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De vuelta al ruedo

El Cuarto Obscuro

Martha Figueroa

La Cineteca Nacional, ese organismo que promueve la cultura cinematográfica en nuestro País y preserva la memoria fílmica, tiene una nueva sede que huele a señores calientes, mujeres desnudas, pompas y sexo. Se ve que alguien dijo "necesitamos más salas para el arte" y un funcionario listo contestó "¡rescatemos el Cine Teresa!". Total, del porno al arte, a veces sólo hay un paso.

Siempre quise ir al Teresa porque amaba ese lema de "un cine dedicado a las damas metropolitanas" (¡ésa soy yo!). Además, mi papá me contaba que era un lugar imponente de arquitectura Art Decó, escalinatas increíbles y murales insuperables. Claro, luego me dieron más ganas de conocerlo cuando supe que también era legendario por su cartelera de filmes XXX. Los papás a veces dicen las verdades a medias.

Con todo el dolor de mi corazón, debo decir que llegué tarde al Cine Teresa, ya no es "el hogar de las chicas sin ropa", sólo es un rincón sin personalidad, con dos salitas tenebrosas, en una plaza comercial horrible dedicada a los teléfonos celulares y sus fundas.

Llegué tarde a ese majestuoso templo de los orgasmos, ubicado en San Juan de Letrán. Llegué tarde a las luces fluorescentes y los pósters de actrices en posiciones imposibles (bueno, algunas son cuestión de práctica). Llegué tarde a las erecciones de 30 metros en la pantalla y al encendido sorpresivo de luces para evitar actos inmorales. Llegué tarde al doble uso de la bolsa de palomitas. Llegué tarde al estreno de La Banana Mecánica, Hembras Lujuriosas y 30 Centímetros de Placer.

Pero más vale tarde que nunca. Esta columnista llegó al cine Teresa con una misión igual de nostálgica, pero más elegante: ver el reestreno de Cinema Paradiso, en versión digitalmente remasterizada.

Aunque la sala del Cine Teresa es ahora familiar, tuve que entrar como si fuera cuarto obscuro (jajaja), casi "en cuatro" y tentoneando a todo el mundo, porque no había luz. Así que no me fijé y acabé sentada junto a un señor con cara de depravado. Seguro pensaría "a lo mejor esta inocente mujer no sabe que el cine cambió de rumbo y cae en mis garras".

Pero, igual, ahí me tenían feliz, llorando a mares con mi película favorita de toda la vida. Ustedes no lo saben, pero tengo una relación sadomasoquista con la cinta de Giuseppe Tornatore. Poco importó que no se proyectara en 35 milímetros, sino en un vil Blu-Ray Disc.

Lo único que se conserva del viejo cine, considerado inmueble con valor artístico por el Instituto Nacional de Bellas Artes, es el mural titulado Bellezas Metropolitanas y, por supuesto, el olor a fluidos corporales diversos.

Eso sí, el lugar tiene todavía algo de pintoresco y es atendido por un solo empleado multifacético que cobra la entrada, despacha la mini dulcería y reparte los cuadritos de papel para entrar al baño. ¡Me cae bien la gente versátil! Por cierto, el baño también tiene su magia: la entrada cuesta 4 pesos, pero si necesitas más papel se convierten en 6.

Siempre me han gustado los cines con nombre femenino. De joven fui súper asidua al Gloria, que no era porno, pero su arquitectura te invitaba a pecar porque tenía un balcón muy funcional. Estabas viendo La Novicia Rebelde, por ejemplo (hay personas que se excitan con todo), y de repente veías a dos señores en pleno romance en la barandilla. Ay, cuántas bonitas costumbres se han perdido.

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