La columna de hoy ha cambiado de rumbo. Sobre todo por la ignorancia romántica de los que me rodean. Pensaba escribir un texto muy emotivo sobre mi reencuentro con Ricardo Montaner, pero ya no podrá ser. Iba a contar lo que me gustan sus canciones, cómo nos conocimos hace 25 años, lo emocionante de su nuevo concierto, lo estupendo que lo veo y que de cariño me dice "China". Esto último lo atribuyo a que tal vez no se acuerda de mi nombre o ha notado que en las fotos soy de ojos rasgados por una extraña mutación.
El caso es que hice una encuesta juvenil y todos respondieron que no sabían quién era Montaner. Luego, mi persona favorita, que ronda los 50 años, me contestó: "¿es un señor chaparrito, venezolano, de pelo lacio? Ah, pues no me sé ninguna de sus canciones". Por lo anterior deduje que el intérprete de "Tan Enamorados" y yo nos hemos quedado en un 'limbo' y mientras resuelvo cómo salir de ahí, mejor tocaré otro tema. Por mí, no se preocupen ¿eh?, ya cantaré sola "Castillo Azul", "Me va a Extrañar", "Será" y "Cuando a mi Lado Estás".
Hoy hablaré de algo súper popular. ¿Han visto cómo se ha llenado la ciudad de ciclistas? Yo el otro día estuve a punto de matar a dos. Por supuesto, no por gusto, sino por sorpresa: vas tan tranquilo y se te cruzan por cualquier parte. No es por dar ideas a los legisladores aburridos, pero he aquí un hoyo jurídico y desde aquí propongo un reglamento ciclista. Sólo para que no se sientan como chinos libres por las calles (perdón, queridos chinos).
Pero debo decir que estoy súper a favor del programa "Muévete en Bici". Si mi Jefe de Gobierno propone que hay que andar en bicicleta ¡yo lo hago!
Por cierto, las pompas que vieron en los noticieros no eran mías. Unas se parecían bastante, pero, créanme, yo paseo perfectamente vestida y no comulgo con el ciclismo nudista. ¿Qué quieres que te diga? Me parece antinatural, peligroso y poco higiénico. Esos pobres asientos nunca entrarán en el 'cielo de los asientos'.
Lo que sí estoy haciendo es un pequeño curso de "ensamblaje y armado" de bicicletas para cuidarme de los ladrones. Es que los expertos del gobierno capitalino recomiendan que, al estacionar la bici, mejor le pongas dos cadenas para atarla a un poste, te lleves las ruedas y le quites el odómetro, las luces, la bomba de aire, los pedales y el ánfora. O sea, que sólo dejes el tubo. Pero esta columnista prefiere cargar también con el tubo por si tiene que forcejear con el asaltante.
En uno de los paseos me regalaron un folleto que enumera las ventajas de trasladarte en bici y pone que "es el transporte más democrático, que te ahorra dinero en estacionamientos y gasolina, que beneficia tu salud, que no contamina, que disminuye la congestión vial y que te convierte en un ciudadano más incluyente y más humano". No sé a ustedes, pero este último punto me pareció precioso. Los únicos que contaminan son los que se van al trabajo sobre dos ruedas y llegan sudados y olorosos. Son una especie de recicladores de oxígeno, lo dan y lo quitan.
Y ahora que soy una ciudadana más humana, como lo indica el 'brochure', tengo la bonita y aleccionadora oportunidad de compartir carril exclusivo con microbuses y camiones. Porque se ve que quien diseñó la ruta ciclista en el Distrito Federal, un genio en materia de convivencia, pensó: "vamos a ponerlos juntos para que, mientras pedalean, no se aburran y descubran la moraleja de 'peces grandes y chicos unidos en armonía'", (jajaja).
A nivel yo interno, esa lección es lo más grueso que pasado en el mundo de las bicicletas, desde el dopaje de Armstrong.