Todavía no se resuelven los muchos pendientes legislativos ni se reglamenta la reforma de la educación y las telecomunicaciones e, increíblemente, desde el mismo gobierno se abre el debate sobre la reforma energética que ni siquiera ha sido presentada. ¿Tienen el gobierno y su partido la capacidad, organización, apoyo y fuerza para precipitar ese debate?
Vale la pregunta porque la agenda política, económica y social está sobrecargada y, dicho con honestidad, no acaba de entenderse esa manía de ir al exterior a presumir cómo se va abordar un asunto interior, vinculado hasta la médula con un nacionalismo que, trasnochado o no, aflora de inmediato en cuanto se habla del recurso petrolero.
Anticipar el debate de esa reforma no sólo la pone ante el peligro de frustrarla, sino también de tropezarse en aquellas otras reformas donde ya se dieron los primeros pasos. ¿Cuál es la tirada?
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El cuadro económico muy lejos está de ser el deseable. Ya se redujo una vez el pronóstico del crecimiento y, probablemente, sea necesario volver a bajar. Aun cuando se anuncia que en días se verá la inversión pública, en los hechos el ritmo lo marca la desaceleración económica y mejor ni hablar de las turbulencias que sacuden a la bolsa y el peso. Se genera algo de empleo, pero muy por debajo del necesario.
Un cuadro agravado por dos factores, uno interno y otro externo. El interno: la inseguridad atemoriza la inversión, ahí está el señalamiento del Consejo Ejecutivo de Empresas Globales. El externo: las grandes economías, las potencias pues, no ven la luz al final del túnel, más bien a oscuras se preguntan si alguien sabe qué tan largo es el túnel.
Esa es la circunstancia económica, y la social no acaba de mutar su signo de desesperación por el de la esperanza. A la violencia criminal, se suman la social y la política. La social con mil rostros, la política enmascarada. No hay día que Miguel Ángel Osorio Chong y Jesús Murillo Karam no oigan tocar a su puerta nuevos problemas, desafiando su capacidad para atemperar la violencia y rediseñar las respectivas instituciones a su cargo. Cada incidente, cada desbocamiento social amenaza con colapsar el conjunto del cuadro.
Rociar de petróleo ese pastizal es una desmesura.
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El cuadro político es todavía mucho, mucho más complicado.
Los partidos están partidos. Los gobernadores, aferrados a la idea de escriturar a su nombre el predio bajo su dominio. La sana incertidumbre electoral convertida en falta de certeza política. El cinismo y la pusilanimidad de los grandes corruptos condecorada con una beca en el extranjero, reposando en la cama de un hospital para evitar al fiscal en turno, cobrando como diplomático a la carrera o, sencillamente, disfrutando la fortuna de no haber sido descubiertos. Cinismo y pusilanimidad agraviando a los contribuyentes que, quizá, preferirían depositarles fondos directamente a los rateros para ahorrarse, al menos, el costo de la burocracia. Los asientos de los órganos autónomos jugándose en la lotería de las cuotas partidistas. Y los poderes fácticos velando armas en el callejón, donde quieren emboscar la intención de someterlos.
Ante ese cuadro ni sentido tiene hablar ahora del petróleo que, siendo de la nación, por lo pronto ordeñan el sindicato, el crimen y la hacienda.
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Ese tríptico compone el cuadro general, el particular -el electoral y el legislativo- es impresionante.
Las elecciones, proceso por excelencia para refrescar y fortalecer la democracia, se han transformado en el retén de las acciones de gobierno. Suspéndase el apagón analógico, frénese el combate al hambre para nutrir las urnas, congélese ahí cualquier iniciativa, postérguese la regionalización de la Procuraduría, párese la obra pública para que no se malentienda, fírmese el subpacto del Pacto; damas y caballeros, ábranle paso a su majestad, el señor candidato que, de ganar, terminará de endeudar la demarcación correspondiente. En ésas está el país. Paralizado por las elecciones en 14 entidades, entretenido al menos con las comedias "El Caldero(n) del Cordero" y "El Pastor (des)Preciado en el Madero", magníficos montajes de la compañía teatral "Por unas prerrogativas desordenadas y generosas".
El Legislativo, a su vez, programa -como el calendario le da a entender- períodos extraordinarios que, de desarrollarse con seriedad y en sus términos, cualquier democracia parlamentaria envidiaría. Durante la segunda quincena de julio y agosto se llevarán a cabo. De rechupete la intención, pero hay detalle: las agendas a desahogar en uno y otro extraordinarios son de tal magnitud que, de no ser resueltas sobre las rodillas, nomás no sé cómo puedan atender.
En el primer extraordinario se desahogarán los asuntos atorados: la reforma del Instituto Federal de Acceso a la Información que toca a fondo su integración y estructura; la creación de la Comisión Nacional Anticorrupción que algo de galimatías tiene; la reforma del Código Penal que supone un complejo concierto de voluntades; y el control de la deuda de estados y municipios que, sin duda, provocará olas en los estados.
Según los legisladores esos complejos asuntos serán resueltos a más tardar el 14 de agosto porque, al día siguiente, arrancará el segundo período extraordinario para reglamentar nada más y nada menos las reformas a la educación y las telecomunicaciones en el reducido plazo de 15 días porque, conforme al calendario, el primero de septiembre dará inicio el período ordinario de sesiones.
En esa circunstancia, qué sentido tiene precipitar el debate de la reforma energética.
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Con un panorama económico, social y político como el expuesto resulta insensato sobrecalentar la atmósfera -que ya de por sí hierve-, adelantando el debate de la reforma energética. Hacerlo no sólo vulnera las posibilidades de esa reforma, sino también la de concluir las ya emprendidas y, por si eso no bastara, complica esa otra reforma que de inmediato afectará intereses ubicados en todo los estratos sociales, la fiscal.
Por presumir en el exterior las intenciones, se están poniendo en peligro los primeros pasos dados en el interior y, de no tomar en cuenta la importancia de la oportunidad, velocidad y el ritmo en la política, no queda más que pensar que el gobierno ha desbocado un debate.
¿Por qué abrir un nuevo frente, cuando no se han cerrados otros?