Estoy muerta. Tanta guapura, tantos invitados, tanta comida, tanta estrategia antipaparazzi, tanta música de U2 y tantos policías me dejaron agotada.
Ah, pero no saben cuánto disfruté la boda de Emiliano Salinas y Ludwika Paleta. Es que fue preciosa y superemocionante.
Por supuesto, fue un día muy feliz para los novios, pero a los invitados les ha quedado un recuerdo imborrable. Hagan de cuenta que fue como ir a... ¡un secuestro bonito!
Porque los invitados no sabían nada: ni la ubicación de la fiesta ni el nombre de los otros invitados ni podían comunicarse telefónicamente durante el evento.
¿Se imaginan qué maravilla? Por eso me dolió no asistir personalmente a la boda del año. Y digo personalmente, porque en alma y espíritu estuve con los novios desde los previos, la ceremonia, la tornaboda y llevo cuatro días viendo las imágenes en todas las revistas, portales de internet y programas de tele. Lo que es la curiosidad sin límites. De ahí el agotamiento que me embarga.
A lo que iba, es que, aunque la pasé bastante mal cuando me separé de mi marido, ahora me encantan las bodas. Y ésta, en particular, me hacía ilusión. No conozco ni a Ludwika ni a Emilio (salvo un "Hola, ¿cómo te va?" en un momento dado) pero me caen perfecto. Es una de esas historias de amor que lees y dices: "¡Qué buena pareja hacen, se ve que se adoran!". Es más, para que vean en qué detalles me fijo, desde el primer día, allá por 2010, lo primero que pensé fue: "Uy, qué rico la abraza Emiliano" (Jaja. ¿Qué tal la columnista perturbada?).
Bueno, y además, los dos me parecen talentosos y guapísimos. Queridos lectores, ¿vieron las fotos de la boda? En cualquier pose la feliz pareja se ve divina. Porque luego ves a otros enamorados que aunque volteen para el crepúsculo o lontananza se ven muy feos.
Hay una imagen que es casi hermosa, no por el personaje, sino por la composición (fondo vegetal, combinación de colores, columnas derechitas).
Si los novios me preguntaran: "¿Cuál foto ponemos en la sala?". Yo les contestaría: "¡Esa! Donde aparece Ludwika entre su marido y su suegro, Carlos Salinas de Gortari, a quien le sientan mejor los nardos que cualquier otra cosa en la solapa. No sé, como que el ramito blanco le da otro aire. De más apego con la naturaleza, de más candor.
Mi única crítica sería para alguien que tampoco fue a la fiesta: el sastre. Oye, los sacos les quedaban un poquitín grandes de las mangas. A menos que fuera un error a propósito para que pudieran bailar el "guai-em-ci-ei" (YMCA).
Lo que sí debo confesar es que, si yo hubiera asistido a la boda sería recordada por dos cosas: repetir menú y bailar sin parar.
Es que, según los reportes de inteligencia, la comida fue espectacular: pescado a la talla, chile ancho relleno de frijol, croquetas de plátano macho, tarta de chocolate con helado de menta y timbal de coco y mango. ¡Qué cosa! Pruebas todo eso junto y no te acuerdas si es boda, bautizo o sexenio.
Y, segundo punto importante, había 400 elementos de seguridad. Esto es: ¡400 hombres solos para sacar a bailar! Alguno te dirá que sí ¿no? Por supuesto, lo que da currículum es bailar con el ex presidente al ritmo de "báilamela suavecita, mírame, sígueme, acóooosame...".
Sólo me resta desearles a los recién casados que practiquen las tres "a" que recomiendan los expertos para la calidez matrimonial: atención, afecto y apreciación.
Las tres "s" llegan solitas.