Debo confesar dos cosas que me acercan mucho al pecado. La primera, que me encanta la comida china en mi coche mientras manejo. Y la segunda, que soy de las que aplauden en el cine.
La primera no necesita explicación, y la segunda, tampoco. Pero quiero contarles que fui a ver No se Aceptan Devoluciones, la película de Eugenio Derbez, y me emocioné. ¿Ya leyeron que es la quinta película extranjera más taquillera en la historia de Estados Unidos? Ah, qué belleza: la ópera prima de un mexicano popular, muy chambeador y querido triunfando aquí y allá. ¡Bravo, bravo!
Yo, sinceramente, soy muy aplaudidora en el cine. Por ejemplo, cuando vi La Huérfana no pude evitar dedicarle una merecidísima ovación al director cuando se descubre que la niñita mala de la película es en realidad ¡una asesina enana! Claro, para ser un aplaudidor digno hay que tener autoestima en buen nivel, sentido del humor para aguantar las miradas de "qué horror, aplaude aquí, o sea, ¡hello!", y amor por el cine.
Les juro que, sí pudiera, les evitaría la pena ajena que les entra cuando lo hago y con gusto iría personalmente a felicitar o abrazar a los actores, directores o productores de las cintas que me provocan cosas. Pero como está complicado, aplaudiré, aunque en ello se me vaya el respeto de mis vecinos de butaca (allá ellos y sus deseos reprimidos).
Pero, como les iba diciendo, este fin de semana me sumé a la noticia. Según los informes especializados, 3 millones 366 mil 071 asistentes vieron No se Aceptan Devoluciones (actuada y dirigida por Derbez y producida por Mónica Lozano) y esta columnista estuvo ahí.
De paso, arrastré a mi hijo post adolescente para que viera en la pantalla grande un ejemplo de amor familiar. Yo digo que alguna semilla de bondad se le quedará en el corazón y el subconsciente. Además de que en casa todas las generaciones coincidimos en que Derbez es el mejor actor de comedia en español.
Si no han visto la película, ¡perdón! Pero debo decir que es la historia de una maldita mujer que abandona a su hijita y luego se arrepiente y quiere recuperarla. Mientras tanto, el padre de la criatura, o sea el personaje de Eugenio, la cuida y la hace muy feliz hasta que ocurre un final inesperado.
No se los contaré, porque no soy una aguafiestas del suspenso cinematográfico, pero sí les digo que estás muy contento en la butaca compartiendo descansabrazos tan orondo con propios y extraños y de repente: ¡zas! se te para el corazón, con fondo de violines enfurecidos.
Yo no lloré, pero me emocioné muchas veces. La verdad, los primeros 10 minutos me asusté un poco, pero luego me conquistaron Eugenio, cuyo personaje es un traje a la medida, y la mini actriz Loreto Peralta, quien es increíble y habla mejor inglés que Martha Debayle (jaja).
Desde luego, hay muchos detractores de la película, principalmente gente de la industria cinematográfica que piensa: "¿cómo un actor de tele va a triunfar en cine?" o "¡eso no es cine!". Pues sí es. Y ¡cálmense! Como si la televisión fuera un género menor, un 'generucho'. Yo digo que en lugar de restar, sumen. Porque si siguen haciendo sólo películas de narco, pobreza, corrupción, asesinatos y veinteañeras cachondas (¿qué bonito no?), ahuyentando al público de las salas, se van a quedar sin chamba. Esto no es Hollywood y al paso que vamos sólo va a querer ir el chino que se las piratea.
Hola, soy Martha y me encanta aplaudir en el cine.