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¿Deber la vida?

FAMILIA

¿Deber la vida?

¿Deber la vida?

Leonor Domínguez Valdés

El amor a los padres es inherente a la naturaleza humana. Empero, si han sido pródigos en el afecto y la entrega para con sus hijos, no quiere decir que estos deban pagarles de algún modo.

Históricamente, la dominación ideológico-cultural de la sociedad se ha expresado en la creación de las diferentes religiones del mundo y con ello en la construcción de una serie de normas, conforme a las cuales deben vivir quienes las profesan. La mayoría de los credos hacen especial hincapié en la ‘obligación’ que tienen los hijos de honrar a sus padres. Así ha sido desde tiempos inmemoriales.

Tales preceptos han quedado arquetípicamente grabados en la memoria colectiva de la sociedad. Y si bien las culturas más avanzadas han dejado atrás esa tremenda carga, aún pesa sobre los hijos de las naciones del tercer mundo.

En países como el nuestro, aún hoy los descendientes (y sobre todo las mujeres) se sienten comprometidos a hacer y a obedecer a los papás en todo aquello que les demandan, desde la elección de los estudios hasta el lugar en donde trabajan, viven, la forma en que se visten, la gente con la que se vinculan y un muy amplio etcétera. Incluso de manera inconsciente, los progenitores eligen a uno de sus vástagos para que sea quien se convierta en el ‘hijo parental’. Así se aseguran de que contarán con alguien que se haga cargo de ellos durante la vejez y hasta su muerte.

Resulta frecuente ver que a ese hijo o hija parental se le manipule o chantajee de una u otra forma, a fin de garantizar que estará invariablemente dispuesto a satisfacer sus necesidades.

DESDE SIEMPRE, TU TAREA

Bajo la perspectiva del especialista en psicoterapia familiar y de pareja, podemos afirmar que en algunos casos el rol de hijo parental suele ser asignado desde el momento de su nacimiento. Sin embargo, es muy probable que con el transcurso del tiempo, quien en un principio fue elegido logre escapar del sistema, especialmente si es varón. En ese caso tanto el padre como la madre habrán de seleccionar a otro para que se encargue de llevar a cabo esa tarea. En virtud de que cultural e ideológicamente la mujer ha sido designada como quien deberá asumir las labores de cuidar y proteger a los demás, será a ella a quien le resulte más difícil deslindarse de las demandas del sistema. Actualmente esta situación puede identificarse con facilidad, pues es mayor la densidad de población masculina que suele emigrar de manera definitiva de su ciudad natal.

Hoy las mujeres tienen más libertad para mudarse ‘temporalmente’. Sin embargo, todavía es frecuente que quienes desean quedarse a hacer su vida en otro sitio enfrentan la negativa de sus padres, quienes buscan la forma de presionarlas y si es preciso obligarlas a regresar (a menudo secundados por el resto de la familia).

Ya que el establecimiento de una pareja podría convertirse en un impedimento o dificultad para que los hijos parentales se queden al lado de sus progenitores, estos se ocuparán de destruir las posibilidades de que el elegido pueda escapar. Así, tantas como sean las veces en que la persona quiera construir su proyecto vital, tantas serán las ocasiones en que fracase en su intento.

Padres y madres suelen recurrir además a cualquier tipo de forma de sometimiento con tal de asegurarse de contar con la presencia física y el sostén psicológico o bien la ayuda económica de alguno(s) de sus descendientes.

El “deber de honrar” a los papás se convierte así en un desiderátum y en un imponderable categórico.

UN LLAMADO A LA LIBERTAD

De ninguna manera una situación así habrá de perpetuarse; el don de la vida les ha sido conferido a los hijos por sus progenitores, mas no significa que estos tengan una deuda vitalicia para con ellos.

El amor de los padres a los hijos, para denominarse como tal, habrá de ser en todo momento absolutamente incondicional, es decir, estar fincado en el respeto absoluto a su libertad.

Desde el instante en dos que se aman asumen la decisión de procrear, precisan estar conscientes de que ésa ha sido una determinación suya y nunca una especie de inversión a futuro, como tan a menudo piensan (lo expresen o no) las parejas.

Los hijos son personas únicas, han nacido libres y por lo tanto requieren gozar esa libertad sin sentirse culpables por no permanecer al lado de sus padres indefinidamente.

Por el contrario, un papá y una mamá sí tienen que hacerse responsables de sus hijos hasta que estos sean lo suficientemente maduros como para emprender un proyecto propio, pues si se encuentran en el mundo es por la decisión de ambos.

Hoy en día todo apunta a que las nuevas generaciones enfrentan situaciones complejas, mismas que en ocasiones dificultan la posibilidad de que puedan abandonar el hogar paterno. La situación económica ha orillado a los jóvenes a postergar su independencia. Empero, no significa que ellos no habrán de dejar algún día la casa de sus progenitores.

EL MAYOR COSTO

Si un individuo consagra su existencia a ‘pagarle’ a los papás, a cuidarlos, a trabajar para colaborar o sufragar por completo el gasto doméstico, atender sus enfermedades o agradarles con regalos y detalles, a hacer sólo aquello que sea grato a sus ojos, cuando ambos mueren se enfrenta a una situación dramática pues abruptamente cae en la cuenta de que se ha quedado solo y ya no hay cabida para él en otro sitio. Sus hermanos han formado familias propias, incluso ya no viven en la ciudad de origen. Los amigos se fueron alejando, o simplemente están más envueltos en sus propios proyectos.

Paulatinamente, ante el nuevo escenario libre de la ‘obligación’, estas personas suelen volverse solitarias, aisladas, poco transparentes y complicadas, amén de que al no estar acostumbradas a la presencia de alguien más es posible que adopten algunas conductas que dificulten la convivencia con terceros.

En otros casos la necesidad de compañía llega a ser tal, que el sujeto crea relaciones afectivas altamente dependientes y absorbentes, lo cual acaba por provocar actitudes agresivas e intolerantes en quienes le rodean, como una medida necesaria para mantener a salvo su espacio vital.

El hecho de que durante gran parte de su vida alguien haya permanecido bajo las condiciones descritas no significa que no pueda cambiar, transformar su existencia y corregir aquellos defectos de carácter derivados de pasar el grueso de su tiempo atendiendo las necesidades de sus padres y no tanto por vocación como por sentir que era su deber.

Cuando la persona logra ‘rescatarse’ y darse cuenta de que hay otras maneras de vivir, mucho más amplias, ha comenzado su fase no de reinvención, sino de re-creación.

Aun así lo óptimo sería no llegar a ese extremo, sino descubrir lo antes posible que el amor, el respeto y la gratitud hacia los progenitores no son sinónimos de exigencia. Que es posible procurar su bienestar y brindarles cariño sin descartar una realización individual, fincada a partir de ideales propios.

Correo-e: Leonor.Dominguez@iberotorreon.edu.mx

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