ese organismo se creó para evitar la injerencia de los gobernadores en los órganos de elección y en los tribunales electorales locales, pero ya se verá que al subsistir éstos se crearán condiciones para el surgimiento de conflictos. Dicho de otra manera, dos convoyes vienen a toda velocidad en dirección contraria por la misma vía. La madura maturranga le dice al briago necio: “Más respeto, señor mío. Recuerde que mi profesión es la más antigua del mundo”. “Ya lo sé -responde el temulento-. Y no dudo que usted haya sido de las fundadoras”. Don Cornulio llegó a su casa y encontró a su esposa en brazos y todo lo demás de un individuo. “¡Ah, canalla! rugió el mitrado esposo en paroxismo de ira-. ¡Esto me lo vas a pagar!”. “Llega usted tarde, caballero -respondió el sujeto-. Ya le pagué a su esposa”. (Adúltera, y ni siquiera por amor, sino por venalidad. Los franceses, que algo saben de estas cosas, dicen: “L’amour fait beaucoup, mais l’argent fait tout”. El amor logra mucho, pero el dinero, todo. La suegra de Capronio estaba en el hospital. Le pidió a su yerno que hablara con el médico y le pidiera un pronóstico sobre el curso de su enfermedad. Regresó muy abatido el hombre. “¿Hablaste con el médico?” le preguntó con inquietud la suegra. “Sí” -respondió él bajando la cabeza, consternado. “¿Y qué te dijo? -lo acució ansiosamente la señora-. ¿Te dio alguna esperanza?”. “Ninguna -contesta con voz sombría el tal Capronio-. Parece que se va usted a recuperar”. Por causa de la inseguridad a la mamá de Susiflor le preocupaba que su hija anduviera en la calle por la noche. “No te preocupes, mami -la tranquilizó ella-. Mi novio y yo ya no salimos. Nos quedamos todo el tiempo en el motel”. Himenia Camafría, madura señorita soltera, invitó a don Añilio, senescente galán, a que la visitara en su casa por la tarde. Puntual llegó el señor, y con un ramo de finas y variadas flores: Caléndulas, clemátides, lavándulas, ciclámenes, anémonas, acónitos y prímulas. La señorita Himenia le sirvió una taza de champurrado con galletas marías, lo cual desentonaba claramente de aquellas esdrújulas flores aristócratas, pero aun así don Añilio agradeció la colación. Le dijo a la señorita Himenia: “¿Le parece, amable amiga mía, si procedemos a romper el turrón?”. “Podemos hacerlo -respondió ella-, pero ha de saber usted que el hombre que me lo rompa tendrá que casarse conmigo”. Don Añilio tosió al oír aquello. “Amiga mía -le aclaró comedidamente-: romper el turrón significa que dos personas que se hablan de usted convienen en hablarse de tú. No es procedente, entonces, la advertencia que me hace”. “Ah, vaya -replicó la señorita Himenia-. De cualquier modo respóndame esta pregunta: ¿sería usted capaz de abusar de mí?”. Contesta muy digno don Añilio: “Sólo si estuviera completamente borracho”. “Entonces andamos de suerte -se alegró la señorita Himenia-. ¡Acabo de comprar una botella de ron!”. FIN.