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De vuelta al ruedo

La apuesta

Martha Figueroa

Hace nueve años hice una apuesta muy importante. Es que en la vida hay momentos en los que tienes que ver más allá, pensar en el futuro. Yo lo hice y no me arrepiento, sobre todo porque mis corazonadas han rendido sus frutos.

Un 22 de mayo como hoy, me salió el tahúr que llevo dentro y aposté todos mis viáticos a que Letizia y Felipe llegarían a los 10 años casados. ¡Soy tan visionaria!

Por favor, no me juzguen: la vida del corresponsal a veces se pone aburrida.

Por supuesto me llena de alegría el éxito amoroso de los Príncipes de Asturias y celebro su aniversario, pero debo confesar que mientras 345 invitados, más de 25 Casas Reales, decenas de jefes de Estado, personalidades de todo el mundo, familiares y amigos se acicalaban para acudir a la boda, alrededor de siete reporteros que apostábamos nuestro resto en un improvisado casino al aire libre. ¡Siempre con las minorías!

Mientras López-Dóriga y Javier Alatorre narraban los sucesos desde balcones alquilados frente al palacio real, yo hacía inflexiones de pitonisa.

Es que cuando repartieron los puestos para la transmisión me echaron del balcón de TV Azteca y quedé asignada en el mejor lugar de la ceremonia, o sea, la alfombra roja. Ahí todo fue muy divertido.

Sobra aclarar que mis actividades financieras no interfirieron con las labores de cobertura. La verdad es que fui enviada a Madrid después de que los jefes notaron que era una enciclopedia viviente del Enlace Real.

Con decirles que sabía cosas como que la Unipyme pegó más de 500 mil carteles con la foto de los novios, que el maestro de inglés británico ("culto y preciso") de doña Letizia se llama Michael Howitt, que se utilizaron 800 flores gysophillas o paniculata para adornar la Basílica de Nuestra Señora de Atocha.

Que el Presidente de Kazajastán, Nursultán A. Nazarbayek, aterrizó a la 1.30 en Barajas con su hija Aliya N. Nazarbayeva, que las fachadas del Palacio miden 131 metros de ancho y 33 de alto, que dicen que el Príncipe Felipe tiene una hija fuera del matrimonio, que Ferran Adria -genio absoluto de la cocina mundial- prepararía un menú "moderno pero no provocador" y que, por protocolo, los floreros no deben medir más de 15 centímetros de altura. ¡Dios, cómo me gusta la información inútil!

Además del juego y mi estratégico all-in, lo más emocionante para esta columnista fue la llegada de las Princesas de Mónaco, digo, de los hermanos Alberto y Carolina, del matrimonio Mandela (que don Nelson iba con otra esposa, no con la que ahorita está subastando sus bienes) y del Príncipe Carlos de Inglaterra que, como chiste, iba vestido en chaqué 'príncipe de Gales' (¿no es gracioso?).

Ya lo sé, falta un año para poder cantar victoria, pero ya he cobrado tres premios. El primero se lo gané a mis colegas que no confiaban en el amor de la pareja y juraron que habría divorcio al llegar al séptimo año de convivencia.

La otra pequeña fortuna la amasé de manera inmediata el día del enlace, porque, conocedora de la humedad en el ambiente y las inclemencias del tiempo, aposté a que llovería durante la ceremonia y ¡llovió!

Y los últimos euros me los embolsé ahí mismo, en la entrada de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, porque vaticiné que Ernesto de Hannover no llegaría a la misa (debido a la parranda que se acomodó la noche anterior después de la cena de gala).

A diferencia de otros periodistas rosas, opino que los príncipes de Asturias seguirán juntos pese a la flacura de Letizia y las piernas tan largas de Felipe.

Yo, como Walter Mercado, digo que todo va a estar bien.

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